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Chamarrita de Efraín Huerta

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Je te respire comme si tu étais…

-Rainer Maria Rilke-

Por Andrés Piña / Revista Hashtag

(31 de julio, 2014).- Es bien sabido que para analizar la obra de los próceres en un ensayo necesitamos ponernos serios, como si fuéramos a hablar de algo que nadie entiende, pero que guarda una gran importancia. En este caso me dispongo a escribir sobre un autor, él cual no fue ampliamente comprendido en su primera época de creación poética, pero que sin duda es el poeta de las calles y las banquetas, el poeta de los absolutos, esa figura mítica que convive entre el amor y la ira, entre el sabor amargo del concreto y la visión poderosa de una mujer. Un creador cuya poiesis un buen día retrata a una muchacha ebria y otro discute sobre el encarcelamiento de jóvenes estudiantes.

Pero esto no es un manifiesto, es más bien una chamarrita, un canto sureño que no busca más que recordar a 100 años de su nacimiento, al poeta Huerta, al hombre comprometido, a ese trovador urbano que marca la pauta para el nacimiento de toda una generación, que vive y respira humo de escape, niebla de madrugada citadina; poesía de casas de latón. La obra de Efraín Huerta es una rose de Jéricho, como bien dice el poema de Cocteau. Ya que nace entre la caída de un mundo, que viene a ser el de los contemporáneos. Solamente para iniciar la cofradía de Taller. Pues es entre este derrumbe de cosas que sus letras crecen como flores, les clairons militaires / Mettent partout les murs, les pétals par terre… canta Jean Cocteau en el mismo poema, pues como él dice, los pétalos en la tierra, no son sino la belleza derramada. Esta misma belleza que poseen Los hombres del alba, poemario de Huerta elemental para entender su proyección creativa, aquello que unos llaman: visión pero que yo llamo: pathos, lugar estético donde navegarán sus preocupaciones de artista y hombre.

Para mí lo mismo que para muchos poetas de mi generación, llegar a la obra de Efraín, fue llegar bajo la mirada fija de un maestro, yo comencé a aventurarme leyendo La muchacha ebria y fue ahí, en un taller de poesía que se impartía en la Colonia Roma, justo en la Casa del Libro, que a mis 17 años aprendí a encontrar mis propias musas, mi abismo, mi flor. Si acá un poema es eso, en otros lados y otros idiomas es a penyeach, pero amabas versiones concuerdan en aquello que dijo James Joyce: Rosefrail and fair-yet frailest / A wonder wild.

Un prodigio salvaje en otras palabras, es lo que encontramos cuándo Huerta nos dice: Yo pienso en mi mujer: / en su sonrisa cuando duerme / y una luz misteriosa la protege. El quiebre del ars poetica que se da en Declaración de odio, afirma que ya basta de dibujar figuras de mármol, de cantar nocturnos, ahora todo lo contrario, besaremos el barro. Huerta nació en Guanajuato, como Rilke en Praga, pero es quizá en la Ciudad de México dónde encuentra la experiencia adecuada que le permite transcribir sus sentimientos, en una obra rebelde y desenfadada. Menciono a Rilke, porque Heidegger sostenía que era en Ronda dónde Rainer escribió sus mejores poemas, el poeta es de todos lugares, pero la inspiración reside en un momento, en un instante, en un lugar. No es en el norte lleno de soledad sino en la ciudad revuelta, que Efraín comienza su labor de paisajista moderno.

La belleza contenida en Los hombres del Alba es belleza que se parece un poco a la justicia. Y entonces nos preguntamos como Hawthorn en The Paradise of Children: “Pray who are you, beautiful creature?”. Pero no nos pongamos demasiado metódicos. Huerta está allá en una biblioteca, repartiendo panfletos al tiempo que habla sobre la muerte y la vida, está allá sonriendo junto a Octavio Paz y a José Revueltas, el tiempo no es tiempo si no leemos un verso suyo. A 100 años de su nacimiento los poemas de Huerta son indispensables.

 

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