Valentina Pérez Botero / @vpbotero3_0
Es un secreto recubierto con 90 por ciento de tierra y 10 por ciento de cemento: entre muros hechos de pañales, pilas e incluso marcos de bicicleta encapsulados, vivirá una familia.
La sala-comedor puede contener zapatos viejos, botellas de pet; la cocina tendrá rastros de vidrio, cubetas de plástico; el cuarto de los niños lo envolverán latas de aluminio y tapa-roscas convencionales.
Para quien se le cuente así, parecería una casa inhabitable; sin embargo, toda la basura está emparedada para crear el proyecto de casa ecológica en el que los desechos son la clave para crear los vacíos térmicos que regulan la temperatura de la casa, aligeran la construcción y reducen los costos: el 30 por ciento está hecho de desperdicios.
La casa que proponen y construyen Pablo Mansilla y la organización Sanut (Salud y Nutrición) rescata los pilares de la sustentabilidad: ambientalmente sano –materiales, ecotecnias-, socialmente justo –recupera la visión de la vivienda patrimonio- y económicamente viable –es un bien asequible para clases medias y bajas e incluso de interés social-.
El color gris, tradicionalmente asociado a la urbanización por el abuso del concreto, no sólo encuentra consonancia tonal en la nata de contaminación que pende en ciudades densamente pobladas ,como la capital mexicana, sino que ambos guardan una estrecha relación entre sí: de acuerdo con el Consejo Mundial de Edificación Verde (WGBC, por sus siglas en inglés) la construcción contribuye con el 30 por ciento de los gases de efecto invernadero .
La intensión de reducir el impacto ambiental que genera la construcción de infraestructura se conjuga con la idea que plantea Mansilla de “construir un hábitat para humanos” con el fin de usar los materiales disponibles cerca de la obra, evaluar su durabilidad, entender el ecosistema donde se construye y maximizar los recursos.
Las casas construidas por la fundación Sanut se acompañan de ecotecnias, tecnologías al servicio de la ecología, que tiene la peculiaridad de que utilizan el ingenio de las tecnologías del tercer mundo: no hay sistemas ocultos ni circuitos difíciles de reproducir, todo se puede construir con materias primas básicas con el fin de que pueda ser replicado en la zona conurbada del valle de México, en Haití, en Bogotá o en La Paz.
Estas viviendas de murobloque, además de resguardar el secreto de la basura dentro de los 30 centímetros de espesor de sus paredes, también deja invisible la clave fundamental de su bajo costo: el tiempo de construcción. En tan sólo siete días –el tiempo que en la génesis católica le tomó a dios crear al mundo- la casa está lista.
Las cimbras metálicas que permiten la delimitación concreta de los 80m2 de la casa, sus espacios, altura e instalaciones eléctricas, permiten que en un tiempo record la casa esté en pie y sea habitable. Las pocas horas hombre que se invierten reduce los costos y la hace competitiva en el mercado frente a otras casas de menor metraje y menor calidad. La viviendas de muro bloque cuestan 250 mil pesos, poco más de 20 mil dólares.
El último secreto de estas casas radica en que todo su diseño, tecnología e innovación se construyó y perfeccionó en los talleres de la fundación Sanut en Cuautla, Morelos; por lo que la cisterna de 11 mil litros –con captación de agua lluvia y filtro-, la estufa de leña –con calentador de agua y optimizador de la madera-, están incluidos en la casa.
Esta posibilidad de vivienda ya no es un prototipo. Se han vendido dos y van por más.