Con frecuencia las personas que ocupan altos puestos políticos se encuentran solas, aisladas de la realidad que dicen conocer y aún más lejos de aquellos a quienes dicen gobernar. Esta lejanía los hace víctimas fáciles de grupos de poder, de sus secretarios, colaboradores, asesores incluso amigos que les endulzan el oído con historias de lo mucho que los quiere la gente, de lo bien que va el país, de lo exitoso de su gobierno. Enrique Peña Nieto no es la excepción.
En términos generales, esto ocurre porque quien gobierna está imposibilitado, como cualquier ser humano, para conocer todo lo que pasa a su alrededor, para tener absolutamente toda la información y aún todos los conocimientos sobre su propia especialización y menos aún sobre todos aquellos asuntos que suponen el gobierno de una Nación. De ahí la necesidad de rodearse de buenos asesores que, desde su propio conocimiento, mantengan al gobernante informado y le den opiniones como expertos en su área.
En teoría, otra fuente de información es la que le proporciona la opinión pública, que, vía los diversos medios de comunicación masiva, ya tradicionales como la prensa escrita, la radio y la televisión y los medios alternativos, como las redes sociales, le deja ver lo que la ciudadanía y grupos sociales, económicos y políticos opinan de él y sobre los problemas y necesidades a resolver. Otro medio tradicional de información sería su propio partido, que también recoge y filtra demandas; las cabezas de las grandes corporaciones como las cámaras empresariales, la Iglesia y el Ejército; así como todos aquellos personajes reconocidos como líderes por la población, etcétera.
Las posibilidades dependen del conocimiento que del sistema político tenga el mandatario en turno, de las buenas o malas relaciones que mantenga con los diversos grupos de poder y de presión que operan en el país, de que cuente con gente ubicada en puestos estratégicos que le sirvan de ojos y oídos, para hacerle saber aquello que su gabinete, su partido, su grupo cercano, sus contactos políticos no le informen, por la razón que sea.
El punto aquí es que el presidente requiere información, veraz y oportuna, para tomar las mejores decisiones. Pero ¿qué ocurre cuando quien gobierna no tiene la voluntad, la perspicacia, la curiosidad, la inquietud, la malicia, el interés de informarse sobre lo que pasa durante su administración en relación a los principales problemas nacionales, en torno a las consecuencias de sus decisiones y políticas públicas o reformas estructurales?
Las respuestas obvias son:
- Que las decisiones se tomen en otro lado, en el mejor de los casos siguiendo una misma directriz si quien resuelve cuenta con el poder suficiente para centralizar las decisiones o, en el peor de ellos, como resultado de las batallas entre los diversos miembros del gabinete, entre éstos y el partido político gobernante, entre todos éstos y los grupos políticos, económicos y sociales de élite que imponen o tratan de imponer sus intereses sobre los intereses mal representados de la población.
- Un gobierno cuyas decisiones son erráticas y no parecen ser parte de planes bien pensados y estructurados lo que provoca bandazos y un proceso de ensayo y error que no necesariamente lleva a obtener los aprendizajes necesarios para decidir con más acierto, sino a cometer error tras error.
- Un país en desgobierno, donde quien dice gobernar no tiene la capacidad real para convertirse en el eje de la política nacional y que cede a las presiones de los grupos en pugna y sigue los consejos, no siempre acertados, de su grupo cercano, sin tener los elementos suficientes para medir las consecuencias de sus decisiones.
Todo esto puede afirmarse del cuarto año de gobierno de Peña Nieto de acuerdo con testimonios de quienes han presenciado de cerca las reuniones de éste con su gabinete y con el que han dado en llamar su “grupo cercano”, del que no necesariamente forman parte sus secretarios de Estado, sino la camarilla política que lo llevó al poder de la presidencia, formada en parte por el conocido “Grupo Atlacomulco”, cuya sede se encuentra en el Estado de México. En estas reuniones, a decir del periodista Raymundo Riva Palacio, el presidente suele atender más las opiniones de este grupo que de sus propios secretarios de Estado.
En columna reciente, el mismo periodista analiza el estilo de gobernar del mandatario para afirmar que ha tendido a aislarse, no sólo de la realidad nacional, sino de aquello que sus colaboradores próximos tienen que decirle, que bloquea las pláticas con malas noticias afirmando “no te preocupes, todo saldrá bien”, como sostuvo en otra colaboración. Afirma Riva Palacio que ese estilo personal incluye trabajo de oficina a altas horas de la noche, partidas de golf en Ixtapan de la Sal que le sirven de espacio para tomar decisiones y viajes de fin de semana a playas del pacífico, donde connacionales le piden tomarse la foto, al verlo más como estrella de telenovela que como presidente, se opina aquí.
Esta forma de “gobernar” no es única, ya en el sexenio de Vicente Fox Quesada se filtró que el presidente era tratado con prozac, dados sus periodos depresivos, por lo que se pedía a sus colaboradores no darle “malas noticias”, sobre el país, “para no preocuparlo”. De acuerdo con testimonios de personas que lo trataron de una u otra forma, a veces se le veía como “ido” y alejado de la realidad.
Y si estos rumores no confirmados, incluyendo la información según la cual, quien gobernaba Guanajuato no era siempre o sólo Fox, sino su secretario de gobierno, quien suplía sus ausencias en dicha gubernatura, no fueran suficientes, basta citar la frase que el mismo ex presidente popularizó cuando dijo “¿y yo por qué?”, ante el conflicto entre TV Azteca y Canal 40, en el que estaba de por medio una concesión federal, que por supuesto era de la competencia del primer mandatario. Este único detalle ofrece indicios para afirmar que Vicente Fox Quesada, presidente de 2000 a 2006, no sólo no conocía los engranajes del Sistema Político Mexicano, sino que ni siquiera se tomó la molestia de revisar sus facultades constitucionales.
La costumbre de ganar el poder para luego desentenderse, parcial o totalmente, de sus responsabilidades no es única en la historia de México, ya pueden citarse a Antonio López de Santa Anna y a Miguel de la Madrid Hurtado, entre otros. Sin embargo, lo importante aquí no es si esta costumbre es nueva o no, sino las implicaciones que conlleva en ciertos momentos históricos como el actual, en el que el país requiere la dirección firme, que no autoritaria, de un líder político que no abjure de su obligación presidencial para con la población a la que prometió un país diferente, con estabilidad política, seguridad territorial, patrimonial y física, con crecimiento y bienestar económico, para luego dejarlo en indefensión ante los intereses voraces de las élites económicas, nacionales y extranjeras, para las cuales los recursos naturales del país son un “gran negocio”; ante la impericia y avidez de una clase política que, en efecto, no “tiene llenadera” ni proyecto de país ni compromiso con la población a la que dice representar, como lo han demostrado gobernadores como Javier Duarte en Veracruz, César Duarte en Chihuahua y Roberto Borge en Quinta Roo, casualmente todos priistas, pero no por eso los únicos, los panistas y los perredistas que han llegado a una gubernatura también tienen lo suyo; finalmente, a merced del narco y el crimen organizado y desorganizado que cotidianamente atentan contra la seguridad, integridad física, patrimonio y vida de mexicanos y mexicanas.
Para concluir, se puede especular que lo presentado aquí es justo el proyecto original, en el que quien aparece como la cabeza del Estado no es tal y que los grupos de interés que están en la oscuridad son quienes realmente han impuesto a México un proyecto donde el “desgobierno” opera como el río revuelto que sólo puede ser benéfico para quienes tienen listas las redes. Especulación que por otro lado no es nueva, pues ya se había planteado aún antes de comenzar este sexenio, lo nuevo hoy, en todo caso, es la constatación de dicha hipótesis.