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Francisco Goitia, el pintor de la pobreza y el dolor revolucionario

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(27 de marzo, 2014).- El 26 de marzo de 1960 murió Francisco Goitia en una casa humilde en el barrio de San Marcos, en Xochimilco. Desde la década de los 40 vivió en esa casa retirada, de manufactura campesina, donde dedicó sus horas a pintar.
Goitia no fue como sus contemporáneos, no sólo por la morada de piso de tierra en la que murió, ni porque hacía obras de caridad con el dinero que obtenía por la venta de sus pinturas. Desde su estancia en la Academia de San Carlos, donde tuvo diferencias con José María Velasco, hasta su incursión con los villistas en el movimiento revolucionario, Francisco Goitia marcó su distancia del artista e intelectual promedio, alejándose incluso del movimiento muralista mexicano en el que participaron José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros.
Después de un tiempo en Europa, Goitia regresó a México en 1912, y se unió a las filas de los partidarios de Francisco Villa. La lucha revolucionaria dio un giro a su obra, acercándolo más a las tradiciones y vida indígenas.
Antonio Luna Arroyo describe su obra como inspirada por “el realismo y el impresionismo, escuelas en las que se instaló mucho tiempo, para evolucionar muy tarde hacia un modernismo expresionista típicamente mexicano”. Lo anterior, acompañado de su manera peculiar de captar un mundo desesperanzado, la vida de los marginados, la pobreza del México revolucionario, nos lega una obra no muy extensa, pero sí muy contundente, que captura la realidad nacional de la época con una fuerza única.
A pesar de su vida humilde, no dejó de vender su arte en los circuitos más altos del mercado de la pintura mexicana. A 54 años de su muerte, en Zacatecas, un museo lleva su nombre y alberga la colección más importante de sus cuadros. En la Ciudad de México lo honramos con una estación de Tren Ligero nombrada tras él, aunque la casa en que murió en Xochimilco hoy yace en el abandono.
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