Fotos: Javier Bonilla/@JavoBonilla3_0
(05 de junio, 2015).- Verdaderamente caminar por éste bosque puede convertirse en una experiencia estética invaluable; desde sentir las pisadas sobre las hojas, escuchar el canto de los pájaros y el roce de las ramas, respirar el olor de los árboles y la tierra, ver la majestuosidad verdosa de un lugar que produce olvidar, por un momento que estamos dentro de una ciudad.
Todos conocen Chapultepec; a muchos nos mandaban de niños al Museo de Antropología e Historia como parte de una tarea (aunque quizá en ese tiempo no nos entusiasmaba tanto como al salir, mirar asombrados a los voladores de Papantla caer del cielo mientras giraban de cabeza). También nos llevaron al Museo del Papalote donde jugábamos y de paso aprendíamos, con nuestras familias comprábamos bonafinas y chicharrones preparados mientras caminábamos hacia el zoológico o a La Feria. Más tarde quizá tuvimos alguna cita en el lago y probablemente, en solitario o con amigos, visitamos más de una vez, el Museo de Arte Moderno o el Rufino Tamayo. Por una u otra circunstancia, hemos estado aquí.
Quizá pasado ese tiempo, cuando escuchamos hablar del bosque lo sentimos ya trillado. Incluso puede ser que de camino a nuestros trabajos o casas pasemos por sus afueras y apenas volteemos a verlo. Sin embargo, éste bosque de más de 600 hectáreas guarda entre sus copas una historia impresionante y sitios que quizá nunca hemos observado.
Chapultepec es una palabra náhuatl que significa “cerro del chapulín”. Éste cerro era un lugar sagrado para los mexicas quienes llegaron aquí antes de fundar Tenochtitlán, sin embargo, fueron expulsados por los tepanecas, un pueblo que estaba cerca de aquí con anterioridad. Todo cambió años después cuando Tenochtitlán consuma su poder sobre otros pueblos y sus gobernantes volvieron a éste lugar que, desde entonces, forma parte imprescindible de la historia no sólo de la Ciudad sino de México.
Del cerro del chapulín brotaban manantiales, según las crónicas, de un azul profundo (de eso ya no queda nada pero debió ser una maravilla y se entendería, sin problemas, porqué fue un lugar sagrado) Nezahualcóyotl, que además de poeta y filósofo excepcional era un admirable arquitecto, fue invitado por Moctezuma para diseñar un acueducto que suministraría el agua de éstos manantiales hasta la antigua Tenochtitlán. Fue una obra maestra que alimento del “oro líquido” al centro de nuestra ciudad por muchos años. Aún ahora se conservan, aunque modificados, los baños de Mocetzuma donde el agua se recolectaba para ser enviada. No fue la única aportación del rey texcocano; también sembró varios ahuehuetes, uno de los cuales aún hoy puede visitarse, a pesar de ya no está vivo, sigue imponentemente de pie. Los antiguos habitantes sembraron muchísimas especies de plantas y llevaron variedades de animales para poblar este lugar, es avasallador pensar que algunos de los árboles o plantas que ahora vemos fueron una vez sembrados por ellos. Chapultepec era pues, un lugar de contemplación y descanso, un sitio lleno de simbolismos de lo sagrado.
La conquista española, entre muchas otras cosas, aniquiló el acueducto y el sentido tan profundo que los antiguos pobladores profesaban a este sitio. Hernán Cortés pretendió adueñárselo y en la cima del cerro, donde antes se encontraba un adoratorio a Tláloc, colocó una ermita religiosa. El Rey Carlos V, sin embargo, expidió una ordenanza indicando que los bosques, manantiales y pastizales eran comunitarios. Por supuesto que lo “comunitario” fue relativo y al final los Virreyes de la Nueva España fueron nos que se apropiaron del lugar y construyeron el Castillo de Chapultepec como su casa de descanso. Como ya sabemos, más tarde fue el Colegio Militar y posteriormente el hogar de Maximiliano de Hasburgo y Carlota.
Después de la Reforma, el Castillo fue casa de los posteriores presidentes de México. No fue sino hasta 1939 cuando Lázaro Cárdenas destinó el Castillo a ser un museo donde todo el mundo pudiera entrar, convirtiéndose luego en el Museo Nacional de Historia. El resto del Bosque ya era público desde la gestión de Porfirio Díaz quien también mandó a hacer el lago mayor y algunas otras modificaciones. En los años 60, comenzaron a crearse los otros museos (Antropología e Historia, Arte Modero y Rufino Tamayo, El Caracol, entre otros) aprovechando que era un lugar de gran afluencia.
Sin embargo hay que tener en cuenta que por mucho tiempo fue un lugar de acceso para sólo unos pocos y paulatinamente se fue convirtiendo en uno de los centros de convivencia social más importante de la Ciudad. Dicho sea de paso, Chapultepec es el bosque urbano más grande de América Latina y el más antiguo.
A las faldas del cerro, existe un lugar magnifico; el audiorama. Es un espacio rodeado por árboles y flores dónde que Salvador Novo nombró “In Xochitl in cuicatl” (flor y canto), frente a los cómodos sillones metálicos y con música clásica de fondo, se encuentra la entrada al inframundo, suena extraño, pero la cueva existe (aunque cerrada por cuestiones de seguridad) y se dice que es una entrada al Mictlán.
Nuestras visitas al bosque suelen ser a los lugares comunes, sin embargo, es interesante atreverse a tomar nuevas rutas hacia lo desconocido, una propuesta es rodear el cerro y prestar atención a sus faldas; se puede encontrar una piedra tallada presuntamente de Moctezuma, árboles con raíces imponentes, pasando por el encuentro de fuentes y monumentos de belleza inusitada. Falta hablar de los otros lugares de Chapultepec, pues éste lugar es en sí mismo un mundo, será en una próxima ocasión. Sin embargo, con este breve vistazo es ya posible percatarnos del privilegio que es tener un lugar en nuestra Ciudad con esa historia y belleza desbordante. Hay que saber reconocerla y darse permiso para, un día cualquiera, cambiar de rumbo y sumergirse en este espacio natural, un respiro así siempre viene bien.