El primer día del año el gobierno de Ucrania realizó una conmemoración histórica muy particular, un capítulo más de la reescritura de la historia, harto sensible. Un decreto emitido en diciembre de 2018 designó Día Festivo Nacional el 1 de enero, en conmemoración del nacimiento de su nuevo héroe. Ya antes, desde 2014, habían comenzado a aparecer en diferentes ciudades ucranianas monumentos y hasta pequeños museos conmemorativos en su honor. ¿Quien fue este héroe ucraniano al que toda la población está obligada a rendirle honores?
Stepan Bandera formó parte del equivalente a las Juventudes Hitlerianas de su país y más tarde fue jefe militar de la Organización de Ucranianos Nacionalistas (OUN) que luchó contra el dominio ruso. Prisionero en Polonia por el intento de asesinar al Primer Ministro en 1934, fue liberado en 1939 durante la ofensiva alemana contra ese país y se convierte en aliado de Hitler. Más tarde, es encancerlado por declarar la independencia de Ucrania -inaceptable para aquel- y liberado en 1944. Siguió colaborando con la Alemania nazi hasta el fin de la guerra y lo siguió haciendo con la Alemania republicana en el Servicio Federal de Inteligencia, hasta su muerte en 1959. Su misión era infiltrar agentes y organizar grupos clandestinos en los países de la órbita soviética, realizar sabotajes y asesinatos selectivos. Aparte, su elocuencia lo hizo especialmente útil. Desde Munich colaboraba con prensa y radio dirigida a la población ucraniana, propagando un discurso nacionalista y rusófobo.
Si bien Bandera no pudo cometer crímenes durante la mayor parte de la guerra pues estuvo en prisión, sí se le considera criminal de guerra, responsable de la matanzas en suelo polaco y ucraniano. El Centro Simon Wiesenthal lo ubica como ejecutor de masacre de Valinia en Polonia. Lo que no está en duda es que aún desde prisión siguió siendo un lider indiscutible de la OUN y de su brazo armado. Sus partidarios formaron al menos tres unidades de la Wehrmacht alemana que asolaron Ucrania y Rusia.
Hoy, hijos y nietos de las víctimas del fascismo ucraniano deben rendir homenaje a su verdugo en nombre de los valores occidentales de democracia, libertad y justicia que promueve la OTAN en Ucrania. Por supuesto, para la propaganda occidental, Bandera ya no es ese criminal fascista sino un patriota que luchó por la libertad de su pueblo.
Así, a principios de año, el democrático parlamento ucraniano (Rada) no tuvo reparo alguno en tuitear la imagen de Valeriy Zaluzhny, jefe de las fuerzas armadas, bajo un retrato de Bandera y su frase: ‘La victoria completa y final del nacionalismo ucraniano llegará cuando el imperio ruso deje de existir’. Esa era la proclama de los batallones nazis en la SGM y una divisa muy útil para Estados Unidos en su viejo propósito de balcanizar a la URSS/Federación Rusa. No en balde dio refugio a miles de nazis europeos, los organizó y luego los mandó de regreso en los años noventas a toda Europa oriental, especialmente a Ucrania, en donde los impuso en 2004-5 y, sobre todo, en los gobiernos espurios desde 2014.
El gran problema es que esa deriva autoritaria tiene un fuerte asidero por toda Europa, sobre todo en su elites políticas y económicas. La guerra contra Alemania no fue por fascista, sino por imperialista. El fascismo era muy bien visto entre las elites europeas hasta la SGM. La realeza inglesa admiraba a Hitler. En 1938, en Berlín, por instrucciones del Ministerio de Relaciones Exteriores, el equipo de futbol inglés hizo el saludo nazi antes de comenzar su partido contra la selección alemana. Churchil, convencido de la superioridad anglosajona, depuró la manera más económica del genocidio: las hambrunas. Nada más la de Bengala, que él ordenó, costo más de 4 millones de vidas. Philippe Petáin, por su parte, miembro de la elite francesa, mariscal y héroe de la IGM, fue colaborador del régimen alemán en Francia y gozó de gran popularidad hasta su defenestración, juicio y condena en 1945. Los famosos Boy Scouts, creados por el barón inglés Baden-Powell, comparten con las juventudes hitlerianas y las juventudes francesas de Petáin algunos de sus principios rectores, como la formación del “carácter”, la disciplina, la obediencia y el “espíritu de grupo”, la familia tradicional y la religión. La noción de “excepcionalidad” de los Estados Unidos, que subyace en la política exterior norteamericana, está íntimamente ligada a la del supremacismo anglosajón.
Como lo puede constatar cualquiera que repase la composición de gobiernos y parlamentos en toda Europa, la presencia de partidos de derecha, algunos claramente fascistas, no ha dejado de aumentar, desde Finlandia hasta Italia, y se extiende abiertamente por el mundo. Alemania acaba de dar uno de los espectáculos más deprimentes que un gobierno puede dar contra su propia historia. Le otorgó a Zelensky el Premio Carlomagno. Poner al jefe de un gobierno que rinde honores al criminal nazi Stepan Bandera como ejemplo de libertad, humanidad y paz le pareció al gobierno alemán un mensaje necesario. Y, para que al mundo no le quede ni la menor duda de la ruta ideológica predominante en Europa, a Olaf Scholz no le tembló la voz al gritar ¡Slava Ukraini! después de darle el premio a Zelensky. ¡Gloria a Ucrania! gritaban los partidarios de Bandera mientras avanzaban montados sobre los panzer alemanes arrasando pueblos y ciudades ucranianas.
Probablemente la mayor desgracia de esta guerra, por supuesto después de la muerte de cientos de miles de ucranianos, es que la defensa de Ucrania pasa por la normalización de los gobiernos y las expresiones nazis en Europa y otros países. En Verona, Italia, desde 1995 la compañia vende una línea de vinos que incluye 37 botellas diferentes con lemas como “Sieg Heil” y “Ein Volk, ein Reich, ein Führer”. De acuerdo con su dueño, es la línea de vinos más vendida, incluso por internet, y la más apreciada es la que tiene la efigie de Hitler, sobre todo entre alemanes, británicos, franceses y rusos. En España se acaba de autorizar una marcha nazi en memoria del Batallón Azul, la división española de Wehrmacht de Hitler.
En este contexto de normalización de la barbarie fascista, no sorprende el discurso de las potencias occidentales más allá de su conflicto con Rusia. La reunión del G7, con sus declaraciones directas contra Irán y China, pero extensivas al mundo entero, se pronuncian desde la supuesta superioridad moral de una sociedad que sigue creyendo en la falacia de su destino manifiesto: gobernar al mundo y hacerlo por siempre. Se niegan a darse cuenta que no pueden seguir hablando en nombre del mundo, mientras la mayor parte de él está fuera ya de su esfera (por población, economía, desarrollo tecnológico están rebasados). Mientras en la selva del mundo se lleva a cabo unos de los procesos diplomáticos más vastos y complejos que el mundo ha visto, el G7 recurre a la amenaza nuclear.
El lugar elegido para el cónclave es significativo: Hiroshima. Si se pensó como un mensaje de paz, resultó más bien una amenaza al mundo. Todos los discursos giraron en torno a la guerra y la necesidad de seguirla escalando: más armas y más sanciones. Y habrá consecuencias a quienes no se sumen. Claro, en nombre de la libertad y la democracia en el mundo, como dijo Úrsula von Der Leyden, una persona que no fue electa por nadie pero decide por todos. Desde las cenizas atómicas, amenazan al mundo con la guerra.
Las “potencias” occidentales se muestran en su cruda realidad: son protectorados de Estados Unidos, si no es que países ocupados. Las más de 100 instalaciones militares norteamericanas podrían explicar en parte la postura del PM japonés, que no pudo ser más abyecta: agradecerle a EU por “todo lo que ha hecho por Japón desde 1945”. Se le olvidaron un par de bombas, nada más. Pudo haber omitido el año, al menos, para no ser tan ofensivo contra el pueblo de la ciudad que recibía a su victimario y socios.
Hoy, Estados Unidos pretende mantener su hegemonía mediante el auspicio de conflictos bélicos estratégicos: Azerbayán y Armenia, Yemen, Sudán, Etiopía, Congo, Burkina Fasso. Ya movilizó a los Talibanes de Afganistán contra Irán; impulsó un golpe de estado en Pakistán y ocupa militarmente una parte considerable de Siria, de la que se roba el petróleo.
Pero, sobre todo, en Taiwán. En su locura guerrerista, Estados Unidos declaró su intención de destruir a la empresa TMSC de Taiwán si China la invade. Como en Ucrania, no le interesa el pueblo de Taiwán; su único interés es que la mayor y más avanzada empresa de semiconductores del mundo no quede en manos de China. Por lo pronto, EU ya ofreció al gobierno taiwanés instalar un paragüas nuclear. Realiza, además, ejercicios militares conjuntos con Indonesia y está en renovación el arsenal nuclear de Corea, con la que realiza, también, ejercicios militares a menos de un kilómetro de la frontera con Corea del Norte. En unas semanas se va a realizar en Alemania el mayor ejercicio militar de las últimas décadas, con énfasis en despliegue aéreo y la participación de 26 países.
La guerra en Ucrania lleva ya nueve años y más que nadie, a Estados Unidos le corresponde detenerla. El papel de China puede ser relevante, pero se enfrenta con la negativa total de aquel a darle viabilidad alguna a su propuesta de paz. A su tremendo poder económico China ha sumado una hábil diplomacia que recorre silenciosamente el mundo. Por lo pronto, ya acercó a dos viejos enemigos, Arabia Saudita e Irán y logró un cese al fuego en Yemen con un principio de acuerdo de paz. Con su impulso, se consolida rápidamente el BRICS y otros organismos multilaterales en Asia y África y se desdolarizan intercambios comerciales en todo el mundo, incluyendo Latinoamérica. Paradójicamente, estos logros políticos de China hacen cada vez más difícil la situación de Ucrania, pues un avance en cualquier negociación de paz representaría un logro más de China, sobre todo, porque Ucrania tiene perdida la guerra. Por más que la OTAN haga por escalarla, la Federación Rusa va a anexar, inevitablemente, al menos 8 oblast (estados) y va a mantener a su ejército y su arsenal prácticamente intacto. El gobierno de Biden no puede aceptar una doble derrota.
Sin embargo, la salida podría darse en los Estados Unidos. Desde el flanco republicano crecen voces que denuncian y cuestionan el papel de su país en el conflicto. Académicos destacados como el Dr. John Mersheimer, Jeffrey Sachs y Stephen Cohen (QEPD), han demostrado que esta es una guerra organizada y provocada por Estados Unidos. Pero también, desde el mismo flanco demócrata, en particular Robert Kennedy Jr, ha hecho eco de esta voces y demanda un giro radical a su gobierno. Por lo pronto, ya se postuló a la candidatura presidencial y su discurso ataca directamente al conglomerado militar y a los poderes corporativos de Estados Unidos. La crisis económica puede ser un factor que impulse, también, cambios en la opinión pública en esa dirección. Mientras, por desgracia, la guerra va.