Donovan Hernández / @donovan0007
(31 de mayo, 2014).- Los lugares te van encontrando. Erika es pedagoga, en Ando Imaginando dirige su proyecto de foto y teatro con el objetivo de investigar acerca de los estereotipos de género. Ahora trabaja ese proyecto en el Cerro del Judío. En la heterotopía surgida de Amoxcalli. Esto es algo que permite el hacer cosas más allá de los espacios formales.
El tiempo de esta heterotopía es siempre un tiempo de realización. Esto en un sentido señalado, pues Amoxcalli era el espacio para realizar los sueños. “Necesitábamos la A. C. para tener una forma jurídica”, refiere Rodrigo; “pero en realidad es una plataforma donde, si hay una propuesta, podemos hacer algo, investigar cómo hacerle para realizarla.” De tal modo que la A. C. se convierte en un órgano fundamentalmente operativo, de implementación, diseño y aplicación de proyectos que cada encargado puede realizar en un marco jurídico que lo avala y cobija socialmente.
Mirar al corazón. Rodrigo es, sin duda, un referente del proyecto y de la A. C. Sin embargo, lejos de resumir toda la historia en su propia persona, su relato destaca por la inserción de todos los integrantes como participantes activos que alimentan y transforman lo que fuera, en el comienzo, una iniciativa suya. Él, dice sin más, cuida la biblioteca. En los lejanos orígenes, como todos los mitos señalan, la A. C. empezó sólo como la Casa de Lectura Amoxcalli: la “casa de libros”, como reza la traducción del náhuatl. Esa sería la semilla de Ando Imaginando. Pregunto por el sentido que le dan a este nombre: “Ando Imaginando se llama así porque esta realidad no nos gusta y queremos cambiarlo. Estábamos cansados de quejarnos, si no hay (soluciones) lo vamos a inventar, lo vamos a hacer. La A. C. es para hacer lo que siempre habías querido. Esta libertad nos lleva a rascarnos con nuestras propias manos. No estamos limitados.”
III. Hacer comunidad de otra manera
Retroalimentación. “Hemos generado público, pero más literario. Música, género, sustentabilidad: todo eso es nuevo, apenas se ha hecho.” La asociación es principalmente reconocida en el rubro de lo que las políticas públicas denominan “fomento a la lectura”, pero han sido campeones en la construcción de tejido social a nivel del barrio. “La reacción ha sido mejor de lo que esperábamos.”
“Los teporochos, cuando llegábamos (al jardín), nos ayudaban. Ayudaban a montar la carpa.” Mateo, uno de ellos, se acercó en cierta ocasión a Rodrigo para decirle francamente: ‘Qué chingón lo que están haciendo, para que (los niños) no acaben como uno’.
Después de todos estos años trabajando a brazo partido en el campo, ya existe una actividad permanente en el barrio. “Hemos contagiado a otros grupos”, dice el orgulloso iniciador de la imaginación comunitaria. Es que ya son 3 años en el Jardín, plantados como versiones modernizadas de Epicuro, y el hecho de estar ahí, necios, hace posible que surjan nuevos grupos interesados en la actividad cultural comunitaria. Ellos, los nuevos, se les acercan, piden consejo: “ellos piden integración”, dice sin más Rodrigo.
Al mismo tiempo notan poco a poco la manera en que la actitud hacia ellos se transforma paulatinamente, allí, en el Cerro de Mazatépetl. Sus personas se llegan a investir de cierta respetabilidad ante los ojos de sus vecinos, de la comunidad pues. “La promoción cultural y artística te mete en una cápsula donde nadie te hace daño. Siempre nos ubican por algo bueno. ‘Son los de los libros’, dicen mientras pasas por la calle’.”
-“¡Ah, son los de los libros! Ni han de traer nada”- bromea una risueña Viridiana.
Comunidades imaginadas. Es justamente esta respetabilidad ganada a pulso en la escucha del barrio, teporochos y chemos incluidos, lo que ha convertido a los integrantes y, sobre todo, a la asociación en un referente que también es termostato de las opiniones políticas de la comunidad. Cuando no de la iniciativa de acciones. Cuenta Viridiana una experiencia: “Algo que me gustó fue cuando el año pasado, que hubo movimiento con la Coordinadora (CNTE), participamos cuando hubo un paro. Después de eso, la biblioteca era un vínculo de las mamás con los chavitos. La biblioteca y el jardín.” El paro relatado fue en una escuela primaria como apoyo al magisterio que acampaba entonces en el Zócalo capitalino (del que sería expulsado agrestemente apenas unos días antes de la ceremonia del 15 de septiembre); lo importante es que fue respaldado por alumnos y padres de familia, quienes se han sensibilizado en gran medida por su propia condición de clase, pero también por la actividad cultural desarrollada por Amoxcalli.
La salita de lectura, devenida biblioteca, se convertía ahora en una suerte de espacio de politización ante una coyuntura sumamente singular, que incluía problemas educativos, disidencia sindical y una fuerte discusión acerca del magisterio y su función en la vida pública. Esto generó, según creo, un pequeño fenómeno de sobredeterminación del discurso político-social, y la apertura a una discusión de los sentidos de una manifestación emblemática.
Ahora bien, como acota la propia Viri: “Si bien la biblioteca no generó el paro, sí fue un punto para confluir. Las mamás nos buscaron para saber qué más hacer.” El hecho de que los libros salgan de la biblioteca en préstamos entre vecinos, logra que se haga comunidad de otra manera: no sólo el desdibujamiento cotidiano, donde el vecino se confunde a la larga con la pared cascada de las casas a base de saludos tempraneros, sino en la conformación de algo que Benedict Anderson llamó comunidad imaginada sin tapujos: ese sentimiento de solidaridad y empatía que se logra por la simultaneidad de una experiencia del tiempo compartida junto con otros que, a menudo, nunca conoceré, pero que me permite tomar acciones decididamente en su apoyo. Nuevamente, la letra impresa se convierte en una infraestructura fundamental de estas comunidades. En esto no se equivocan. “Me pareció –redondea su idea- que si no hubiese estado la biblioteca, hubiera sido más complicado seguir ese proceso.” Toda una línea de fuga.
Heterotopía versus distopía. Quienes participan en esta experiencia barrial lo saben: cuando llegas a ese espacio, conformado por el jardín o la biblioteca, y el público te reconoce, las familias salen; pero los que están alrededor también comienzan a sentirse requeridos, solicitados por el trabajo cultural que resuena en ellos como una necesidad de desarrollo. Viridiana continúa compartiéndonos su experiencia. A sus ojos la biblioteca comunitaria es un punto de encuentro antes que una propuesta pedagógica, y no se equivoca. En las múltiples actividades que realizan tienen que enfrentarse a públicos muy distintos. “Presentamos Los monólogos de la vagina ¡y llegó gente de 60 años!”, dice entre risas: “Son esos públicos que de repente llegan. Tienes que repensar tus actividades y pensar las necesidades que hay en cada comunidad. También tenemos que abrirnos porque no hay temáticas específicas para un público. A veces representaciones o talleres como estos generan mucho interés incluso entre gente que no considerabas.”
“Me acordé de Fahrenheit” –ataja al vuelo de su libre asociación Rodrigo-: “La idea es que no se acercara la gente, que no participara. Yo creo que el gobierno lo hace para que no la hagan de pedo, en contubernio con las televisoras.”
Con todo y todo, hay un tejido social en la convivencia y esto delinea a la comunidad. “La gente viene a buscarnos y a pedirnos una opinión. Luego la gente cree que tú tienes las respuestas, pero ni uno mismo las tiene”, enfatiza el mismo Rodrigo. Esto demuestra que muchas veces la comunidad no surge de la afirmación inequívoca de la unidad (de ideas, fe, credo, raza o etnia), sino que en las democracias contemporáneas se puede ir construyendo en medio de las dudas y la incertidumbre. Estas últimas, lejos de ser negativas, hacen posible que la discusión pública acerca de lo que significa ser ciudadano y ejercer derechos tenga sentido.
Así lo expresa Viridiana, para quien la “charla y el encuentro generan diagnósticos.” Una de las preguntas que se hacen constantemente en la A. C. y que plantean a los participantes en sus actividades es justamente: ¿Qué les sirve? Una preocupación sumamente concreta por la utilidad de lo cultural en la vida social cotidiana. Pese a todo, Ando Imaginando ha recibido fuertes críticas, entre otras cosas, debido a que no tiene una metodología clara para diseñar sus actividades. Esto no ha implicado que sus actividades no tengan una sustancia propia ni rigor. “La vez pasada –relata Viridiana- hicimos una piñata de Peña Nieto, Mancera, Televisa y sirvió para platicar de lo que pasaba (en el país). No se trata de tirar línea, sino de reconocerse como una comunidad crítica en la charla.” En otras ocasiones las cosas no son tan afortunadas. “Una vez proyectamos un docu del 68 y sólo se quedaron dos personas; como pedagoga esto me obliga a reflexionar qué sucede y qué técnicas se pueden usar para atraer la atención sobre estas problemáticas.”
IV. El plan es salvar una que otra alma perdida
La última ficha del dominó. De cualquier modo, quizá lo que Ando Imaginando hace no sea sistemático pero tampoco es dogmático, y recomiendan a los valientes que tengan iniciativas de este tipo que no esperen resultados “para mañana”, si no quieren llevarse un chasco. Bien lo saben: para consolidar el “tejido social hace falta mucha constancia, paciencia y mucho aire para no cansarse”, como dice Rodrigo. “De pronto puedes llegar agotadísimo por estar en el jardín y sientes que no logras nada.”
Lo malo es creerse la ilusión de que, efectivamente, no pasa nada. Los entrevistados, empero, están vacunados contra esa desilusión fácil, que hace que más de un brioso caiga en la desesperación. Por el contrario: “siempre pasan cosas. Es como el dominó: formas las fichas, tiras una y no alcanzas a ver la última. Nunca alcanzas a ver el último impacto.” Rodrigo evoca entonces una anécdota ilustrativa que sitúa en el intemporal pasado imperfecto: “Luego llegó una doña que le hizo una biblioteca a sus hijos, porque ya había una sala de lectura. Seguramente pasan cosas que nunca nos vamos a enterar (sic). Es la última ficha de dominó. Siempre hay personas que buscan opciones; nosotros ya tenemos escritores. Creo que eso diría a quien vaya a leer el artículo. Sí hay cambios.” Eso les manda decir el buen Rodrigo.
Ando imaginando a futuro. “¿Qué planes tenemos? Es un proyecto abierto para quien quiera compartir sus conocimientos con quienes tengan inquietudes. El plan es salvar una que otra alma perdida. El plan es… no sé. A mí me hace feliz hacer esto. El plan es seguir siendo feliz.” Así piensa Rodrigo, y seguro expresa el sentir de los demás participantes.
Entre los planes también está apuntar al financiamiento, no sólo en convocatorias nacionales sino también en las internacionales. “Ahora el financiamiento está en la gente de a pie. Ahorita todos somos voluntarios.”
Y así seguirán imaginando.
Tejer redes. Entre los principales problemas de la asociación está justamente la falta de financiamiento. Pero siempre hay formas de subsanarlo. “Como no tenemos para pagar, los invitados son amigos o amigas –afirma Viridiana-. Me parece interesante recuperar saberes y amistad como una forma de construir proyectos. La otra vez vino una amiga de Chetumal a presentar una obra.” Lo importante es actuar junto con otras personas, en otros espacios; lo importante es hacer tejido social. “No sólo hermanarnos en la comunidad, sino hermanarnos con otras comunidades.”
En palabras de Viridiana, el reto será “identificar a Ando Imaginando con otro espacio vinculado a otros proyectos, no sólo literarios.” Entre ellos el feminismo, tan indispensable en un país como México con una cultura machista fuertemente arraigada en las relaciones sociales. “Hay que ampliar otros aspectos, reconocer la A. C. como espacio con otros temas.” Rodrigo está de acuerdo y complementa: “Ya hay otras áreas para Ando Imaginando. Es la primera vez que está en otro espacio que no es literatura.” Pues ha sido principalmente en este rubro donde la A. C. ha destacado, al punto de que han ganado una mención honorífica a nivel nacional. “Vino Canal 22, me invitaron a hablar de la lectura. Me emociona porque se están generando otras cosas. Cada quien desde su saber.” Por eso harán crecer las áreas y el financiamiento.
V. ¡No te olvides del Mazatépetl!
La tarde ya cae sobre el Cerro Mazatépetl. Casi para despedirnos Rodrigo cuenta una anécdota más de su amplio arsenal. Cuando la Casa Amoxcalli apenas iniciaba, para llamar la atención, hizo una especie de performance: tomó una televisión descompuesta y la pegó a un escusado para hacer un taller con los niños. Era parte de una campaña que se le ocurrió, llamada “Apaga la televisión, enciende un libro”. Entre risas, confiesa que ya no lo volvería a hacer. Entre los consejos que da a los interesados en elaborar proyectos comunitarios, destaca este: “Diálogo. El diálogo te obliga a abrirte, pero requiere espacio.” Quedan tareas pendientes para la A. C., tareas que exigirán un momento reflexivo para dar su propia respuesta a debates que surgen de la experiencia desarrollada desde hace once años. “Nunca hemos pensado qué es el arte con la comunidad”, admiten; pero se encuentran en la vía de aportar nuevas ideas desde lo concreto, cosa imprescindible el día de hoy. En este sentido, opinan que “en nuestra casa empieza la reconstrucción del tejido social.”
Entre los proyectos más amplios de Ando Imaginando se cuenta uno muy sugerente y estimulante: hacer una no-escuela. Una escuela libre, sin la jerarquía que para Rodrigo es castrense. Al respecto de este tópico los integrantes tienen una prolija discusión, muy similar a la de los años sesenta en donde los proyectos de educación y sus instituciones fueron radicalmente cuestionados. Ando Imaginando destaca dos posturas muy claramente diferenciadas: por un lado, Rodrigo opina que la escuela es una forma de “educación militar”; por ello propone que instauren una no-escuela, que sí admita la instrucción académica pero no la jerarquización que es su correlato. Por su parte, Viridiana defiende que las palabras y las instituciones “se pueden resignificar”, y que no es necesario abandonar el concepto de la escuela para realizar un proyecto de emancipación más ambicioso: por el contrario, habría que hacer de la escuela un campo de batalla entre prácticas, saberes y discursos con tal de abrirse a nueva experiencias de lo educativo.
El debate está planteado, ¿cuál es su opinión lector?
Por lo pronto, ya hay espacio comunitario “pero lo tiene la delegación” –señala Rodrigo. “Nosotros lo vimos y hasta nos brillaron los ojos. Gestionamos para que nos prestaran el espacio. Armamos la Red Cultural del D. F, La Bola Sureña; empezamos a impulsar para allá, nos documentamos en violación de derechos humanos en el ámbito de la cultura.” Se documentaron, en suma, para incidir en políticas públicas logrando una gran cantidad que nunca vieron. Al momento, el espacio donde realizarían su proyecto educativo sigue lleno de bardas y es una bodega inutilizada. Pero uno nunca sabe, quizá Ando Imaginando llegue a más espacios y otros lugares, repartiendo la importancia de la actividad cultural en todos los barrios del país.