Valentina Pérez Botero / @vpbotero3_0
(10 de mayo, 2013) El color codificado, que sube en escala de rojos -amarillo, naranja- cuando la intensidad en la contaminación aumenta, corresponde a un adjetivo: regular, malo y muy malo. Ambas características describen la calidad del aire que respiran los habitantes de la capital mexicana.
La progresión en la contaminación y sus consecuencias en la salud humana y animal de la ciudad han llevado a la concreción de diversas instituciones públicas que han sido incapaces de detener las contigencias y precontigencias ambientales a las que se ven sometidos los capitalinos.
El Sistema de Monitoreo Atmosférico (Simat), fundado en 1987, tiene problemas de precisión, especialistas reclaman que sus censores de contaminación carecen de una auditoría externa y se desconoce sus procedimientos de mantenimiento.
Por otra parte, el Programa para Mejorar la Calidad del Aire de la Zona Metropolitana del Valle de México 2011-2020 (Proaire) de acuerdo con Telma Castro, investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), “las recomendaciones [de Proaire] no están jerarquizadas” y por ende no existe un orden en cómo cumplir las 81 medidas y 116 acciones que están contempladas.
El otro inconveniente es que no se ha podido realizar un diagnóstico certero porque no existe investigación ni seguimiento en la cantidad de afecciones por contaminación –humanas, económicas, ambientales-; la Comisión Nacional de Derechos Humanos del Distrito Federal (CNDH) señaló, en un comunicado de prensa, que a esto se suma que “no se ha actualizado el sistema de salud a las condiciones que hace más de 30 años se sabe que tiene la ciudad de México”.
Amparo Rodríguez, también investigadora de la UNAM, dijo que el problema de contaminación se debe abordar como un asunto colectivo en el que interfieren tanto diferentes actores como entidades federativas.