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Cuauhtémoc, Pemex no se toca

"Un hombre con esa trayectoria no puede ser adversario de nadie, más que de aquel que vaya contra la democracia", palabras de Alito Moreno al ingeniero Cárdenas, cuyo cardenismo se perredizó, o sea está al servicio del PAN y el PRI.

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Hay figuras públicas que deben hacer un balance sobre su vida antes de sucumbir en la oscuridad de las notas a pie de página. Sin que lo esperara, quizá sin el poder o el talento para cambiarlo, siendo una piedra en el camino que cimentó el éxito de López Obrador y Morena, Cuauhtémoc Cárdenas ha caído en esa triste trampa. Desde aquel octubre de 2014, cuando fue abucheado y echado de uno de los primeros mítines en exigencia de la presentación con vida de los 43 normalistas de Ayotzinapa (y donde Adolfo Gilly defendiéndolo, protegiéndolo de la multitud, terminó con una herida en la cabeza), desde entonces, el fundador del PRD luce desmejorado ante la encrucijada en que se ha convertido la vida pública del país para figuras de su estirpe. Entumecido, patidifuso, maniatado ante la exigencia popular que lo despachó al grito de «ni PRI, ni PAN, ni PRD», el cardenismo de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano se atrofió.

Las humeantes calles de la Ciudad de México, que alguna vez fueron cardenistas en su honor, guardan con pena el recuerdo de su nombre, a la espera de la infamia final. Mi generación, que heredó la sabiduría del movimiento estudiantil de 1999, no esperó un segundo más y desde hace mucho hizo cuentas con el hijo del General: Cuauhtémoc fue el vehículo para encumbrar en el poder a una generación de priistas arrinconados o excluidos de la cúpula, y también fue el apellido para alentar la esperanza de unos cuantos militantes de la izquierda ruda y dura cansados de sumar golpizas en las calles, traiciones en el Gobierno y derrotas en el Congreso de la Unión. Por ello, el ingeniero Cárdenas fue siempre un aliado con ganas de ser nuestro enemigo, tanto antes como hoy.

Pero esas lecciones muy pocos las entendieron, si las han llegado a leer o estudiar. Ni siquiera dentro del morenismo radical —estereotipados en Güeros (2014) de Alonso Ruizpalacios— se alejan de la historia oficial que asigna a Cuauhtémoc Cárdenas un lugar acaso merecido, aunque hoy sobrevalorado. Pero, sobre todo, un lugar desperdiciado. Se definió como un gran demócrata, pero a la hora de la hora decidió negociar con la élite priista y panista de Carlos Salinas de Gortari. Dijo ser indigenista, pero siempre riñó con el zapatismo y su «violencia revolucionaria». Le endilgan ser el heredero más puro del cardenismo, pero lanza pullas a la Refinería Olmeca en Dos Bocas como en una canción de Café Tacuba: «Ay, mis compañeros, petroleros mexicanos/ no crean que no extraño el olor a óleo puro/ pero es que yo pienso que nosotros, los humanos/ no necesitamos más hidrocarburos». El cardenismo de Cuauhtémoc Cárdenas, a quien llaman «líder moral de la izquierda mexicana», se perredizó. Quiero decir: tal como el PRD, está al servicio de las alianzas estratégicas con el PRI y el PAN, pese a que para ello deba degradarse a sí mismo (sólo le falta fotografiarse con el magnate Claudio X. González o escribir tweets lapidarios contra la 4T como Porfirio Muñoz Ledo). No es extraño que su silueta termine donde empieza la de Dante Delgado.

Lázaro Cárdenas Batel y el presidente López Obrador en 2020. Fuente: Cuartoscuro
Lázaro Cárdenas Batel y el presidente López Obrador en 2020. Fuente: Cuartoscuro

Un hijo comprometido con el círculo rojo de AMLO hasta hace poco (Cárdenas Batel), y una vida vinculada a cierto movimiento progresista capitalino, parecen impedirle dar el paso para consagrarse como un político al que ya no le interesa hacer política con la gente común (con la que contó alguna vez), sino con las élites, ese selecto grupo de personas orgullosas de su propia sombra y que no miran en su reflejo más que a gente importante. El dinosáurico priista José Narro, exrector de la UNAM, durante la presentación de Mexicolectivo puedo darle cuenta a Cuauhtémoc de esto (si hubiese asistido): de tal nivel de trascendencia que casi puede vérsele borrado, al grado de que parece transparente, casi invisible (no a la Guy Fawkes, más bien como si hubiera perdido el registro nacional de su partido).

«Hombre serio, de gesto adusto y de pocas palabras, Cuauhtémoc Cárdenas ha contribuido de forma permanente, discreta y austera al desarrollo del país. Él no busca bañarse de gloria personal, sino tener la satisfacción del deber cumplido». Palabras que le dedicó Alito Moreno en febrero de este año en una columna. «Ha tenido el valor y la visión de saber llegar y de saber irse cuando siente que su presencia o su ausencia pueden contribuir al desarrollo de México. […] Un hombre con esa trayectoria, coherencia y verticalidad no puede ser adversario de nadie, más que de aquel que vaya en contra de la propia democracia», completó el priista más célebre de nuestros días.

Así, el político que fuera repudiado y vilipendiado por el panismo de Diego Fernández de Cevallos, Felipe Calderón y Santiago Creel, el izquierdista al que la rancia inteligencia de la derecha ridiculizó y desacreditó hasta el cansancio —entre otros, Julio Patán en El libro negro de la izquierda mexicana (2012)— ahora da bendiciones a la derecha para sus aspiraciones personales, al recibir en su casa a Santiago Taboada, líder del Cártel Inmobiliario de la Ciudad de México. Y su proyecto es desempolvado, reapropiado y revitalizado por la candidata presidencial priista Xóchitl Gálvez (del PAN), quien encontró el modo de conciliar la propuesta del ingeniero Cárdenas con la hoy interrumpida privatización del petróleo del neoliberalismo. Para que los de la ultraderecha «hagan negocios», dijo Xóchitl Gálvez, porque «ya chole con Pemex», basta de meterle dinero a ese «cascajo». La soberanía energética como un cascajo para el neoliberalismo.

No es mi deseo pecar de ingratitud con el cardenismo, porque sé que quienes exigieron con su vida el advenimiento de la democracia en el país, quienes defendieron el petróleo como un bien nacional y popular, y quienes hicieron y hacen de la memoria del General, el Tata Lázaro, una memoria de dignidad, gritaron con orgullo «Pemex no se toca» en el Zócalo el pasado 18 de marzo, a 85 años de la expropiación petrolera, en vez de vociferar «el INE no se toca» junto a Lorenzo Córdova y Claudio X. González.

Pero insisto, a la espera de la infamia final, muchos de quienes salieron a las calles para desafiar al criminal priismo de Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo no dan crédito en lo que se ha convertido Cuauhtémoc Cárdenas. Con ellos me sumo a su desconcierto pero no con ingenuidad sino —como dice un amigo— con «humildad de rigor»: si no hubiera amor de por medio, no dolería tanto una traición. En el caso del ingeniero Cárdenas hace años que el tiempo llenó de olvido el poco respeto y cariño que sentíamos por él; que sirva el olvido y no el desagradecimiento, que sea la indiferencia el mejor homenaje al hombre que alguna vez dio sentido a nuestro futuro en la forma de un sol amarillo en el horizonte.

Twitter: @JPerezGaona

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