Por Andrés Piña
En la novela “El dia del Oprichnik” (Ed. Alfaguara, Trad. Yulia Dobrovolskaia y José María Muñoz Rovira), Vladimir Sorokin (Bykovo, 1955) retrata con gran ingenio ciertos aspectos políticos y sociales del actual gobierno ruso.
A lo largo de la historia el autor nos cuenta un día en la vida de un oprichnik, nombre que data de los tiempos de Iván el Terrible. Al parecer durante el siglo XVI, el monarca ruso instauró un estado en el que al zar se le otorgaban poderes absolutos para intervenir en cualquier asunto, ya fuera eclesiástico o no, a esto se le llamó la “oprichnina”. Los orpichniks por lo tanto eran aquellos que pertenecían a la guardia personal de Iván el Terrible, encargados de impartir un supuesto orden, que se transformó en terror y en represión.
Es por eso que Vladimir Sorokin retoma el sentido de la palabra oprichnik y decide trasladarlo en su nueva novela a una sociedad futurista en la que un día se transforma en una visión, en un relato que sigue los pasos de Andrey Komyaga, cuyo deber junto con otros oprichniks es el de manipular mediante el terror y la violencia, el destino del pueblo ruso en el 2027 (cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia).
Todo esto con la finalidad de beneficiar al monarca; al final la tarea de Komyaga es simple: ahorcar a un noble y resolver los asuntos de la soberana. El mundo ha cambiado, Rusia ahora está cubierta por una gran muralla, no existe la libertad, es el 2027 pero bien podría ser el 2014. El gobierno ha transformado mediante la represión a la sociedad, en todas partes Sorokin plasma la mezcla de lo antiguo con lo nuevo, del pasado con el presente. Su novela es al mismo tiempo un sueño y un retrato actual. Y son estos dos conceptos los que conviven en una narración extraordinaria dónde los juegos de palabras, la ironía y la belleza abundan.
Sorokin gran crítico del gobierno de Vladimir Putin, ha establecido en sus obras una suerte de criterio que se presenta como la conformación de una voz rebelde, es en otras palabras la conciencia de un pueblo que mira con desdén al presente; se rumora que los tiempos de la Unión Soviética quedaron atrás, pero el totalitarismo y la falta de políticas democráticas siguen tatuadas en la cúpula gubernamental. Es curioso ver que Vladimir Sorokin durante la cortina de hierro fue un disidente, ahora pertenece a la oposición; parece que la literatura y la fuerza de sus palabras no se detienen, pues tienen hambre y quieren devolverle al idioma ruso la calidad que tenía cuándo Tolstoi escribía entre sus seguidores.
Aún recuerdo la vez que lo conocí; escucharlo hablar sobre la importancia de un idioma como el suyo y la esperanza que albergaba fue una gran impresión para mí, allí comprendí que para ciertos escritores la batalla consigo mismos y con el mundo nunca termina. La historia de Andrey Komyaga es un poco también la historia de Vladimir Sorokin, pues no pretende ser dogmática, simplemente es el resultado de una mirada llena de futuro.