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Las rebeliones que vienen

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Ivonne Acuña Murillo / @ivonneam

Argentina, Bélgica, Brasil, Chile, España, Estados Unidos, Grecia, México son sólo algunos de los países en los que las protestas sociales han aparecido como resultado de la inconformidad que el actual modelo económico suscita, a pesar de que sus principales características no son necesariamente claras para todo el mundo. Éstas aparecen disfrazadas de beneficios bajo argumentos técnicos que poca gente entiende, los datos, las cifras, las metas oficiales forman parte de un lenguaje tecnocrático que esconde los efectos reales de un proyecto que puede ser desglosado como sigue.

Estado mínimo, privatizaciones, reducción del gasto gubernamental, políticas públicas de cobertura social amplia convertidas en programas de seguridad social ‘residual’ dirigidos a apoyar tan sólo a una pequeña parte de la población; alzas importantes en servicios básicos como agua, electricidad, vivienda, salud, educación; problemas tales como aumento de la pobreza global, empobrecimiento de la clase media, desempleo, precarización de las condiciones de trabajo, falta de oportunidades; surgimiento de la ‘sub-clase’, formada por trabajadores precarios, subempleados, desempleados y gente con escasas o nulas prestaciones sociales; pérdida de poder adquisitivo, un mercado expulsor de mano de obra; alza en los impuestos y políticas fiscales que profundizan la desigualdad entre los diversos sectores de la sociedad al consolidar una distribución inequitativa de los beneficios del actual esquema económico; estrategias desmovilizadoras de masas, debilitamiento de los sindicatos; la circulación libre de los capitales por el mundo, pero no así el de las personas, que son criminalizadas cuando pretenden llegar a otros países en busca de una vida mejor.

Uno de los factores centrales para el funcionamiento del capitalismo es la creación de expectativas de consumo. Éstas aparecen en comerciales, series, telenovelas, películas, en las que se exhiben formas de vida que en teoría estarían al alcance de todas las clases sociales. Paradójicamente, en las últimas décadas, la esperanza de sostener o aumentar el nivel de bienestar se ha venido por tierra para amplios sectores que poco a poco han visto reducidas las oportunidades que a otras generaciones les permitieron un ascenso en la escala social. Así, el sueño de una vida mejor se estrella con la contundente realidad del desempleo, de los bajos salarios, del agotamiento del esquema de pensiones, de los millones de jóvenes que “ni estudian-ni trabajan”, de la falta de oportunidades incluso sin importar el nivel de preparación.

El vaciamiento del futuro se convierte, entonces, en parámetro para la actuación presente. Millones de personas en el mundo, la mayoría jóvenes, se comunican, se inconforman, se movilizan y salen a las calles a exigir a sus respectivos gobiernos las acciones que modifiquen un modelo que hace agua por todos lados y que de manera contundente sólo beneficia a poco más del uno por ciento de la población mundial.

Lo que las personas movilizadas no saben es que, de acuerdo con una investigación realizada por Greg Palast, periodista estadounidense, las protestas masivas -reconocidas por Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, como “disturbios del FMI”-, que se han presentado, presentan y presentarán en los distintos países en contra de las medidas referidas, ya fueron considerados en los cálculos hechos tanto por las grandes potencias, el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización Mundial de Comercio (OMC), Las estrategias de Ayuda a los Países y el Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios (AGCS), instancias todas responsables de dictar las condiciones de la nueva economía internacional. A éstos se suman una serie de corporativos encaminados a sacar provecho de los recursos naturales y humanos de los diversos países obligados a seguir los mandatos económicos de estas instancias internacionales. A decir de Palast, en “Vender el Lexus, quemar el olivo: La globalización y sus decepciones”, capítulo 2 de su libro The Best Democracy Money Can Buy, traducido al español como La mejor democracia que se puede comprar con dinero, estas agencias se preparaban para “chuparle la sangre a los bolivianos y para robar el oro de Tanzania”, como ejemplo de esto se puede citar la privatización del agua en Bolivia.

Evidentemente, ninguno de estos organismos internacionales cuenta con cuerpos de granaderos, policías, ejércitos para imponer a las poblaciones sus medidas económicas, ese es el “honroso” papel que le toca desempeñar a los gobiernos nacionales, quienes están llamados a realizar todo aquello que el “mercado” y su famosa “mano invisible” por sí solos no pueden llevar a cabo, como: “reformas estructurales” (económica, financiera, laboral); fijar topes salariales; elevar los impuestos a las grandes mayorías y condonarlos a importantes empresas monopólicas; cambiar leyes y reglamentos para permitir la injerencia de las enormes corporaciones en los negocios más jugosos aún en contra de pequeños y medianos empresarios y facilitar la explotación de los recursos humanos y naturales  (como ejemplos están en México la “Ley de semillas”, aprobada por Felipe Calderón durante su sexenio y el permiso que éste mismo otorgó a la empresa Monsanto para producir maíz transgénico); atacar sindicatos, criminalizar la protesta social, reprimir, perseguir, encarcelar.

Si alguien todavía duda de lo encontrado por Palast basta observar cómo los diversos gobiernos responden a las protestas sociales con la policía y el ejército, bajo el argumento de que la paz social es un bien que hay que preservar sin importar la legitimidad de las demandas. Así se gesta la segunda paradoja, democracia y modelo económico no pueden ir de la mano, así lo observó Lorenzo Meyer, historiador y analista de la realidad política mexicana, en su texto La prolongada transición mexicana: ¿del autoritarismo hacia dónde?, en el que sostiene “El lema no oficial, pero efectivo, de los gobernantes del México de hoy es éste: el liberalismo económico sólo es viable si se apoya en el autoritarismo político”.

A pesar de todo lo anterior, o por eso mismo, las rebeliones de pobladores, ciudadanas y ciudadanos inconformes en todo el mundo continuarán a lo largo del siglo XXI¨, hasta que una vez más se reduzca la brecha que separa a los “ganadores” de los “perdedores”.

 

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