En una de sus geniales imitaciones, el Güiri Güiri solía subrayar que cuando lo cuestionaba e incomodaba la prensa, Marcelo Ebrard soltaba una risita sarcástica antes de hablar, lo mismo sobre nimiedades que sobre asuntos de Estado. «Véanlo bien», parodiaba Andrés Bustamante, «como que te desdeña y luego responde».
Con esa mueca en el rostro, me enteré a finales de 2017 que Andrés Manuel López Obrador buscaría reincorporar a Marcelo a la vida política nacional luego de un largo exilio que lo llevó a París y a Los Ángeles. En febrero de 2018 esto fue oficial: Ebrard sería uno de los cinco generales de Morena en la lucha antifraude.
Todo el peso de mi adolescencia cayó de pronto en medio de la reaparición del exjefe de Gobierno del desparecido Distrito Federal: McLuhan y Althusser, Elías Contreras y la Magdalena, Homenaje a Cataluña, David Lynch, Daft Punk, Chac Mool, un salvaje atardecer en Guerrero, un plantón afuera del penal Molino de Flores. Y con todo esto, una pregunta de aquel tiempo que no pierde su vitalidad y que valdría la pena hacer a varios personajes, además de al entonces renacido: ¿por qué investir con la candidatura obradorista de la Ciudad de México a Miguel Ángel Mancera en 2012? ¿Por qué?
Antes de que Ricardo Monreal ideara eso de la «nomenklatura» para justificar sus coqueteos públicos con el PRI y el PAN, Ebrard Casaubón ya había pintado su raya con Morena. Obstinado en la fundición de un escudo llamado «izquierda moderada y progresista», Ebrard estableció así una frontera en la narrativa de los medios entre su bien portado grupo —nutrido por corruptos conocidos como Héctor Serrano, Manuel Granados y el propio Mancera— y la «izquierda vieja y dogmática» de AMLO, que revivió en pleno agosto de 2023 bajo el signo de los simuladores que participan del «acarreo masivo» a favor de Claudia Sheinbaum y los que no, amenazando con romper con la 4T. Los chantajes de Ebrard ante el lastre de sus pésimas decisiones.
No creo en la versión de la «encuesta a favor de Miguel Ángel Mancera», como no me trago la conspiración contra Marcelo por el reportaje de la Casa Blanca de Enrique Peña Nieto. Ambos casos explican para muchos su desahucio. Sin embargo, entre dientes, ese febrero de 2018 Ebrard confesó a Carmen Aristegui que su caída en desgracia se debió a la «cercanía que tenía el Gobierno del DF con el Gobierno Federal»; abonando con esta declaración a aquella lectura de Mancera como alfil-regente del poderosísimo secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong. El Antiguo Palacio de Ayuntamiento a las órdenes de Segob.
Finalmente, antes de dirigir el gobierno de la metrópoli, Mancera sólo fue un policía. Siempre fue un policía, y nada más que un policía: sea en la modalidad de abogado, o sea en su modalidad de procurador o senador. Como Jefe de Gobierno también actuó como policía, pero como un policía priista; uno que se alía al narcotráfico, y que no puede mantener la paz, ni combatir la violencia, pero que reprimió sin rubor todo aquel movimiento social que se le atravesó (por cierto, a él es a quien Ricardo Anaya y José Antonio Meade barajearon como un eventual Fiscal General de la República, de nuevo para interpretar otra modalidad de policía).
Para contener y dispersar en la calle y en las urnas a la potente fuerza de la oposición chilanga, según la versión que Marcelo contó a Aristegui, la Oficina de Presidencia en Los Pinos pactó con el PRD la enésima traición anunciada contra AMLO, llevándose entre las patas a quien fue el mentor de los conspiradores agrupados en la tribu Vanguardia Progresista, y quien ante el «fuego amigo y fuego enemigo» tuvo que salir al exilio a Francia y luego a los Estados Unidos de Antonio Villaraigosa. ¿Por qué? En sus palabras (poco creíbles), no por las irregularidades en la construcción de la Línea 12 del Metro que ocasionaron la tragedia de 2021 (26 muertos), ni por las empresas e inmuebles de su acaudalado hermano Enrique Camilo, sino por ser un personaje «no compatible» y «no cómodo» con dicha «estrategia».
Si esto fue así, si Ebrard sabía que su figura política era incómoda para los planes del PRD y Peña Nieto en la Ciudad de México, ¿por qué demonios eligió a alguien que haría efectivo el acuerdo, cabalmente, a costa incluso de la casi desaparición del perredismo y de someterse a una cacería judicial? Sabemos que está arrepentido hasta los huesos, pero ¿qué carajos llevó a Ebrard a tomar esta pésima decisión? ¿Por qué encumbrar en el poder a un policía y espía al servicio de la Secretaría de Gobernación? ¿Era acaso parte del pacto entre los Miguelángel (Chong y Mancera), y al final Vito Corleone supo desplazarlo y entregar su cabeza al temible titular de Gobernación, como una torre derribada en el tablero político de Andrés Manuel?
La sospecha cobra sentido cuando se trae al presente que Juan Francisco Kuykendall murió por la violencia de la policía que el 1 de diciembre de 2012 coordinaron Osorio Chong y Manuel Mondragón y Kalb, el policía médico. Desde luego este último no tuvo empacho en pasar de la Secretaría de Seguridad Pública de Ebrard a la Comisión Nacional de Seguridad de Peña. Y hoy tampoco duda en promover la candidatura presidencial del excanciller, como uno de sus voceros. Todo el círculo cercano de Marcelo al servicio de la Segob, ¿acaso era el único que no sabía? ¿Acaso Ebrard era el único que no participaba de esos pactos para traicionar a AMLO? Lo dudo.
Y asumiendo que Ebrard hubiese caído y creído —como aseguran algunos— en la gran actuación de Mancera para figurar como su sucesor, ¿qué hizo sobresalir al hoy senador del resto de los competidores al interior del PRD? ¿Su falsa lealtad a Ebrard? ¿El brillo de su uniforme policial debido a la debilidad de Marcelo por los cuerpos de seguridad (acaso su proyecto A.N.G.E.L. no es sino la culminación de una vida dedicada la «inteligencia», y cuya agencia podría estar a cargo de Omar García Harfuch)? ¿Las diferencias personales pesaron tanto para descartar a los demás? ¿De verdad Mancera resultó la mejor opción en el cálculo de Ebrard para cuidar el bastión obradorista? Juzgo sin riesgo a equivocarme que la clave a todas esas cuestiones es la razón por la que la sucesión presidencial de 2024 beneficiará a Claudia Sheinbaum y no a Marcelo Ebrard.
Lo de Mancera parece un capítulo cerrado para Morena tras el contundente triunfo de 2018. Para mí, en cambio, es el nudo que confirmó a AMLO que su proyecto no estaría a salvo en otra persona que no sea Claudia Sheinbaum Pardo. Lo triste es que, ante la mala novela que promocionó el regreso del PRI como comida chatarra en 2012, Ebrard y Obrador llamaron a votar por sus candidatos para que —al menos en la capital— no regresara el PRI, y manifestar a la vez la desaprobación de la Ciudad de México por las terribles y sangrientas administraciones de Acción Nacional. Un voto útil en contra del amasiato de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. ¿El resultado? El PRI y el PAN tomaron el Distrito Federal desde la izquierda, por la vía democrática, y entronando el ego de quien desde el PRD aspira por segunda ocasión a la Presidencia de la República (por segunda vez, sin éxito). Inclusive el narcotraficante Genaro García Luna muy pronto se convirtió en contratista en seguridad del Antiguo Palacio del Ayuntamiento, reventando la célebre «burbuja» de la capital del país, y entregándola en ese sexenio a la Unión Tepito y al Cártel Jalisco Nueva Generación.
Como he dicho, el daño está hecho. Aunque el error no se repitió. Y Morena invistió a Claudia Sheinbaum con la candidatura y no a Ricardo Monreal (otro policía en su modalidad de litigante); lo cual no borra que tanto la ex delegada de Tlalpan, ya no sólo AMLO y Marcelo, votaran y respaldaran en 2012 a los personajes manceristas, priistas, perrepriistas, perrepanistas, contra los que se enfrentan ahora luego de que ganaron más de la mitad de la ciudad en 2021. ¡Y vaya que están envalentonados Jorge Romero, Luis Espinosa Cházaro y Sandra Cuevas!
He ahí donde el chantaje de Ebrard podría abrir viejas cicatrices para continuar dañando a la CDMX, aumentando su deuda con los chilangos. Pues Sheinbaum, Ebrard y AMLO deberían saber de la deuda histórica que tienen con nosotros. El acoso y la represión a la que fuimos sometidos durante seis largos años, además de la narcoinseguridad, no se olvida nomás porque «ese nos traicionó». ¿Podemos esperar que alguien dé explicaciones sobre nuevos candidatos ahora bajo el signo de la 4T —pienso, por ejemplo, en Ricardo Monreal— cuando nadie las dio por Mancera? ¿Y quién debería ser el primero en responder por el monstruoso empoderamiento de Mancera? Quien hoy chantajea con romper con la 4T porque López Obrador no confía en su criterio ni integridad para dar continuidad a la transformación.
Twitter: @JPerezGaona