En tierra de nadie, donde los periodistas caminan intentando no pisar los cadáveres de sus colegas caídos en el cumplimiento de su deber, no se pueden dar precisiones de las unidades, nombres de los bandos, ubicaciones geográficas, cantidad de elementos y armamento, mucho menos la historia económica de alguno de los grupos en disputa. No puedes decir nada. Todo debe ser muy vago.
A partir del 2000 el país ha vivido una gama de procesos trascendentales que lo han llevado a padecer la situación por la cual hoy millones de ciudadanos transitan. Parte de esas piezas claves han sido sacadas a la luz, de forma cruda y sin matices, miles han tenido la oportunidad de enterarse, de sacar juicios y conjeturas, indignarse e incluso alzar la voz, motivados por un hecho el cual pudo haber permanecido en la oscuridad.
La mayoría de los medios de comunicación los dejaron pasar, no los creyeron relevantes, no les prestaron atención, lo soltaron entre el olvido y la insignificancia, no así hubo una minoría que se arriesgó a la crítica, a los embates gubernamentales, al desprecio y al entredicho, basados en principios, convicciones, creencias e ideales ejercieron su compromiso deontológico con la colectividad.
Se avizora entonces una línea peculiar de investigación, donde las historias de aquellos que no pueden contar sus tragedias son las noticias principales, abandonando así las versiones “oficiales”, cuyo rol siempre ha sido encubrir, señalar y nombrar culpables sin pruebas.
Esa minoría de medios que desde su creación se han dedicado a romper estructuras establecidas y hacer un periodismo más cercano a la sociedad, más humano, se han ganado enemigos, que a diario tienen la tarea de leerlos para denostarlos, porque si son pocos quienes escriben sobre violencia y narcotráfico, son menos los que se caracterizan por plasmar con fundamentos y fuentes la relación entre dicho fenómeno delincuencial y el sistema político-militar mexicano.
Siendo una minoría vencida, es contundente la decisión de tomar partido, cerrar filas, a favor de las causas perdidas. Torturas, tratos crueles por parte de las fuerzas armadas, Ayotzinapa, Tlatlaya, los rostros del despojo, la evocación de las luchas sociales y los movimientos civiles que se sublevan ante la flagelación gubernamental, núcleos que jamás se deben soterrar.