Por: José Serralde*
La semana del 23 de abril festejamos el Día del Libro y el derecho de autor, bien sea por adherencia de los países y las industrias editoriales a la celebración proclamada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) en 1995, o en seguimiento a una tradición comunitaria como la catalana, donde libros y rosas se regalaban desde mucho antes.
Habrá muchas fuentes para entender el nacimiento de la celebración, pero valga la pena decir que la tradición catalana y su institucionalización en el Estado español en el siglo XX, por así decirlo, fueron el vortex de un movimiento cultural promovido por instituciones, comunidades y promotores que encumbramos al libro como símbolo, ritual y objeto preciado de nuestra civilización.
La iniciativa se describe así en el sitio unesco.org en español:
Al celebrar el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor, la UNESCO tiene por objetivo promover la lectura, la industria editorial y la protección de la propiedad intelectual a través del derecho de autor.
Por este estímulo, ese día los libros circulan, se venden a precios módicos o unitarios, se intercambian, se leen en voz alta y se celebra la libre circulación del conocimiento de mano en mano. Pero, ¿qué hay sobre esa segunda celebración, la del “derecho de autor”?
Aquellos que atiendan la campaña, entenderán probablemente al menos la asociación de “libro” con el objeto que conocemos, pero es muy probable que cada quien entienda “derecho de autor” como lo necesite o pueda.
¿Está la Unesco y estamos todos celebrando ambas cosas? Trivializar la explicación y promoción enérgica de lo segundo ¿podría ser la diferencia entre una campaña que sirve al fin común y la otra a uno que no lo fuera tanto?
La confusión que oscurece la buena intención
La versión en inglés de este mismo texto para la Unesco suple el concepto: “a través del derecho de autor”, con: “a través del copyright“. El problema presenta un matiz sutil pero fundamental.
Aunque puede alegarse un extravío en la traducción, la diferencia se amplifica en contextos internacionales. El asunto no es un error de la Unesco necesariamente, pero al parecer sí un matiz cultural. El concepto “derecho de autor” es aquel conjunto de derechos interesantes que un autor recibe cuando separa la pluma de la servilleta, aprieta el botón de guardar en su computadora, o separa la tiza del pavimento plasmando su obra en un soporte físico. Sucede gracias a un convenio al cual se alinearon muchas naciones, en Berna, y en un documento que se ha actualizado múltiples veces.
Si es el derecho celebrado y todo libro tiene o tuvo un autor, identificado o no, al celebrarse los libros es gozoso celebrar a sus autores y sus derechos.
El problema es que el concepto de copyright proviene de otro tipo de legislaciones que no devienen del derecho romano. Son sistemas jurídicos como el de Estados Unidos, donde un cúmulo de historias anteriores al siglo XVII llevó a los impresores de libros –principalmente– a solicitar a la autoridad el derecho exclusivo de copiar un libro: el derecho de copiar; el copyright para poder generar copiados rentables y ganancias útiles.
El copyright es por tanto una parte de esos derechos que recibe el artista y que puede, a través de ciertos procedimientos, trasferir a terceros. En el derecho romano, esto podría asemejarse a la transferencia de los derechos patrimoniales. Pero, una vez más, no son conceptos equiparables.
¿Qué será lo que la Unesco propone difundir el día del libro? ¿Los derechos autorales en conjunto o acaso un derecho determinado, casi el único a través del cual se puede solicitar una paga?
¿Proteger una industria?
Desafortunadamente, el concepto de derecho de autor y el de copyright han sido popularizados en notas periodísticas y a través del Internet por las arremetidas de gobiernos e intereses particulares, que insisten en subsistir a través del control del derecho de copia (ACTA, PIPA, SOPA, Ley Doring, etcétera) y a través de un precio para ello: vender copias. El planteamiento es razonable pues así se hizo durante siglos, pero en mi opinión y en la de muchos, es ridículo buscar control sobre la copia en el universo digital donde TODA REPRESENTACIÓN ES UNA COPIA, primero aproximada a la realidad y luego idéntica a sí misma.
¿Qué idea tendrá el público en general sobre el “derecho de autor” que buscamos celebrar? Sobre todo cuando en el párrafo explicativo está expresada también la protección de la industria editorial. ¿Sabremos todos que la industria cultural editorial puede ser cualquier persona o conjunto de personas capaces, previa venia del autor, de hacer copias físicas o digitales?
Copiemos libros todos con autorización de un autor como un ejercicio de empresa cultural pero no siempre de industria. ¿De quién o qué protegeremos a la industria editorial? ¿De los que todos los días hacemos copias digitales de la cultura tan sólo con navegar en Internet?
Una industria que tiene que protegerse del ejercicio cultural de una sociedad, más bien debiera desaparecer de inmediato; para dar paso a una industria que puede celebrar a sus libros, su cultura y sus autores como una sola celebración: la fiesta de la evolución y la sociedad. Una que pueda financiarse a través de la participación de sus beneficios sociales. Del beneficio a sus autores y a sus lectores.
Si es que vamos a celebrar el derecho autoral también, expliquemos cada vez que celebramos el día del libro, que hablamos de un conjunto de derechos de todo ser humano y que está en nuestra decisión reservarlos para un tercero; que cierta industria editorial afuera sigue operando obsesionada por preservar el modelo de control de la copia y sobre todo, que el autor necesita de la copia para ser autor. Copiamos para aprender. Cada vez que alguien reserva su derecho de copia, ya obstruyó, aunque sea un poco, el flujo de la cultura (a veces, es inevitable, lo sabemos).
El problema no es simple y las posturas tampoco pueden serlo. Queda claro que un buen día, en el año 3001, instituciones como la Unesco tendrán que enfatizar en la explicación exhaustiva y obligatoria de estos matices, para continuar celebrando en esta fiesta magnífica. ¿En el matiz podría estar el fin de la cultura como la conocemos? Mientras tanto que vivan el libro y todos los derechos humanos.
*En REVOLUCIÓN TRESPUNTOCERO creemos en la construcción comunitaria de los medios. Por ello, fomentamos la participación de nuestros usuarios para que, juntos, generemos y difundamos la información de manera equitativa y plural. Este texto forma parte de ese esfuerzo.