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Encapuchados: polémicos, predecibles e invisibles para la policía de Mancera

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(2 de diciembre, 2014).- “Deja le digo a mi vieja que prenda las noticias pa´que me vea”, espetaba entre risas un granadero a otro de sus compañeros. Después sacó su celular y se tomó una selfie mientras con la otra mano sostenía su escudo de acrílico.

Y si la pareja del uniformado sintonizó la transmisión, probablemente vio la siguiente escena: cuatro hileras de antimotines que encapsulaban a ciudadanos, activistas y universitarios a la altura del Senado de la República, luego de los destrozos en negocios de avenida Paseo de la Reforma.

Lo anterior revela una vez más las aventuras de la policía capitalina de Miguel Ángel Mancera que no aprehende a los autores materiales mejor conocidos como “encapuchados” y, en cambio, buscan a los “culpables” más próximos.

Minutos antes, se vivía durante el mitin una efervescencia provocada por las palabras de los normalistas, los familiares de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y la politóloga, Denisse Dresser. Esto tras una movilización que partió del Zócalo al Ángel de la Independencia.

Pero todo ese recorrido quedó desdibujado a las 20:06 del lunes 1 de diciembre, pues en la calle Río Rhin, ya esperaban ansiosos los polémicos jóvenes con el rostro cubierto para repetir su dosis sistemática y predecible con tubos, bombas molotov y cohetones.

***

El primer golpe vino apenas finalizó el mitin. No esperaron ni cinco minutos. Cientos de cachitos de cristal volaban y sonaban al unísono cuando tocaban el suelo, después un cohetón estruendoso y, entre el humo, salió un grupo minúsculo vestido de negro que imponía sus “reglas” en ese momento.

“¡No violencia! ¡No violencia! ¡No violencia!”, repetían los manifestantes. De nada sirvió.

Bastaron menos de 20 minutos para que los encapuchados hicieran destrozos de negocios desde el Ángel de la Independencia hasta Paseo de la Reforma #135; corrían por las banquetas y destruían aleatoriamente establecimientos.  El saldo fue de cuatro tiendas Oxxo, un Extra, y la sucursal del banco Santander en la plaza Reforma 222.

Los personajes incógnitos de esta jornada no decían ninguna consigna, no decían nada de Ayotzinapa, no decían nada respecto a la movilización, no decían nada referente sino estrategias urbanas e improvisadas. “No hay que dejar que nos rodeen”, gritaban entre sí, eufóricos por destruir, tal como hacen los toletes cavernarios de la policía.

En ese lapso no apareció ni un solo oficial para contenerlos. Minutos después, los granaderos iniciaron su cargada, por lo cual los manifestantes se replegaron en dirección contraria hasta llegar a las instalaciones de la Cámara alta.

Y a pesar de los cientos de antimotines, las decenas de encapuchados huyeron sin mayor problema por las calles laterales, mientras que acorralaron a decenas de manifestantes –de todas las edades- que alzaban los puños entre aquella escena de cascos y escudos.

Posteriormente, una brigada de la CNDH “desencapsuló” al contingente y caminó con ellos hasta el metro Hidalgo; una vez allí, los funcionarios con chamarra blanca formaron un camino para que pasaran grupos de 20 personas a la estación, esto con el fin de evitar detenciones arbitrarias.

Miguel Barrera del Colectivo Marabunta –organización conformada por observadores y defensores de derechos humanos que trabaja en conjunto con la CDHDF- mostró inmediatamente su escepticismo respecto a las escenas pasadas,  pues según dijo, las autoridades permitieron que un grupo de encapuchados destruyera para luego reprimir a quienes se manifiestan en paz.

De acuerdo con Ricardo González de Artículo 19, hasta ese momento de la marcha se habían detenido a dos personas.

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¡A la madre no la toquen!

Eso gritaron tres jóvenes cuando policías del Distrito Federal golpeaban a la señora Rosalinda Rojas Nieves hasta que le abrieron y un raudal de sangre brotó de su cabeza; además, “jaloneaban” a su familia de forma violenta “como si fuéramos criminales”.

“¡Ustedes lanzaron bombas molotov!”, respondieron los uniformados al trio que la defendió, por lo cual los detuvieron, en tanto los autores materiales huían. “Los granaderos no le hicieron nada a los encapuchados”, explicó Rojas Nieves.

Y es que ella ni siquiera participó en la manifestación, acababa de salir de una entrevista de trabajo donde la estafaron, pues inicialmente le ofrecieron un puesto de maquila, no obstante, cuando llegó  le dijeron que era para “inflar balones y acomodar canicas” por la temporada decembrina.

Ella salió decepcionada. Había acudido con su esposo e hija para que los tres fueran contratados y tuvieran algo de dinero para estas fechas. “Nosotros somos pobres. Somos de Tláhuac”, agregó.

“Si hubiera sabido de qué era la marcha, de cualquier modo hubiera venido”, insistió molesta y exigiendo que presentaran a los manifestantes que la defendieron. Después el Colectivo Marabunta la atendió. Le vendaron la cabeza, parecía un casco blanco.

Las cámaras y las grabadoras la asediaban. La señora Rosalinda se desahogaba. Al mismo tiempo reflejaba dos aristas que invaden día tras día a este país:  la arbitrariedad de las autoridades y el desempleo.

***

Cuando este reportero teclea el último párrafo de esta crónica, se percata que en el pulgar de su mano derecha hay dos gotas de sangre ya secas de Rosalinda Rojas Nieves, las cuales cayeron cuando ella narraba su testimonio,  donde nuevamente sale a relucir el presunto vínculo entre las autoridades del DF y encapuchados.

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