(07 de junio, 2014).- Para empezar, la obra no se presenta en el foro del teatro, debes atravesar el lobby, subir por una estrecha escalera y llegar a lo que, en la normalidad, bien podría funcionar como camerino u oficina. Es ahí donde ya se encuentran cinco actores inmersos en una cotidianeidad extraña, junto a una mesa repleta de cervezas, botellas de vino, botanas variadas y cualquier clase de divertimentos. El espectador irrumpe en un ensayo “x” de un grupo de actores “y”, quienes intentan montar Las tres hermanas de Antón Chéjov; eso es toda la anécdota que sirve de pretexto para un drama directo y a la entraña de la incomunicación y la interrelación fallida de un grupo.
En Ese recuerdo ya nadie te lo puede quitar, el espectador, como buen voyeur de la intimidad de estos ‘actores-personajes’, ni siquiera cuenta con sillas donde acomodarse, puede permanecer de pie, sentarse en el piso o hasta deambular por el lugar según prefiera.
La puesta en escena cuenta con una dinámica no tan simple como pareciera: conjugar el plano real de los actores, con el plano ficticio de los personajes, creando así otro plano mucho más complejo que ya no es ni uno ni otro, sino un universo cargado de estímulos “reales” que generan naturalidad y verdad escénica en las acciones, reacciones y diálogos; los cuales, además son improvisados con base en una estructura delineada a precisión.
El proceso de esta creación colectiva, a cargo de la compañía Vaca 35 Teatro en Grupo, y dirigida por Damián Cervantes, parte de haber retomado los temas y las sensaciones que a los mismos actores les evocara la obra de Chéjov, para de ahí generar un material propio, fértil para el drama; por tanto, no se trata de una adaptación ni versión libre de Las tres hermanas, sino algo completamente diferente, pero que no deja de tener aquella esencia chejoviana.
El tedio, la desidia ante los propios sueños, la falsa condescendencia, la presencia del alcohol, las frustraciones y la imposibilidad de acción –o peor aún, de la acción en conjunto– se hacen presentes en este montaje nada convencional; primero de manera cómica, pero con el avanzar de la obra, de forma cada vez más desgarradora y caótica, con lo cual se logra incomodar al público en su actuar voyeurista al que ha sido orillado.
La potencia de la obra también radica en la capacidad de desarrollar conflictos interesantes y llevarlos al extremo de la visceralidad, cuando pareciera que han surgido de una supuesta banalización o de insignificancias que no tendrían por qué atravesar tantos límites. Sin embargo, los actores se plantan en escena dispuestos al conflicto, a enfrentarse con todo contra sí mismos y contra el otro.
Diana Magallón, José Rafael Flores, Mari Carmen Ruiz, Gabriela Ambriz y Héctor Hugo de la Peña juegan, exploran, se buscan y se desencuentran cada domingo en una ‘ensayo-obra’ que está destinado a repetirse sin avanzar hacia ningún lado, pero dejando huella, escurriendo un patetismo intrínseco en el ser humano –y que desde hace más de un siglo lo abordara aquel escritor ruso– que le arroja al espectador un recuerdo difícil de sacudirse.
La cita es en el Teatro El Milagro (Milán No. 24, Col. Juárez, entre Lucerna y General Prim), todos los domingos de junio a las 21:30 horas. Los costos de los boletos son de 180 pesos general; 90 para estudiantes, maestros y/o beneficiarios del Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (Inapam) con credencial; y 60 para estudiantes y maestros de teatro, así como vecinos de la colonia Juárez.