Por Jonás Alpízar*
Café, esmeraldas y mujeres hermosas. Antes, la capital antioqueña era conocida sólo por cosas como éstas. Hasta que llegó Pablo Escobar. ¿Cómo recuerda una ciudad al hombre que lo cambió todo?
(06 de agosto, 2013).- Los estruendos podían significar una de dos cosas. O eran fuegos artificiales lanzados por el Cártel de Medellín que festejaban una coronación –así se llamaba a un envío de mercancía que alcanzaba exitosamente su destino en Estados Unidos–, o eran detonaciones causadas por coches bomba, artefactos explosivos, atentados perpetrados por el mismo grupo criminal. Las noches de Medellín en los años 80 no pasaban fáciles. Los continuos estruendos podían significar una de dos cosas, y ninguna de las dos era buena.
Había jurado que jamás escribiría de narcotráfico. Fue hace varios años cuando prometí nunca tocar temas como cocaína, sicarios, ejecuciones, capos, cárteles; nada que tuviera que ver con la llamada narcocultura. Ni siquiera me gustan los corridos, mucho menos sus vertientes de temáticas delincuenciales. Pero entonces viajé a Colombia. A Medellín, para ser más precisos. Y fue ahí donde encontré la sombra remanente de un Pablo Escobar que a pesar de tener diez años muerto vive aún a través de gente, de mitos y de lugares. Fue por medio de estos lugares que pude conocer de este personaje tan enigmático como fascinante.