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¡ES CULPA DE IRMA, FALTABA MÁS!

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Después de suplicar atención médica por más de dos horas dio a luz en el pasto.

Ivonne Acuña Murillo / @ivonneam

(07 de octubre, 2013).- Irma López Aurelio enfrentó, el miércoles 2 de octubre, la situación que cientos de mujeres indígenas pobres en México tienen que vivir a la hora de embarazarse o dar a luz, la negación de la atención médica requerida.

Los argumentos para explicar este fenómeno pueden ser muchos: falta de seguro médico, de infraestructura, de personal, de una cultura médico-hospitalaria por parte de las personas pertenecientes a las diferentes etnias que conforman al país, negligencia médica, problemas sindicales, paro laboral, etcétera.

Lo cierto es que las razones con las que se pretende explicar semejante conducta siempre serán superficiales, en el fondo de éstas se encuentran complejos procesos que llevan directamente a la discriminación.

El más importante de ellos es la “construcción del otro”, de manera inevitable los seres humanos nos identificamos con aquellas personas que asumimos son iguales a nosotros. Iguales por el color de la piel, la lengua, las costumbres, el nivel socioeconómico, cultural o de estudios, el lugar de residencia y un sinfín de características que alimentan el sentido de pertenencia.

Una vez definido lo que nos iguala, el segundo paso sería encontrar aquellos elementos que nos permiten diferenciarnos de los otros. En este punto no basta con enumerar lo que nos hace diferentes, hay que adjudicar a los “otros” una serie de atributos que los hagan no sólo diferentes sino inferiores, superiores o iguales, temidos o queridos, deseados o rechazados, humanos, semi-humanos o no humanos.

Es el caso de las mujeres en primer lugar, de las indígenas en segundo, de los pobres en tercero, y de los hablantes de lenguas diferentes al español en cuarto. El ser mujer supone de suyo, en una cultura machista y misógina, ser considerada como un ser de segunda; el ser indígena, en una cultura occidental moderna, conlleva el estigma de pertenecer a una etapa histórica previa al mundo “civilizado”; ser pobre, en un país capitalista, es un estigma cuando la lógica predominante es el uso del dinero para conseguir todo lo que éste pueda pagar, incluyendo por supuesto servicios de salud; no hablar o no hablar bien el español en una sociedad que se niega a reconocer el mismo status a las lenguas autóctonas, lleva a considerar al hablante indígena, como un “discapacitado”.

Como se decía arriba, no hay ser humano que no se vea a sí mismo como parte de un grupo determinado y que no asuma ciertas características en los demás. El punto aquí es que no es lo mismo hacerlo en condición de desventaja que desde una situación de poder que permita construir “al otro” como el inferior, el ignorante, el pobre, el que debería hablar la lengua reconocida como oficial, el “casi” humano.

En esta situación se encuentra Irma, quien a la hora de parir tuvo que enfrentar todos los prejuicios que conlleva esa consideración de ella como “el otro”: el otro “mujer”, el otro “indígena”, el otro “pobre”, el otro “no hablante del español”. Y se dice “el otro” y no “la otra”, no porque para la gran mayoría de la población el masculino gramatical sí incluye a las mujeres -aunque históricamente ha quedado demostrada la falsedad de este argumento-, sino porque la discriminación comienza por el lenguaje y en nuestra cultura cuando se habla de “la otra”, se piensa en la amante del “señor de la casa” que además de ella tiene, en contraposición, a una esposa “legítima”.

Es de llamar la atención que a lo obvio en torno a Irma, su ser mujer, indígena y pobre, el secretario de Salud de Oaxaca, Germán Tenorio Vasconcelos, sumó lo que supuso puede ser una de las razones por las que no se le atendió oportunamente al afirmar “muy probablemente la mujer habla muy poco español o no la atendieron bien o le dio miedo”. Esto es un claro ejemplo de cómo es común adjudicar ciertas características al que se considera desigual, peor aún, este funcionario está trasladando la responsabilidad de lo que podría ser una clara violación de derechos humanos, de la institución médica y del gobierno al que sirve, a la víctima de un trato a todas luces discriminatorio.

El argumento entonces sería: “A esta mujer, indígena mazateca, pobre, no hablante habitual del español, no se le atendió no por un asunto de negligencia médica o discriminación, sino porque ella no fue capaz de explicar al personal médico del hospital ubicado en el municipio de Jalapa de Díaz, en Oaxaca, el tipo de atención que requería”.

Bien, una vez aclarado el punto, “todos y todas podemos dormir tranquilos y tranquilas”. Todo fue culpa de Irma ¿Quién le manda ser mujer, pobre, indígena y por añadidura ignorante, incluso miedosa? Pero además si ella tiene sus usos y costumbres y pudo parir sola en cuclillas y en el pasto, ¿cuál es la necesidad de acudir a un hospital de salud llena de pacientes “realmente enfermos”, tal vez hombres, tal vez blancos, tal vez menos pobres, tal vez hablantes perfectos del español y valientes? Pues sí, visto así, el funcionario estatal tiene razón. ¡ES CULPA DE IRMA, FALTABA MÁS!

Si no fuera un drama sería chistoso. Realmente es indignante, insultante, degradante, doloroso, aberrante que, en pleno siglo XXI y en el seno de una cultura que se presume avanzada, una mujer tenga que parir a su hijo en estas condiciones. Peor aún que haya tenido que ser así a unos metros de un hospital, en la que el personal calificado para su atención se encontraba presente y cuya conciencia, si es que la tienen, deberá reclamarles por su omisión e indiferencia, por decir lo menos.

No importan ya las justificaciones que tanto el gobierno estatal como las autoridades del sector salud y los médicos, médicas y enfermeras o enfermeros presentes durante las más de dos horas que Irma pidió su ayuda puedan darnos. No hay argumento que justifique tal trato vejatorio de la dignidad humana. Lo hecho a Irma cala hondo y una vez más pone en entredicho nuestro avance civilizatorio.

Podemos jactarnos de haber alcanzado el grado más alto, conocido hasta hoy, en materia de tecnología; podemos felicitarnos por los enormes logros científicos, por haber erradicado algunas enfermedades, por poder tratar otras con buenos resultados; por tener niveles de bienestar nunca vistos (bueno no todos ni todas), podemos presumir por lo que se ha logrado en términos de legislación y concepción de los derechos humanos, podemos en resumen envanecernos por ser la especie más exitosa del planeta. De lo que no podemos estar orgullosos es de no haber aprendido a tratar a los demás como iguales, con la misma dignidad y los mismos derechos.

El rostro de Irma lo dice todo: la angustia, el dolor, el miedo, la indefensión más absoluta se reflejan en la imagen de ella levantando su vestido, apoyando su otra mano sobre el pasto, el mismo en el que se encuentra su pequeño niño, unido a ella aún por el cordón umbilical, ese que lo mantuvo con vida durante los meses que duró el embarazo.

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