Por: Valentina Pérez Botero
@vpbotero3_0
Las instrucciones parecen sencillas: tome el silbato por el lado contrario a la mecha, encienda la mecha, espere a que silbe e impulse hacia arriba. Punto. Un juego pirotécnico que se resume en tres pasos. Pero mientras se sostiene, se prende y se aguarda el silbido no se sabe qué intensidad de ruido, ni con qué fuerza será impulsado hacia arriba; la adrenalina de saber que explota, se quema y emite luces hace que, casi siempre, se arroje antes de tiempo y el cohete salga desaforadamente hacia algún lugar incierto.
El Silbato loco es uno de los cohetes de fabricación nacional que se venden ilegalmente en mercados del Distrito Federal. Basta una escabullida atenta entre los estantes de dulces de La Merced, por ejemplo, para encontrar una paranoica vendedora, mujer casi siempre, que vende todo tipo de pólvora en la esquina de algún puesto
Los locales comerciales donde se encuentran los cohetes suelen tener un distintivo: más que dulces, exhiben enceres de plástico –bolsas, empaques, papel de regalo- velas y juguetitos; encima de la mercancía, sobre un improvisado mantel, se venden juegos pirotécnicos desde 5 pesos.
Pequeños huevitos, triángulos de colores metálicos, cilindros envueltos con etiquetas de cerveza Pacífico, popotes, pirámides; todos parecerían, ante una mirada distraída, unos dulces más de la basta oferta comercial del mercado pero, ante la mirada atenta, de cada figura inocente sobresale una pequeña mecha que delata su propósito: ser prendida y explotada para generar desde luces de colores hasta humo o simplemente ruido.
La variedad incluye ingenio nacional (volcanes, silbatos, hormigueros, bolitas de colores –lo nuevo de esta temporada-) e importado: la empresa Alamo Fireworks, que fabrica sus productos en China, incluso anuncia en su página de internet que “Tenemos artículos especiales diseñados para el mercado de México incluyendo Chifladores / Whistling Moon Travel, Ground Bloom Flowers / Cascadas y los Piquins.”
Los vendedores no tienen fija la mirada ni en el cliente ni en lo que venden. Sus ojos están en un constante acecho en los pasillos, tratando de detectar cualquier movimiento extraño que les permita saber a tiempo si viene algún policía. Los operativos en temporada navideña aumentan y, con ellos, los decomisos de pólvora.
La angustia permanente de los vendedores se liga a lo ilícito de la mercancía. La ilegalidad ha emparentado la forma de operar de quienes ofrecen cohetes con el comercio informal; ambos utilizan una red de Halcones o vigilantes propios, que se delatan por los pequeños radios que usan para monitorear los flujos de la autoridad y por la forma en que deben darle movilidad a su mercancía.
El improvisado mantel sobre el que yacen los productos es, en realidad, un vehículo para darle agilidad: la tela se sostiene de sus puntas y en un abrir y cerrar de ojos todos los cohetes quedan contenidos en una bolsa gigantesca con la que el comerciante buscará perderse entre el gentío de los pasillos.
Por regla, no todos los productos se exhiben, con el fin de evitar perder todo en el caso de un decomiso; por espacio, tampoco están a la vista los más grandes. Los que tienen menos rotación y son más específicos se traen por encargo especial: el comprador debe esperar hasta 20 minutos para que su Cobra o Paracaidista aparezca en una disimulada bolsa negra.
En México la fabricación, distribución y venta no están penadas a nivel federal. Estas tres actividades están reguladas por la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), encargada de emitir los permisos correspondientes. En el artículo 60 de la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos se especifica que este tipo de negocios “Podrán vender a particulares que no tengan permiso hasta 10 kilogramos en total, de dichos artificios”.
El panorama en la ciudad de México cambia. No sólo estas tres actividades básicas del comercio están sancionadas; también su uso: en la Ley de Cultura Cívica del DF se detalla la prohibición para detonar cohetes y en el artículo 25 se considera este delito como una infracción contra la seguridad ciudadana. La autorización para detonarlos se debe tramitar en la delegación donde se encenderán.
Aunque la postura frente a este tipo de entretenimiento se divide a lo largo de la república y queda patente en las constituciones de cada estado, sus detractores usan como argumentos el uso sin supervisión que hacen los niños de estos productos y que provocó, por ejemplo, el 20% del total de quemaduras que se reportaron en menores de edad durante 2011.
También sostienen su punto de vista en el impacto ambiental de los cohetes, ya que su explosión genera descargas de azufre que contribuyen a la contaminación atmosférica.
A pesar de los peligros que conllevan este tipo de juegos artificiales, su detonante social lo rescata Octavio Paz en el Laberinto de la soledad como la contraparte del silencio mexicano que se exorciza en las fiestas “Y esa fiesta, cruzada por relámpagos y delirios, es como el revés brillante de nuestro silencio y apatía, de nuestra reserva y hosquedad”.