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¿En qué país viven la oligarquía y sus voceros?

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Mientras la oligarquía y sus voceros ven un México ideal, como sacado de un cuento infantil, la realidad nos muestra cada día que nos encaminamos a gran velocidad hacia un pantano que acabará tragándonos. Como que la Presidencia les pidió de favor que le echen la mano en los medios, y vaya que lo están haciendo, aunque se les pasa la mano y por lo mismo sus loas al gobierno federal pierden efectividad, quedan como lo que son: burda palabrería hueca.

Buen ejemplo de la anterior afirmación lo tenemos en las declaraciones a los medios del presidente de la Asociación de Bancos de México (ABM), Luis Robles Miaja, después de criticar que “en algunos círculos” se cuestionen “los logros de nuestro país”. Dijo: “La aplicación generalizada del Estado de derecho, la reducción de la pobreza, el combate a la informalidad en la economía y la reducción de la desigualdad en la sociedad son asignaturas sobre las que se ha avanzado, pero aún queda mucho por hacer”, señaló al final para no parecer un enajenado mental.

Porque es en esos renglones precisamente donde ha habido graves retrocesos, que se agigantaron con el arribo del PAN a la presidencia de la República. ¿Cuál aplicación generalizada del Estado de derecho, si pisotearlo es lo que nos tiene como estamos? ¿No es una burla decir que se ha reducido la pobreza, cuando ese flagelo es el que más ha crecido en los últimos treinta años, al grado de que cerca del 60 por ciento de la población se encuentre en ese rango? ¿Cuál combate a la informalidad si seis de cada diez personas en edad de trabajar se encuentra en ella?

Lo que merece un comentario más puntilloso es la afirmación de que se ha reducido la desigualdad en el país, cuando cifras oficiales demuestran que dicho fenómeno estructural es una de las principales consecuencias de las políticas públicas seguidas desde hace tres décadas. Incluso el papa Francisco ha hecho severas críticas a esta realidad de México, fenómeno que es del conocimiento público a nivel mundial, que se reafirmó a raíz de la inenarrable masacre ocurrida en Iguala hace exactamente dos meses, sin que hasta la fecha el gobierno federal haya encontrado manera de cerrar el caso, como quisiera para que se pararan las justas críticas que se hacen en el mundo sobre la ausencia de civilidad en nuestro país.

Aun así, en medio del dolor de millones de mexicanos envilecidos por la miseria y por los abusos de funcionarios públicos y de burócratas al servicio de la oligarquía, Robles Miaja se atreve a decir que “se ha consolidado un régimen democrático en todos los órdenes de gobierno, gracias a la participación activa de la ciudadanía y de los partidos políticos”. ¿Acaso la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) no canceló de manera definitiva la vía institucional para que la sociedad participe en la búsqueda de soluciones viables a los grandes problemas nacionales, como sucedió recientemente al rechazar la consulta ciudadana en relación con la reforma energética?

En este contexto, ¿qué caso tiene que Peña Nieto acepte que “el país ha vivido momentos de consternación, críticos y dolorosos, ante los cuales debemos asumir una actitud propositiva y constructiva del México que queremos tener para esta sociedad”? Lo sensato y razonable sería que en vez de discursos actuara con hechos concretos que demostraran su “consternación”. En vez de ello, quiere seguir “gobernando” a través de los medios electrónicos, los cuales están más que puestos a servir al jefe del Ejecutivo por los enormes privilegios que reciben a cambio.

De ahí lo grotesco de la ceremonia de premiación anual que organizan los empleados sindicales de los magnates de la industria de la radio y la televisión, que sólo es un gran marco de elogios mutuos entre ambas partes, empresarios del ramo y el mandatario en turno, absolutamente ajeno a la realidad que se vive y sufre en el país, como lo demostró el discurso de Tristán Canales, el vocero de los magnates de los medios electrónicos. Lo bueno de tan burdos ditirambos de unos y otros es que dejan ver una complicidad profunda y cínica que contribuye a que cada vez más ciudadanos abran los ojos y no se resignen a seguir siendo engañados.

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