“La justicia es como las serpientes: solo muerde a los descalzos.”
Eduardo Galeano
Cuando el poder económico impone condiciones, cuando las grandes empresas redactan las leyes y el dinero determina las decisiones públicas, la única defensa que tienen los ciudadanos es la ley. Pero esta defensa solo funciona cuando quienes imparten justicia no se doblegan. Cuando son libres. Cuando no tienen miedo al hacer su trabajo.
El trabajo de un juez es defender la ley, incluso cuando molesta y amenaza privilegios. Un juez tiene la obligación de ser valiente, y nunca tener miedo al cumplir con sus obligaciones.
En un país moderno y democrático, la justicia debe decirle al dinero que no todo se puede comprar. Que hay límites. Que hay personas que defienden ese límite. Que las leyes también defienden a quien no tiene nada.
Pero cuando ministros, magistrados, jueces, etc. dejan de ser libres; cuando ceden ante la presión del dinero, la justicia se convierte en teatro. Las formas siguen ahí, pero la esencia se pierde. Una ley que protege al interés económico y no al interés común, traiciona su propósito.
Donde no hay jueces libres, la ley se vuelve un privilegio. Lo vemos todos los días: intereses financieros que redactan leyes, empresas que compran sentencias, cúpulas económicas acostumbradas a someter voluntades con su dinero.
Este no es un problema limitado a la corrupción. El problema es más profundo: empieza cuando los jueces ya no pueden decidir con libertad. Cuando temen fallar contra los intereses económicos. En un sistema que premia la obediencia, hacer justicia puede convertirse en castigo.
La presión no siempre se ve, pero se siente. Y cuando se vuelve normal, la justicia desaparece. El compromiso de los jueces debe ser con la Constitución, no con las ganancias de alguien. Su función no es solo técnica; también es moral, cívica y profundamente social.
La independencia judicial no protege a los jueces: protege a los débiles. Hacen falta juezas y jueces que se nieguen a ser instrumentos del dinero. Que se atrevan a defender a quienes no tienen voz.
Defender la independencia del Poder Judicial no es un tecnicismo. Es una cuestión de dignidad. Se debe fortalecer y respaldar a quienes resisten y luchan para defendernos. Esa independencia es lo que permite que exista un freno al dinero y una barrera ante el abuso.
Los jueces libres y valientes son la última línea de defensa del ciudadano. Cuando los jueces son libres, el pueblo tiene a quién recurrir. Cada vez que la ley vence al dinero, la justicia recupera su dignidad.