Si se creyera superlativo afirmar que Charly García es la voz de la Argentina, entonces bastaría con recordar que cualquier artista, de forma más o menos consciente, expresa su representación del mundo, el fotograma del presente que descifra, que observa, que siente. Con sus fobias, con sus filias, con sus afectos y sus efectos. ¿Qué mundo mira Charly García para cantarle a la lógica del escorpión? ¿Qué usa de prisma ese viejo superviviente?
Charly, así como cantó al mundo predictadura y postdictadura, parece cantarle ahora a la hecatombe de la Argentina: el retorno al neoliberalismo voraz. Pero como nunca ha sido vulgar ni superficial, Charly vuelve a refugiarse en la retórica abstracta, fragmentaria, y en el cinismo rocanrolero.
Alguna vez se le reprochó abandonar las canciones de protesta y se le acusó de echarse a bailar mientras ocurría el desastre. “El que no baila, no entiende nada”, creo que fue su respuesta.
Se le ha exigido una postura política cuando siempre ha estado allí, cifrada en metáforas y chistes amargos, porque siempre ha sido, en realidad, una postura filosófica. Hoy, ese Charly filósofo analiza la lógica del escorpión desde su locura y su instinto, en estos tiempos locos e instintivos.
Si Charly leyera esto, seguro se molestaría como cada vez que han tratado de politizarlo y/o despolitizarlo. Negaría referirse al aguijón de Milei o a los libertarios. Negaría referirse a la ideología distópica del egoísmo y la competencia insaciable. Negaría que hay imágenes que trágicamente coinciden, más de lo que se pretendía, con la cruda realidad, como suele pasarle a Charly.
Su nuevo material juega entre la ironía y la parodia, sin dejarte saber hasta dónde te toma el pelo. Sólo por llevar la contra, brinda el beneficio de la duda al hipócrita y al psicópata, se suma al club de los 27 sin haber muerto y, en “La Medicina N° 9”, confiesa: “Y aunque no pierdo la esperanza / A veces con vivir no alcanza” (acompañado por David Lebón).
En este universo de distopía melancólica, el invierno es sólo un recuerdo, ocurre un autofemicidio y “América” deja de representar la libertad para encarnar el miedo, acaso por financiar y promover la guerra en pleno siglo XXI. “Valle del futuro es un siniestro callejón / Tierra del mañana vende el puesto en un billón”, canta junto a Pedro Aznar.
Lado B
Charly reinterpreta el viejo éxito de Sui Generis: “Juan Represión”, con versos que se recontextualizan ante las recientes marchas de jubilados. Luego una invitación a “recoger estrellas al caer”, como secuela de “Chipi Chipi”. Una colaboración a ultratumba con su querido Spinetta: “La Pelicana y el Androide”. Y su versión libre de “Watching the Wheels”, para reafirmarse heredero de Lennon. “Dicen que estoy loco / haga lo que haga”.
Viene el momento de la fábula. El escorpión que le pide ayuda a la rana para cruzar el río, argumentando la lógica que ha de traicionar, a costa de su propia muerte. “No he podido evitarlo / Es mi carácter / Bebamos por el carácter”, narra Charly míticamente.
A modo de epílogo, se junta con Fito para ofrecer una lista de consejos “si quieres ser una estrella de rock”. No da más explicaciones ni comentarios. No hacen falta. De nuevo parece que, al tratar de ensimismarse, termina por darle voz a un momento y un territorio.
“Lo demás me chupa un huevo. No me chupa un huevo pero, ¿entendés?”