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Democracia y fútbol para “jodidos”

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Ivonne Acuña Murillo

Algunos se preguntarán qué tiene que ver el fútbol con la política y desde aquí se responde: “más de lo que se imaginan”. No es casual que el presidente de la República haya exhortado a los mexicanos a darle un voto de confianza a la selección nacional, “a que nos la juguemos con México”, a pesar del pésimo papel que desempeñó en la Copa Oro. Incluso agregó: “estamos muy animados y esperanzados, a pesar de que en las últimas semanas y meses la Selección Mexicana ‘ha sufrido un poco’ “.

Es sabido de tiempo atrás que el fútbol, al ser el deporte más seguido en el mundo, es aprovechado por los políticos; ya que permite, entre otras cosas: distraer a la población de asuntos más importantes y urgentes; implementar medidas de ajuste en momentos en que la gente está más pendiente de los partidos y sus resultados que de lo que hace su gobierno;  desahogar tensiones provocadas por los problemas económicos, los bajos salarios y  la falta de oportunidades de desarrollo dado el cúmulo de emociones que produce; así como, colgarse de los triunfos de los equipos y las selecciones nacionales, cuando los hay, para mejorar la imagen de quien gobierna y acercarla más al pueblo.

Pero, ¿qué sentido tiene pedir apoyo para una selección que “no da pie con bola”, como la mexicana? Se podría deducir que Peña Nieto pretende infundir ánimos en una población necesitada de buenas noticias, que verdaderamente se siente involucrado en un deporte que mueve al pueblo de México o que de verás espera que con su apoyo moral esta selección logre salir del bache en el que se encuentra.

Sin embargo, esas interpretaciones son justamente el objetivo de este acto político que no deportivo. Como se dijo en una colaboración anterior, en política las cosas no son lo que parecen, por lo que hay que dejar de lado la ingenuidad y preguntarse qué hay de fondo en estas acciones.

Primero, se podría afirmar que existe una base cultural que inclina a mexicanos y mexicanas a conformarse con pobres resultados en diversos ámbitos de la vida social y a “seguir echándole ganas”, rogando a Dios que algún día el triunfo sea una realidad. Esto supone que, tanto en las familias como en la educación formal, se premie a niños y niñas por el esfuerzo invertido en el “ya merito” y no se les exijan resultados más precisos y contundentes; al fin y al cabo ya son “ganadores” por el sólo hecho de participar en una competencia. Esta tesis alcanzaría para explicar por qué José Manuel “Chepo” de la Torre ha sido ratificado como entrenador de la deslucida selección. Si este fuera el caso, el presidente, como producto de la misma cultura, no tendría más que apoyar la penosa actuación de la selección nacional y conformarse con una pobre expectativa.

Segundo, si la hipótesis anterior no convence, se podría adelantar otra de acuerdo con la cual existe algo así como un “dispositivo de poder”. Este concepto fue introducido en la ciencia social por Michael Foucault, quien define al dispositivo como una red formada por discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, reglamentos, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales y filantrópicas. Dentro de los elementos anteriores es posible identificar a la política como discurso, conjunto de instituciones y acciones; habría que agregar al fútbol en los mismos términos.

Desde esta lógica, la política y el fútbol forman parte de un mismo conjunto de acciones -dispositivo- cuyo fin último es la socialización de los sujetos para que respondan de cierta manera a las necesidades de un proyecto político, en el cual, la ciudadanía sólo aparece el día de las votaciones mientras que el resto del tiempo se pierde en diversiones banales (como el fútbol, las telenovelas, los programas de concursos, etc.) que tienen como propósito anular su capacidad crítica. En este contexto, la televisión también forma parte del dispositivo que alimenta una cultura de la mediocridad con fines políticos y comerciales para mantener a la gente sumida en un consumismo desenfrenado, irreflexivo e irresponsable sin ocuparse de las consecuencias que las acciones políticas conllevan.

Siguiendo el mismo razonamiento se entiende por qué el primer mandatario no reprochó a los jugadores y su entrenador los malos resultados y por qué no los puso como ejemplo de lo que no se debe hacer cuando de ganar se trata.  Esto lleva a plantearse una pregunta más: ¿Acaso el fracaso juega parte de una estrategia política para acostumbrar a la población a perder y a conformarse esperando que a la otra sí se pueda?

Como respuesta se puede afirmar que el llamado presidencial es un intento de control de los daños para mantener vivo el interés por el fútbol y la esperanza en glorias futuras, una táctica más para aceitar el sistema que mantiene a unos pocos “arriba” y a la mayoría “abajo”. Yendo más allá puede relacionarse el asunto del fútbol con la democracia “a la mexicana”, con la democracia del “ya merito gana tu candidato y/o partido político, tú sigue votando” y sostener que las esperanzas que provocan tanto el fútbol como la democracia están pensadas para el pueblo, pues quien se encuentra en la cúspide de la estructura de poder, sea éste político o económico, no las requiere.

Los poderosos no necesitan votar para que sus intereses sean considerados, pues los imponen por otros medios; tampoco necesitan que la selección gané, pues de todas maneras la gente acude a los estadios o ve el “fut” por la televisión o, en su defecto, lo escucha por la radio y consume todo lo que se le relaciona: camisetas, uniformes, banderines, balones, cervezas, frituras, etcétera, etcétera, etcétera.

En conclusión: tanto el fútbol como la democracia están hechas para despertar en los “jodidos” -como llamara el anterior dueño de Televisa a su audiencia- expectativas sin relación con la realidad, por lo que la selección nacional puede seguir perdiendo y el primer mandatario felicitándola.

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