Valentina Pérez Botero / @vpbotero3_0
(24 de mayo, 2013) La industria automotriz encontró el apéndice de los autos en el escape. Al igual que muchos cirujanos que dicen que la gotica de intestino ni quita ni pone, el tubo alargado y metálico perdió su utilidad con la llegada de los motores eléctricos.
La eliminación del escape se vendió como la llegada de los carros “cero emisiones”, al cambiar el motor de gasolina por uno de batería el problema de los gases de efecto invernadero pareció resuelto. Pero sólo pareció, la última investigación de Bjonr Lomborg, ambientalista danés, encontró que las emisiones de CO2 no se eliminaron, sólo se desplazaron.
La fabricación de un auto eléctrico produce aproximadamente 13 mil 500 kgs de emisiones de dióxido de carbono, el doble de lo que genera la producción de un auto convencional, que se estima en 6 mil 350 kgs.
Si el cálculo de producción de cada respectivo modelo se le suma el dióxido de carbono generado por cada kilómetro recorrido, el carro eléctrico reduce a la mitad lo que genera su antecesor, pero sólo logra reducir un 24 por ciento la emisiones de CO2 si se le suma el excedente de gases de efecto invernadero que su manufactura produce.
Se calcula que un auto eléctrico durante su vida útil producirá 8.7 toneladas menos que uno de motor convencional. Aunque la cifra de reducción pueda sonar significativa, en términos económicos se calcula que cada tonelada cuesta, por los daños que causa, cinco dólares. Esto quiere decir que un carro eléctrico ahorrará 44 dólares en daño al ambiente.