Hoy será un día que habrá de poner sobre la mesa lo que podría ser el futuro acontecer nacional. No ha sido sino un abierto temor a enfrentar la realidad, a ver de frente el rostro de quienes siguen inconformes con las actuaciones y decisiones del gobierno actual, lo que los llevó a cancelar el desfile del 20 de Noviembre, del aniversario 104 de la Revolución Mexicana. Y es que si ya de por sí se tomaban decisiones sobre la forma de control a utilizar a la llegada de caravanas procedentes de Guerrero y Michoacán, así como de Oaxaca y Chiapas, los señalamientos de protestas para desestabilizar hechos por el titular del Ejecutivo y la explicación de la señora Rivera de Peña sobre la posesión de semejante residencia enardecieron muchos ánimos y se sabe que los capitalinos de nuevo abordarán calles y avenidas, por lo que las estrategias planteadas ante semejantes contingentes llevan a la posibilidad de infiltraciones de grupos de choque pagados por las autoridades federales y la aplicación de un autoritarismo mortal.
Y esta decisión de cancelar los desfiles la siguieron en otros Estados, el principal pretexto se ha centrado en evitar incidentes dentro de las movilizaciones que se prevé habrán de realizarse. Incluso desde los poderes estatales se hacen llamados a los municipales para que valoren si en sus localidades están dadas las condiciones para esta celebración de manera pacífica. Ayer se vio de nuevo la movilización del Ejército desmontando las gradas que ya habían sido instaladas en el Zócalo capitalino. Y, a manera de observación para quienes todavía insisten en el respeto que debe tenerse a determinadas zonas que son emblemáticas, los camiones militares se estacionaron en plena plancha, para no ir tan lejos cargando los fierros, como si no hubiese cientos, miles de uniformados que pueden cumplir estas labores mostrando un poco de civismo.
Solo es esto último, un punto de esos que tendrían que hacer reflexionar al mexiquense sobre lo que llama “intereses de generar desestabilización, desorden social y atentar contra el proyecto de Nación”, porque esto no puede y proviene de los familiares y ciudadanos solidarios en el caso de los 43 normalistas desaparecidos o de los manifestantes inconformes con las medidas económicas que se han dictado o con la inseguridad y los secuestros, sino de su propio gabinete, de su entorno, de los suyos, de sus amigos y colaboradores más cercanos, a los que estima en extremo y de algunos de los socios que, en sus ambiciones solo ven su propio bienestar. La ineficiencia demostrada por sus cuadros de seguridad y por los encargados de investigaciones e incluso de aplicación de la Ley, han provocado los desórdenes sociales, los reclamos, las exigencias que, como en la situación de las familias de Ayotzinapa tanto le molesta.
La desestabilización existente es producto nada más y nada menos que de una política económica que ahorca al pueblo, que ha generado mucho más pobreza. Y esa no se ve en el Congreso de la Unión en donde los suyos guardan silencio frente a la crisis que saben que sus votos ocasionaron y que, sin embargo, no se atrevieron a señalar las deficiencias de la puesta en marcha de una política fiscal en tiempos por demás difícil, con tasas de desempleo que no se habían registrado en ninguna época anterior, ni cuando no había la explotación petrolera del presente. Es claro que el cierre de tantas y tantas empresas medianas y pequeñas no se ha aliviado con programas que solo existen en el papel, pero que en la realidad son nada. También resulta visible que cientos, miles de negocios muy pequeños pero que permitían el sostenimiento de varias familias cerraran sus puertas al sentir la aplicación de un terrorismo fiscal y la conciencia de la ignorancia para cubrir estos requisitos así como la imposibilidad de pagar a quienes pudieran llenar formas tributarias que les resultan incomprensibles.
Son los que aplicaron las licitaciones como si México fuera una empresa de su propiedad los que crearon afectaciones a su proyecto de Nación. Dejaron a la vista todas las complicidades, las amistades, los compromisos, la riqueza que se enmarca para unos cuantos y nadie más. Según él existen mexicanos con tal grado de perversidad que se han aprovechado del dolor de los padres de los normalistas para generar todos estos renglones que llevaron a Peña Nieto a mostrarse molesto, enojado. Esto ha sido interpretado, a horas de su exposición, como un regaño que, quienes pagan su salario advierten no se merecen y menos aún si se tiene como comprobar que los daños que registra provienen de su gabinete, de las decisiones que toma con su asesoría, con sus estrategias.
Inútil una referencia de esta naturaleza cuando, al mirar el entorno no se visualiza a ningún político de ese partido o de otro que le apunte a quedarse con la silla presidencial. Menos aún existe en el Congreso algún grupo que pretendiera la imposición de otro Ejecutivo federal. Ahora que, del extranjero sí que pueden llegar algunos elementos que propicien e incluso financien movimientos de presión hacia este gobierno y particularmente hacia Peña Nieto. Sus alianzas y la forma en la que se abrieron las puertas a China no es visto con gran simpatía por los Estados Unidos, por ninguno de los dos partidos políticos que tienen, el que gobierna desde la Presidencia y el que tiene el control legislativo.
Lo menos que habrán de expresar en esos grupos es que “nosotros los vestimos para que otros los bailen”, ya que durante años persiguieron con singular insistencia que se establecieran reformas como la energética que les permitieran la regularización y legalización de los contratos que ya sostenían con Pemex y que estaban totalmente fuera de la Ley. Ahora a los chinitos, sin mayores obstáculos se les brindan grandes ofrecimientos y se hacen acuerdos producto de ligeras, ligerísimas presiones como la del reclamo de respeto a sus empresas hecho a través de las redes sociales por el presidente de ese país.
Tendría que observar de cerca y con lupa que los entes creados durante su mandato como el INE, no le significarán a él o a su partido una garantía de triunfo ya que desde ahora se sujeta al mandato de las televisoras, abdica de su papel de autoridad electoral y se los ceden con todo lo que ello implica. Entre lo que más se reclama está el manejo autorizado de monederos electrónicos, de los que se pusieron de moda en la elección federal en donde resultó ganador Enrique Peña Nieto, los cuales primero fueron rotundamente negados por su partido y, cuando se dio el fallo y se comprobó su existencia, todo se limitó al pago de una mínima multa. Igual sucede con el modelo que pretende imponerse sobre el prorrateo de gastos de campaña.
Así pues los temores del presidente no tienen fundamento si se trata de señalar a grupos ciudadanos, a mexicanos inconformes por todo ese entorno que conocemos y muy bien. Ahora que, como el personaje que tiene a su disposición la mejor información sobre todo lo que en este territorio se mueve –o por lo menos esa es la creencia que se tiene-, cuenta con nombres y apellidos, que los revele para que esos mismos reclamos se viren hacia quienes tienen tal capacidad de perversidad, tanta maldad albergada, que son capaces de perseguir el hundimiento de un país y aprovechar el dolor de las tragedias. A Peña Nieto le gustan las pruebas, por lo tanto y de manera congruente ¿no tendría que presentar las que dan base a sus exclamaciones? Nombres, nombres.