Ivonne Acuña Murillo / @ivonneam
(14 de febrero, 2014).- Muchos han sido los intentos por definir al “amor”, las aproximaciones en torno a este fenómeno atraviesan muchas áreas del saber humano. Desde la biología, el psicoanálisis, la psicología, la sociología, la filosofía, la religión, la antropología, la astrología, incluso la política se ha buscado caracterizar esta fuerte inclinación hacia algo o alguien.
En lo que respecta al “amor romántico” se le ha definido como un “sentimiento intenso” a partir del cual el ser humano, en función de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser para lograr la completud. Este sentimiento nace de la atracción que otra persona puede ejercer sobre la que ama, motivando su entrega, a veces parcial, a veces total.
El amor así definido tiene que ver con la voluntad, el compromiso, el cariño, el consentimiento y el apetito sexual. Éste último da lugar a otro tipo de acercamiento al tema en el que la química, como atracción, hace su aparición. Desde un punto de vista psico-biológico se afirma que para que haya amor tiene que haber “química”; es decir, una atracción inconsciente motivada por el olor, los labios rojos y carnosos, las caderas anchas en las mujeres, los hombros fuertes en los hombres, la estatura, el estado del cabello y la piel, el brillo en los ojos, etc. Rasgos todos relacionados con una buena herencia genética que compartir.
Así visto, el amor sería una respuesta biológica encaminada a la preservación de la especie, incluso se ha descubierto el papel jugado por un conjunto de hormonas como las “feromonas” o huella aromática individual, la “dopamina” relacionada con el placer, la “feniletilamina” que opera como una droga que hace sentir en el cielo del amor, la “serotonina” que ayuda a mantener el control, la “noreprinefrina” que induce a un estado de euforia. La acción de todas estas hormonas provoca lo que comúnmente se conoce como enamoramiento.
Otro tipo de hormonas operan para que ese estado de enamoramiento se convierta en una relación estable y duradera, éstas son la oxitocina llamada “hormona del apego o del amor” y la vasopresina conocida como la “hormona de la monogamia”.
Por supuesto, si los seres humanos fueran sólo biología, el amor se traduciría en un correr desnudos y desnudas por la pradera, el bosque, la playa, la selva en busca de un rastro aromático y del ejemplar cuyas características informaran de un buen espécimen con quien aparearse. Pero no, la cultura también cuenta, hace su aparición en forma de rituales, tradiciones, reglas, valores, normas, instituciones como el noviazgo, el matrimonio y la familia. La cultura entonces moldea a la biología y la somete a su propia lógica e informa al ser humano qué pensar, qué sentir, cómo actuar, a quién, cómo y cuándo amar.
Mujeres y hombres se ven mediados por la sociedad que de acuerdo al tiempo histórico y el lugar impone criterios para “amar”, yendo generalmente en contra de los dictados de la naturaleza.
Es así que nadie es libre de amar cómo y a quién le venga en gana, sino que debe constreñirse a lo que las buenas conciencias y costumbres dictan como lo “correcto”, lo “bien visto”, lo “decente”, lo “cristiano”, lo “moral”, lo “aceptable”, so pena de ser señalados, excluidos, castigados, recluidos.
Es el caso de muchas mujeres y hombres que a lo largo de la historia han violado los códigos establecidos y han trasgredido las normas y valores de su tiempo para convertirse en “amantes”, el ejemplo romántico literario más conocido en Occidente es el de “Romeo y Julieta”.
Al respecto hay que aclarar que en sociedades dominadas por valores masculinos generalmente la transgresión femenina es más castigada que la masculina. Desde la forma en la que se califica al transgresor se muestra una doble moral; por ejemplo, cuando el hombre mantiene relaciones sexuales con muchas mujeres es menos reprochable pues incluso es socialmente bien visto lo que se considera como prueba de su “hombría”. No se piensa así en el caso de las mujeres a quienes se califica de “ligeras”, de “putas”. Es por esto que, en la mayoría de los casos, la trasgresión de las mujeres adquiere mayor visibilidad y relevancia.
Entre aquellas a quienes se podría considerar como “grandes transgresoras” se encuentran: las reinas Cleopatra (69a.C.–30a.C.), de Egipto, y Catalina II de Rusia (1729-1796), llamada “la grande”, que tuvieron los amantes que quisieron, la primera por cuestiones de poder y la segunda por placer; la escritora Amandine Aurore Lucile Dupin, mejor conocida como George Sand (1804-1876), quien vestida de hombre disfrutaba de la vida y los espacios masculinos de París y que, sin preocuparse por el qué dirán, fue amante de Alfred de Musset y de Frederick Chopin; la filósofa y escritora Simone de Beauvoir (1908-1986), mejor conocida por haber mantenido una relación “abierta” con Jean Paul Sartre, que por su pensamiento y obra.
De alguna u otra manera estas mujeres han sido juzgadas no sólo por sus dotes políticas, literarias, filosóficas, sino por sus “amores”, aunque se puede afirmar que a pesar de todo no salieron tan mal libradas. Sin embargo, no todas lograron escapar a la sanción social que se impone a quienes violan los códigos establecidos, es el caso de Camille Claudel (1864-1943), escultora que de nuevo es más conocida por haber sido amante de Auguste Rodin (1840-1917) que por su obra y cualidades artísticas.
Camille no se conformó con ser la amante de un hombre casado, sino que al comprender que él no dejaría a su esposa y otra amante por ella, abortó el hijo que de él esperaba yendo en contra del mandato de la naturaleza, la preservación de la especie, la moral, la religión y las buenas costumbres, para después involucrarse en otra fallida relación amorosa. Las crisis nerviosas sufridas después de sus fracasos amorosos sirvieron de pretexto para que, una vez muerto su padre y protector, su madre y hermana la confinaran por 30 años en el hospital psiquiátrico de Montdevergues, de donde no salió ni muerta, pues condenada al encierro y el olvido sus restos no fueron reclamados y fue sepultada en una tumba sin nombre, misma que fue desalojada cuando el hospital amplió sus instalaciones.
Sería interminable enumerar a todas aquellas mujeres destacadas que de una u otra manera han transgredido “por amor” o “para amar” las costumbres de su tiempo y menos si se pretende incluir a todas aquellas que, sin ser conocidas, han transgredido todo lo transgredible a lo largo de toda la historia de la humanidad, con tal de estar con la persona amada, ya hombre, ya mujer.
Sirvan estos pocos ejemplos para afirmar que en casos de amor, la biología y la cultura no son más fuertes que la voluntad de amar.