Las guerras en Afganistán e Irak se han convertido en un estudio de campo sin precedentes en las relaciones humanas con estos seres artificiales. En la foto, robot de desactivación de bombas antes de dirigirse a Afganistán. / Express Newspapers
Simpatía por lo artificial
A medida que los asistentes digitales se vuelven omnipresentes, nos estamos acostumbrando a hablar con ellos como si fueran seres sensibles. Hay quienes ya tratan a Siri, Alexa o Google Home como confidentes, como amigos y terapeutas.
“Cada vez creamos más espacios en los que la tecnología robótica está destinada a interactuar con los humanos –indica Darling–. Nuestra inclinación a proyectar cualidades reales en los robots plantea interrogantes sobre el uso y los efectos de la tecnología”.
En su libro Alone Together: Why We Expect More from Technology and Less from Each Other, a la psicóloga Sherry Turkle le preocupa que las relaciones seductoras de robots, que se supone que son menos agotadoras que las relaciones con humanos, tienten a las personas a evitar la interacción con sus amigos y familiares.
A medida que la inteligencia artificial impregna nuestras vidas, debemos enfrentarnos a la posibilidad de que afecte nuestras emociones e inhiba conexiones humanas profundas.
Darling justamente investiga los efectos sociales, éticos y legales a corto plazo de la integración de la tecnología robótica en la sociedad. Explora cómo los robots sociales funcionan como reflejos de nuestra propia humanidad: cómo incitan nuestras emociones, cómo son disparadores de empatía, además de funcionar de compañía de personas dentro del espectro autista o en una población cada vez más avejentada.
En 2013, en un taller realizado en Ginebra, Darling, le dio a cinco equipos de personas un robot Pleo, un dinosaurio de juguete para niños, de ojos confiados y movimientos cariñosos. Les pidió que le pusieran un nombre e interactuaran con ellos durante aproximadamente una hora. “Luego les dimos un martillo y un hacha –recuerda– y les dijimos que torturaran y mataran a los robots”.
Ninguno de los participantes aceptó hacerlo. Así que finalmente, Darling amenazó: “Vamos a destruir todos los robots a no ser que alguien destruya con un hacha uno de ellos”. Entonces, una mujer se puso de pie, tomó el hacha y le dio un golpe al robot en el cuello. Toda la habitación se estremeció. “Fue mucho más dramático de lo que nunca habíamos anticipado”.No se trata solo de una anécdota. En un estudio, investigadores de la Universidad de Duisburg-Essen en Alemania utilizaron un escáner de resonancia magnética funcional para analizar las reacciones de las personas ante un vídeo de alguien que torturaba un dinosaurio robótico Pleo: asfixiándolo, metiéndolo dentro de una bolsa de plástico o golpeándolo.
La psicóloga Astrid Rosenthal-von der Pütten y sus colegas descubrieron que los participantes experimentaban una sensación de empatía al ver a un robot sometido a tortura. Las respuestas fisiológicas y emocionales que midieron fueron mucho más fuertes de lo esperado, a pesar de ser conscientes de que estaban viendo un robot.
Este tipo de reacciones se advierten en las redes sociales cada vez que la compañía Boston Dynamics sube un nuevo vídeo de uno de sus robots que reciben patadas y tirones para demostrar que pueden lidiar con fuerzas imprevistas.
En 2015, incluso la organización por los derechos de los animales PETA se pronunció: “Si bien es mucho mejor patear a un robot de cuatro patas que a un perro real, la mayoría de las personas razonables consideran que incluso la idea de tal violencia es inapropiada”. Sin mencionarlo, hacían referencia al argumento de la serie Westworld, sobre un alzamiento robótico luego de décadas de subyugación.
En ese sentido se creó la campaña Stop Robot Abuse: “¡Actúa junto con nosotros para detener el abuso y la crueldad hacia los robots! ¡El abuso de robots es un problema real y debe detenerse inmediatamente! Únase y ayúdenos enseñando a los niños humanos cómo manejar mejor los robots desde una edad temprana”.
Sin embargo, el problema con la tortura de un robot no tiene nada que ver con el robot en sí, sino con los valores sociales y los impulsos de las personas que ven tal espectáculo.

Robot asistencial RI-MAN. Foto gentileza de RIKEN.
Nuevos y viejos derechos
La apariencia de las máquinas juega un papel importante en cómo las tratamos. En 2016, investigadores de la Universidad de Stanford descubrieron que la gente se siente realmente incómoda cuando se les pide tocar las partes íntimas de un robot. “La gente responde a los robots de una manera primitiva y social”, dice la Jamy Li, una de las autoras del estudio. “Las convenciones sociales sobre tocar las partes privadas de otra persona se aplican también a las partes del cuerpo de un robot”.
En muchos casos, las percepciones que tienen las personas sobre lo que es y es capaz de hacer un robot provienen de la ficción. “Creo que estamos muy atrapados en las ideas de ciencia ficción y la cultura pop de lo que la inteligencia artificial y los robots pueden hacer o no pueden hacer –señala Darling–. Las personas a veces sobrestiman o subestiman lo que la tecnología puede hacer”.
Proyectamos en los robots más inteligencia de la que realmente tienen. Los robots aún no pueden lidiar con cosas fuera de parámetros muy limitados. Esta atribución, en ciertas ocasiones pude ser divertido y en otras, problemático. Como recuerda esta investigadora, existe el concepto de sesgo de automatización: “A veces confiamos demasiado en las máquinas. Confiamos ciegamente en su toma de decisiones, o confiamos en que un algoritmo es neutral y no sesgado. A menudo, ese no es el caso”.
En el caso de Opportunity, la percepción social estuvo, tal vez, influenciada por personajes como el robot Wall-E. Y también por el curioso estilo de redacción de las cuentas oficiales de Twitter de este tipo de máquinas o lo que se conoce como encuadre antropomórfico: en sus redes sociales, parecen vivas, con personalidad y voluntad.
La infiltración de estos seres artificiales en la sociedad y en nuestros ámbitos privados abre así un territorio inexplorado para la psicología. “La llegada de los robots se siente como si una raza alienígena aterrizara en la Tierra. No sabemos qué hacer con ella”, dice Darling, quien sospecha que durante una primera fase trataremos a los robots como mascotas.
Lo que sigue –¿robots sociales con derechos legales? – por ahora pertenece al dominio de la ciencia ficción y la especulación. O no tanto: en 2017, Arabia Saudita se convirtió en el primer país en otorgar la ciudadanía a un robot. Sin estar obligada a usar hiyab o a estar acompañada por un tutor masculino, este ser artificial de aspecto femenino recibió algunos derechos que las propias mujeres sauditas no pueden disfrutar en su país.