Solo en la Vía Láctea hay 100 mil millones de estrellas, según la Agencia Espacial Europea. Aunque para algunos sería como contar cuántos granos de arena hay en un desierto, cuando se multiplica ese número por las también 100 mil millones de galaxias que se cree que existen en el Universo, el posible número de estrellas totales resultaría abrumador (sería próximo a 10 elevado a 24). Ahora bien, ¿qué pasaría si solo un pequeño porcentaje de esas estrellas tuviera planetas a su alrededor? ¿Entre toda esa inmensa cantidad de planetas, no habría miles, si no millones, de lugares habitables en los que podría desarrollarse la vida? ¿O en los que podría vivir el ser humano?
Esa es la idea por la cual las principales agencias espaciales llevan años volcadas en la búsqueda de exoplanetas, el conjunto de planetas que están fuera del Sistema Solar. Se calcula que podrían existir en torno a 40.000 millones, pero hasta el momento la NASA solo ha podido confirmar la existencia de 1.966 exoplanetas (frente a los ocho que hay en el Sistema Solar), y 3.699 candidatos a serlo. Dentro de los 1.231 sistemas estelares descubiertos, se cree que hay al menos 92 planetas con un radio similar al terrestre.
En este sentido, este lunes un equipo de astrónomos liderados por Michaël Gillon, del Instituto de Astrofísica y Geofísica de la Universidad de Lieja, en Bélgica, hallaron tres planetas potencialmente habitables orbitando a una estrella enana y muy fría, una «enana marrón» mucho menos brillante que el Sol y apenas algo mayor que Júpiter. Se trata de una clase de estrellas muy longevas y comunes en nuestra Vía Láctea, pero es la primera vez que se encuentran planetas alrededor de una de ellas.
Ahí fuera hay todo tipo de mundos alienígenas. Hay planetas gigantes abrasados por sus estrellas, mundos helados y solitarios, y rocas silenciosas y resecas. Entre todos estos, quizás los más interesantes son los que tienen unas características muy especiales: tienen la peculiaridad de tener un radio similar al del planeta Tierra, giran en torno a estrellas parecidas al Sol y están dentro de la zona «ricitos de oro».
La zona de habitabilidad
Esa zona es aquella región en los alrededores de una estrella en la que un planeta no está ni demasiado cerca ni demasiado lejos de su Sol, de forma que es posible que haya agua líquida en superficie. Hasta que se demuestre lo contrario, se cree que el agua es un ingrediente necesario para que la vida se desarrolle, por ello, esa zona en la que los planetas pueden tener agua líquida se conoce también como zona de habitabilidad.
Pero encontrar un planeta en la zona de habitabilidad no demuestra que tenga agua líquida, ni mucho menos vida. Tal como explicó Héctor Socas, investigador titular en el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC): «Suena muy espectacular hablar de la zona de la habitabilidad, pero en realidad no hay que confundirse; esto solo quiere decir que no es imposible que haya agua líquida en la superficie, no que la haya».
La historia de los planetas, su composición química o los procesos de vulcanismo que sufren marcan la diferencia, por mucho que estén o no en esa zona de habitabilidad. Por ejemplo, Venus y Marte están dentro de la zona de habitabilidad del Sol, pero en el primer caso el efecto invernadero eleva las temperaturas hasta los 470 grados centígrados y en el segundo la atmósfera es tan fina que la humedad se escapa.
«La composición química de la superficie y de la atmósfera y la actividad solar también influyen», resumió Héctor Socas. Además, algunas particularidades de cada planeta podrían provocar que tuvieran agua aunque estuvieran fuera de esta zona de habitabilidad: «Un planeta puede ser frío en la superficie y tener procesos de vulcanismo capaces de derretir el hielo de agua». Esto pasa en el Sistema Solar por ejemplo en Encélado, la luna de Saturno.
Una aguja en un pajar
Pero si es complicado encontrar agua en las profundidades del espacio, es en parte porque para buscar exoplanetas no basta con construir telescopios muy potentes. Para empezar, los planetas son mucho más pequeños que las estrellas, no emiten brillo propio y pueden quedar ocultos tras la luz de sus soles. Por eso, en la mayoría de las ocasiones los científicos tienen que recurrir a un truco muy particular: el «tránsito».
Esta es el método que se usa cuando los telescopios «cazaplanetas» vigilan la luz de cientos de estrellas durante varios años, con el objetivo de detectar pérdidas de brillo que se puedan achacar al paso de un pequeño planeta delante de ellas.
Cuando un planeta pasa delante de «su sol» y tapa parta de la luz de este no solo puede ser detectado, sino que también se puede saber algo sobre su masa y su órbita, y más adelante deducir si está en la zona de habitabilidad: cuando se producen dos tránsitos sucesivos, se puede saber cuánto duran los años de ese planeta y qué masa tienen tanto él como su estrella.
Por desgracia, solo es posible encontrar así a los planetas cuya órbita esté situada de canto respecto a la Tierra, porque en otros casos nunca «taparán» su estrella y los telescopios no podrán detectarlos.
Y una vez detectados comienza la segunda etapa del trabajo: la de intentar averiguar cómo es el planeta en cuestión. Para ello, se usan espectrometros, unos dispositivos que analizan la composición de la luz que rebota desde los exoplanetas y que tiene pistas sobre la composición de la atmósfera y de la superficie.
El futuro
Con todo, hoy en día hay decenas de programas de investigación encaminados a buscar exoplanetas, aunque es el telescopio Kepler el que encabeza esta misión. Se está preparando el lanzamiento de nuevos telescopios espaciales y la construcción de nuevos telescopios terrestres, y también se está poniendo a punto dos nuevas tecnologías que deberían facilitar la búsqueda: para empezar, la NASA está preparando un extraño parasol en forma de flor y un «coronógrafo», dos instrumentos cuya finalidad es bloquear la luz de las estrellas y captar con mayor facilidad la tenue luz que rebota en los planetas.
Está claro que antes de poder conquistar América es necesario enviar una primera misión de exploración. Pero, ¿se puede decir lo mismo en el caso de los exoplanetas?
En principio, parece que no: «Las enormes distancias a las que están los exoplanetas los sitúan al borde de lo que se puede conocer. Por no olvidar que es imposible que alguna vez pudiéramos llegar hasta ellos», dijo David Barrado, astrofísico en el Centro de Astrobiología (INTA-CSIC) y experto en la búsqueda de exoplanetas.
Puede ser desesperanzador, pero los exoplanetas más cercanos están, como poco, a decenas de años luz de distancia. Por ejemplo, para llegar al exoplaneta Wolf 1061, una supertierra situada a solo 14 años luz de distancia, la nave Voyager I, la exploradora de los confines del Sistema Solar, y que viaja a más de 60.000 kilómetros por hora, tendría que emplear unos 280.000 años para llegar. Quizás cuando lo hiciera, se encontraría con un planeta arrasado por una civilización industrializada o por una superfulguración solar, un fenómeno que ocurre con cierta frecuencia en las estrellas activas.