Enrique Peña Nieto, cuyas políticas se basan en la protección de actos de tortura, detenciones arbitrarias, ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas, pobreza, desempleo y limpieza social, sigue insistiendo en maquillar burlonamente otro México, pero la estrategia de manipulación de masas se percibe fallida cada vez más con mayor fuerza.
La realidad desmiente el burdo discurso oficial. Los mexicanos tienen elementos para sostener que han padecido los vericuetos de la violencia, manipulaciones electoralistas y otras leyes sobre las que se han basado estos tres años el galopar duro y constante de la tragedia y la violencia, que han legitimado la muerte en este lúgubre país.
Este gobierno ha arrasado desproporcionada y cobardemente con decenas de miles de familias, quienes han perdido su vida, sus pertenencias, sus raíces, su dignidad. México no necesita ser informado, cuando las raíces del priismo, tanto las más nuevas como las más gruesas, se han padecido en formas inexplicablemente inhumanas, ya sea por el saqueo de tierras, riquezas y recursos, como por la acumulación en pocas manos del poder y la manipulación de las instituciones del Estado que han generado una violencia mortal.
El último informe de Peña Nieto no representa a ninguno de los mexicanos, porque ha borrado todas sus tragedias, como ayer y como hoy, el viejo PRI en un siglo distinto elimina de su memoria la presentación con vida de todos los desaparecidos, la justicia para los presos y procesados políticos, la defensa del territorio, el agua y los recursos naturales y se afianza a favor de los crímenes de estado.
La realidad es que al igual que la banda presidencial, a Peña Nieto se le cayó el país.
Ante esto, se requiere de un nuevo consenso nacional, abandonar la pasividad y definir un nuevo camino, que rompa con el eje que estructura la concentración del poder y la manipulación de éste, que lacera a la sociedad. Un consenso en contra de la oligarquía y de su modelo, generador de exclusión, empobrecimiento y muerte.