En mi artículo anterior,[1] analicé cómo el mundo enfrenta una crisis informativa estructural: de un lado, el caos algorítmico de Occidente, donde las corporaciones tecnológicas privatizan la verdad al mercantilizar cada clic; del otro, el control paternalista del modelo chino, que subordina la libertad de expresión a la estabilidad social. Dos extremos que terminan negando, cada uno a su modo, la posibilidad misma de una ciudadanía informada, porque en ambos sistemas, la verdad es rehén del poder: en Occidente, del mercado; en China, del Estado.
En ese texto propuse soluciones tecnológicas —sistemas de verificación distribuidos, regulaciones internacionales sobre IA y un registro público de huellas digitales para rastrear el origen de noticias virales— como herramientas para frenar la desinformación. La experiencia reciente ha mostrado, sin embargo, que la tecnología por sí sola no basta: sin pensamiento crítico y habilidades de discernimiento informativo, las mismas herramientas pueden volverse instrumentos de manipulación.
Frente a esta disyuntiva entre el caos mercantil y el control autoritario, México ha elegido una tercera vía: un modelo que no idolatra la tecnología ni la teme, sino que la subordina a un proyecto humanista de formación ciudadana. El Humanismo Mexicano aplicado a la esfera digital no es una teoría sino una práctica política que confía en la habilidad del pueblo para discernir, siempre que cuente con transparencia, contexto y herramientas para ejercer el derecho de réplica.
Ese modelo híbrido, gestado en la confrontación diaria con las campañas de desinformación más agresivas de nuestra historia reciente, se ha convertido en un experimento singular en el panorama mundial. Mientras otras naciones se enredan en debates regulatorios, México actúa sobre la raíz del problema: la capacidad crítica del usuario.
Un Contraste Ineludible: El Rigor Tecno-Legal Chino
Para dimensionar la audacia de la apuesta mexicana, es útil contrastar con el camino más transitado: el del control estatal tecnológicamente asistido. China ha construido quizá el marco regulatorio digital más robusto del mundo. Su enfoque se basa en tres pilares tecnológicos que buscan, en teoría, una armonía social:
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- Ciberseguridad Soberana: La Gran Muralla Digital no es solo una metáfora. Es una arquitectura legal y técnica que filtra el tráfico internacional, protege datos y vigila la actividad en línea, considerando cualquier información divisiva o falsa como una amenaza a la seguridad nacional.
- Regulación Algorítmica Estricta: Las plataformas están obligadas por ley a eliminar contenido ilegal y a que sus algoritmos de recomendación promuevan los valores socialistas chinos. El estado no solo vigila lo que se publica, sino lo que se amplifica. El mecanismo de viralización está bajo escrutinio constante.
- Control de la IA Generativa: China fue de las primeras en regular la Inteligencia Artificial Generativa, exigiendo que todo contenido sintético lleve una marca de agua digital y que los modelos estén alineados con los valores centrales socialistas. La creación de deepfakes o noticias falsas mediante IA es un delito grave.
Este modelo es formidable en su eficacia técnica y su coherencia legal. Logra su objetivo de estabilidad a un costo que las democracias no están dispuestas a pagar: la anulación de la disensión y el pensamiento crítico. Es un sistema de inmunización por aislamiento y supresión.
México: La Inmunización por el Derecho de Réplica
Frente a ese rigor tecno-autoritario, la respuesta mexicana podría parecer ingenua a primera vista. Sin embargo, su apuesta es otra: en vez de levantar murallas digitales o filtros ideológicos, abre espacios de deliberación pública. Mientras China utiliza la ciberseguridad para blindar a su población de influencias consideradas dañinas, México defiende la crítica garantizando la presencia simultánea de múltiples ecosistemas informativos —locales y globales, públicos y privados, oficiales y opositores—. No restringe, solamente expone; y la ciudadanía aprende a navegar en la complejidad. Con esa diferencia marca su propio camino.
El modelo chino regula los algoritmos de recomendación para que refuercen el relato oficial; el modelo mexicano, en cambio, los expone, los explica y alerta sobre sus sesgos, formando audiencias capaces de reconocer y resistir su poder de manipulación. Y mientras China regula la IA generativa para asegurar que no contradiga la verdad oficial, México parte de un hecho histórico: tras décadas de noticieros oficialistas, la ciudadanía desarrolló un olfato crítico frente a la manipulación mediática. Ese entrenamiento previo —hoy potenciado por la réplica pública y la transparencia informativa— se convierte en una defensa natural frente a las noticias falsas y los contenidos desarrollados con Inteligencia Artificial.
La Prueba Definitiva: Eficacia vs. Libertad
El caso de la marcha del 15-N es el ejemplo definitivo. Bajo el modelo chino, la investigación de Infodemia MX ni siquiera habría sido necesaria: las plataformas estarían obligadas por ley a eliminar la convocatoria y silenciar a sus promotores mucho antes de viralizarla. El problema se resuelve en la sombra, sin debate.
México, en cambio, permitió que la campaña se desarrolle, la estudió en tiempo real con herramientas técnicas sofisticadas —similares en alcances, pero no en sus fines, a las chinas— y usó la evidencia como material pedagógico. El resultado no es un internet limpio por decreto, sino una sociedad más resistente por convicción.
Del #NarcoPresidente a la Marcha de la Generación Z del 15-N
El Humanismo Mexicano digital se forjó en el fuego de la guerra informativa. Durante los primeros años del gobierno de López Obrador, las redes sociales se transformaron en trincheras: etiquetas como #AMLODictador o #NarcoPresidente fueron amplificadas por ejércitos de bots y replicadas por medios que disfrazaron militancia de periodismo. El objetivo era sembrar una sensación de ilegitimidad política y fracturar la confianza social.
La respuesta no fue la censura ni la represión, sino la exposición pública. Desde la tribuna de las Mañaneras, el gobierno optó por responder con datos, contexto y transparencia. No se cerraron plataformas ni se persiguió a usuarios: se apostó por la pedagogía política y el derecho de réplica. La estrategia era simple pero profunda: si el pueblo tiene toda la información a la vista, puede pensar y decidir por sí mismo.
Con la presidencia de Claudia Sheinbaum, ese modelo se ha perfeccionado. La investigación de InfodemiaMX[2] sobre la llamada Marcha de la Generación Z del 15 de noviembre lo ilustra con precisión. El análisis reveló un enjambre de cuentas automatizadas, financiamiento opaco y algoritmos de amplificación diseñados para simular una movilización juvenil espontánea. Al presentar los hallazgos en la Mañanera del Pueblo, el gobierno no censuró ni castigó: desnudó la operación, mostró los datos y confió en el juicio ciudadano. El resultado fue un ejercicio colectivo de aprendizaje: una sociedad observando, en tiempo real, cómo se fabrica la mentira y cómo se desmonta.
La Inteligencia Mediática como Política de Estado
A diferencia de los modelos tecnocráticos o autoritarios, México ha entendido que la mejor defensa contra la manipulación no es el control de la información, sino la formación de conciencia crítica. Por eso la inteligencia mediática se ha convertido, de hecho, en una política pública informal pero constante. No se trata de impartir clases de tecnología, sino de enseñar a leer el poder detrás de los algoritmos, a reconocer la intención detrás de cada mensaje y a verificar los datos antes de creerlos.
La práctica mediática se expresa en tres niveles complementarios:
- Transparencia informativa: Las conferencias matutinas —criticadas por su extensión— funcionan como fuente de documentación pública y abierta. Cualquier ciudadano puede revisar las cifras originales, los contratos, los videos y los documentos oficiales. La información deja de pasar por el filtro corporativo de las redacciones privadas y se democratiza su acceso.
- Verificación ciudadana: Iniciativas como Infodemia MX[3] y los medios públicos: Canal 11, Canal 14, Canal 22 del Sistema Público de Radiodifusión constituyen una red de contraste colaborativo. No se trata sólo de corregir errores, sino de formar audiencias más escépticas, que exigen fuentes y contexto antes de reproducir un mensaje.
- Participación crítica: Las redes sociales, que en otros países son campo de batalla de la polarización, en México se están transformando en laboratorios de verificación colectiva. Los usuarios no sólo opinan: investigan, replican, analizan. Y ese hábito cotidiano —aprender a dudar con argumentos— es el núcleo mismo del Humanismo Mexicano digital.
En conjunto, este proceso ha producido algo más profundo que una estrategia comunicacional: una ciudadanía mediáticamente habilitada para ejercer su libertad informativa sin caer en el simplismo infantil de que todo es mentira ni en el fatalismo evasivo del todo está controlado.
Pedagogía digital: la raíz educativa del modelo
El componente más profundo de esta estrategia está en la educación. La Nueva Escuela Mexicana ha incorporado explícitamente la formación digital y mediática en su perfil de egreso: desarrollar estudiantes capaces de analizar críticamente la información, identificar sesgos y distinguir hechos de opiniones. No se trata solo de usar dispositivos, sino de comprender el poder político, económico y ético de los datos.
A esto se suma el trabajo de los medios públicos, universidades y comunidades digitales que, de forma articulada, promueven talleres de verificación, el uso ético de la inteligencia artificial y seguridad en línea. Programas como Conéctate y Aprende o las cápsulas de Infodemia Educa han convertido la alfabetización digital en una tarea colectiva: una pedagogía popular del siglo XXI.
El Humanismo Mexicano digital, en ese sentido, no surge de la nada. Hereda la tradición de educación cívica del cardenismo, la pedagogía crítica y la confianza en la inteligencia colectiva. Lo que antes era educación cívica hoy es formación mediática: el mismo impulso de libertad, adaptado al entorno digital.
La democracia que se defiende pensando
Cada campaña de desinformación ha funcionado como una vacuna social. Las etiquetas falsas, los montajes y los ataques mediáticos se desinflaron no porque fueran censurados, sino porque fueron desmontados públicamente. La verdad, en este modelo, no se impone: se demuestra. Y esa diferencia es crucial. La sociedad mexicana, acostumbrada a escuchar, comparar y debatir en un entorno de acceso abierto, ha desarrollado una resistencia cognitiva frente a los intentos de manipulación.
México se ha convertido en un caso de estudio por su apuesta a enfrentar la infodemia sin recurrir a la censura, privilegiando la exposición pública y la verificación. En lugar de una guerra contra las redes, ha emprendido una pedagogía mediática. Y eso representa un cambio de paradigma: no se trata de apagar los algoritmos, sino de entenderlos, de aprender a pensar por encima de ellos.
El Debate Internacional y las Críticas Previsibles
Los críticos acusan a este modelo de ser propaganda, pero la propaganda oculta sus fuentes; el Humanismo Mexicano las exhibe y las sustenta. La propaganda busca obediencia; este modelo busca comprensión. La propaganda infantiliza; la inteligencia digital exige madurez cívica.
Reconocer los logros no implica negar los desafíos: el riesgo de burocratizar la verdad o de confundir pedagogía con catequesis está siempre presente. El paso siguiente debe ser institucionalizar la inteligencia mediática como política de Estado, integrándola en los planes educativos, los medios públicos y las estrategias de innovación. Que la verificación y el pensamiento crítico sean parte del currículo nacional, tanto como las matemáticas o la historia.
Liberar la verdad
Mientras las democracias occidentales se hunden en la sobreinformación y los regímenes autoritarios sofocan la crítica en nombre del orden, México ensaya un camino intermedio: una soberanía informativa basada en la transparencia, la crítica y la confianza en la inteligencia popular. No es un modelo perfecto, pero sí vivo: evoluciona a diario, aprende de los errores y entiende que el problema no está en las redes, sino en cómo las usamos, en aprender a servirnos de ellas y no estas de nosotros.
Porque la tecnología, sin ética ni pensamiento crítico, siempre termina sirviendo al poder de unos pocos. México, en cambio, ha decidido usarla para ampliar el pensamiento de muchos. Esa es su verdadera revolución digital: una ciudadanía que no se limita a consumir información, sino que la analiza, la contrasta y la reconstruye colectivamente.
La investigación de InfodemiaMX sobre la marcha de la Generación Z del 15-N no es sólo un episodio político; es la prueba de que una sociedad habilitada con competencias digitales puede defender su democracia sin censura. Y quizá esa sea la lección más importante que México ofrece al mundo: la tecnología puede vigilar la información, pero sólo el pensamiento crítico puede liberar la verdad.
[1] Entre la anarquía algorítmica y el paternalismo digital – Revolución 3.0
[2] Revelan cómo se ha impulsado artificialmente la marcha de la “Generación Z”


