El 11 de diciembre de 2012 María de los Ángeles Verón fue secuestrada por segunda vez por la justicia corrupta y cómplice de la trata de personas. El secuestro se produjo en el Tribunal de la Sala II de la Cámara en lo Penal de la ciudad de Tucumán, República Argentina. Alexandra Vega analiza las razones de fondo, la estructura patriarcal que justifica la trata y la permisividad social y judicial.
Salió de su casa con la intención de hacer unos trámites médicos se despidió de su madre (Susana Trimarco) y al día de hoy, no ha vuelto. Para ésta última ése fue el primer día del resto de su vida, nunca tuvo dudas de lo enturbiado que se veía todo entorno a la desaparición de Marita (nombre con el que cariñosamente llamaban a María de los Ángeles todos sus cercanos y como ahora la llama todo un país), sola y armada de total convencimiento emprendió desde entonces una cruzada en búsqueda de su hija que –a diferencia de lo que toda la sociedad creía- está lejos de terminar.
A lo largo de poco más de una década Trimarco se ha encargado de buscar pruebas, testimonios, tocar puertas, confrontar personas, investigar por iniciativa propia. Se ha infiltrado en prostíbulos, ha caminado por las rutas y se ha disfrazado de prostituta. Ha puesto en riesgo su vida muchas veces y todo esto ante el silencio y la falta de ayuda de los entes del Estado. Durante el mismo tiempo ha tenido que educar y criar a Micaela, su nieta e hija de Marita, la que perdió a su madre cuando tenía tres años. Susana además ha sobrellevado el duelo por la muerte de su esposo, quien como lo ha dicho ella incontables veces, murió de dolor y tristeza ante la ausencia de su hija.
Diez años le ha llevado a Susana Trimarco investigar minuciosamente la desaparición de su hija, todo con el firme objetivo de encontrarla. De ésta manera llegó a denunciar y hacer público el manejo de las redes de trata de personas en Tucumán y sus complicidades con la policía y hasta con un club de fútbol de esa ciudad. Así se inició el juicio por el secuestro y la promoción de la prostitución de María de los Ángeles Verón en febrero de este año 2012, que puso al descubierto y sentó en el banquillo de los acusados a los que señalaron ella y sus abogados como responsables de la desaparición de Marita: desde la persona que dio la orden del secuestro, hasta la persona que lo llevó a cabo. Trimarco también hizo que se escucharan las voces de varias mujeres víctimas de trata y explotación sexual, quienes en lucha personal con el miedo testimoniaron ante el Tribunal y detallaron el funcionamiento de la red, identificaron a los imputados, los señalaron como sus captores y violadores y contaron con precisión dónde y en qué estado habían visto a Marita. Sin embargo todo eso fue considerado insuficiente por la Sala II de la Cámara Penal de Tucumán para probar que la hija de Susana Trimarco fue secuestrada y mantenida en cautiverio siendo prostituida en distintos lugares del norte de Argentina y posteriormente vendida en España. El Tribunal integrado por tres magistrados falló unánimemente otorgando la absolución de los trece imputados en la causa, despertando una ola de indignación social colectiva en todo el país y poniendo al orden del día la inmunidad que otorga la impunidad. El poder judicial pasó a ser un día el gran violador de todas las mujeres que vivimos en la República Argentina, el que un día se encargo de hacer de éste, un Estado proxeneta.
Susana Trimarco se ha convertido en una de las personas que más sabe y conoce sobre el manejo y el funcionamiento de las redes de trata de personas en la Argentina y en la región, y no precisamente por que sea ella una erudita investigadora social o criminalística, sino por que es una madre que no puede dormir tranquila desde el día que despareció, sin dejar rastro, su hija. Susana Trimarco se ha convertido en el Azucena Villaflor de nuestros días, ya que han sido ellas las que con voluntad y paso de hormiga han dado contexto, forma, dimensión y han hecho públicos los espeluznantes y sistemáticos métodos que han tenido por objetivo llevar a cabo una de las prácticas más dolorosas y asuntos más neurálgicos de ésta sociedad: las desaparecidas y los desaparecidos de la Argentina.
La voz (en off) de las víctimas
La voz en off es una manifestación sin cara, ni cuerpo. Es una exhortación a la imaginación para completar la figura corpórea que haga las veces de titular de esa voz. Es también una alternativa que resuelve el vacío, ausencia o la imposibilidad de representación de alguien. Las mujeres víctimas que estuvieron cautivas y fueron prostituidas por las redes de trata testimoniaron en primera persona narrando con detalle los vejámenes a los que fueron sometidas, contaron además datos puntuales sobre Marita, como por ejemplo que lloraba todo el tiempo y que tenía un nombre artístico: Lorena. Contaron también sobre el accionar policial cómplice que daba parte a los burdeles cuando se aproximaba un allanamiento. Ellas fueron oídas por los tres magistrados como voces en off, porque ellos las escucharon pero no las vieron, ellos sintieron el susurro pero con vista ciega ante la catástrofe personal que ellas vivieron y a los datos puntuales y conducentes a Marita.
Sumado a esto, está el factor miedo. Las mujeres que testimoniaron no sólo se enfrentaron al recuerdo narrando todo lo que pasaron, sino que además tenían en frente a quienes de ellas abusaron. Ellas le apostaron a ésta causa, la más emblemática contra las redes de trata y prostitución. Lo contaron todo, aún conociendo la sangre fría de los imputados. Andrea, una de las mujeres rescatadas que dio su testimonio no quería declarar cuando el ex juez Daniel Moreno oficiaba de turno en ciudad de La Rioja, ya que éste había pagado para estar sexualmente con ella: juez y parte al mismo tiempo, cliente y prostituyente. ¿Ahora, a esas mujeres quién las cuida? Cierto es que nunca nadie lo hizo, pero luego de haber declarado contra los hoy absueltos, ¿quién se hará responsable si algo más les vuelve a pasar?
La defensa se encargó de desacreditar los testimonios de las mujeres rescatadas configurándolos dentro del estrés postraumático de víctimas de explotación sexual o de participantes en un accidente de tránsito, que para la defensa son traumas absolutamente homólogos. Debe ser que ser secuestrada, golpeada, drogada, abusada y prostituida es equiparable a chocar con otro auto volteando en la esquina. El tribunal unánimemente se allanó a esa postura, que es por demás un accionar muy perverso ya que se da el mismo fenómeno de valoración de la credibilidad en el abuso a los niños y niñas, ése eterno dilema de no creerles, finalmente no son más que niños.
El Tribunal argumentó que no alcanzó el material probatorio –los testimonios- para demostrar la responsabilidad de los imputados. Han pasado 10 años desde la desaparición de Marita, pero ¿cual es el barómetro entonces? Este fallo absolutorio se da en el marco de temporalidad en el que se están juzgando los delitos de lesa humanidad cometidos en la última dictadura de los cuales y después de 30 años, sólo quedan los testimonios. Estamos hablando de redes de crimen organizado a las que los testimonios aluden siempre y en forma directa en relación a policías, políticos y jueces. Sin duda, esto cambia sustancialmente las reglas de juego.
En este tipo de delito las víctimas son mujeres y la voz de la mujer históricamente ha sido desestimada y si esa víctima es pobre, más ninguneada será. La mujer desde hace milenios se ha hecho carne de los más grandes temores masculinos. No es casual tampoco que la historia de la humanidad esté escrita toda con pluma varonil. La mujer ha sido siempre el blanco cultural del descreimiento. Los prejuicios y estereotipos que hay en la sociedad no son excepciones dentro del sistema judicial y quienes en éste operan. La mayoría de las formas de violencia hacía la mujer son ejercidas dentro del marco de la intimidad y la sombra, y en el momento en que estos testimonios salen a la luz es entonces cuando los relatos cobran un tinte diferente y mayor importancia, teniendo en cuenta que en la causa de Marita Verón las mujeres fueron rescatadas después de estar secuestradas, ser violadas, drogadas y torturadas; estas ciudadanas víctimasfueron escuchadas puntualmente como prostitutas y nada más, y eso, justamente, explica que su voz haya sido voz en off.
Cliente es un violador que paga
Ante el sorpresivo fallo absolutorio de la semana pasada, la sociedad entera se levantó indignada y se hicieron marchas espontáneas en las principales ciudades del país, la mayoría por ciudadanas y ciudadanos autoconvocados, otras fueron programadas y una particularmente frente a la Casa de Tucumán en la Capital Federal, terminó con fuertes enfrentamientos entre los manifestantes y la policía. Las redes sociales estallaron todas en indignación generalizada por el fallo absolutorio que dejó en libertad a los imputados. Pero más allá de todo ése clamor solidario y popular por una causa, se requiere de un análisis mucho más profundo y no de corte político ni judicial, sino, de tipo cultural.
Vale la pena, por ejemplo, recordar los viejos preceptos sociales que a lo largo de la historia apañan el uso del cuerpo de la mujer como objeto, sólo por nombrar un par están el que reza que ‘la prostitución es el oficio más antiguo del mundo’, y el que sostiene que ‘si está en eso es por que le gusta’. Yo me pregunto ¿cuantos de los que se rasgaron las vestiduras por el fallo en el caso de Marita Verón han pagado por acceder al cuerpo de una mujer en un prostíbulo? Un cliente es un violador que paga y sin clientes, no hay trata. Los clientes son todos esos personajes principales que se hacen pasar por secundarios. La existencia del cliente y del pago es un tema de análisis minucioso, empezando por que el cliente/prostituyente elige entre cuerpos, no, entre personas; no sólo busca sexo sino también el ejercicio del dominio y abuso del poder. Las mujeres prostituidas están obligadas a soportar cualquier tipo de tortura y vejámenes sobre su humanidad, son despojadas de ellas mismas y reducidas a estados de absoluta indefensión. El cliente/prostituyente tiene entonces la garantía de que podrá usar y acceder a ése cuerpo a sabiendas de que no habrá resistencia de la otra parte. Evidentemente, es una práctica enquistada dentro de un modelo cultural hegemónico.
Una de las fuentes de derecho es la costumbre y ésta solamente existe y se da en el marco de una sociedad y dentro de los lineamientos culturales de ésta. Ahora bien, el poder judicial está en la obligación de hacer lo que le corresponde: impartir justicia. La sociedad está en su derecho de exigirla. Pero nada de fondo va a cambiar si como sociedad que somos no nos replanteemos las arbitrarias ideas y preceptos que naturalizan la tasación y el pago de un cuerpo esclavizado, y así, la trata de personas. El día que ‘ir de putas’ deje de ser un ritual de sostenimiento de virilidad, un rito de paso a la adultez de los hombres y una práctica para obtener respeto y aceptación en el mundo masculino, ese día la costumbre –quizá- dará sus frutos en el derecho y éste –tal vez- en la justicia. No nos olvidemos que si la trata existe es por que hay quienes la consumen y, a su vez, están los que la protegen.
Ceguera, sordera, indefensión
La justicia le falló a Marita de la misma manera que le falló a Susana cuando empezó con éste andar salomónico es su búsqueda. ‘Estamos indefensas’, fue lo que me dijo una mujer hace un par de días mientras hablábamos del caso de Marita Verón, y tiene razón.
La sociedad descree en la justicia y parece resignada. La justicia está en la lona, las mujeres prostituidas siguen secuestradas, las mujeres que no hemos sido raptadas estamos asustadas, la policía sigue custodiando los prostíbulos. Los políticos y jueces de turno siguen siendo asiduos clientes y socios mayoritarios del negocio. Las mujeres marchitamos, los prostíbulos florecen.