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¿Liberan el Zócalo?

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Ivonne Acuña Murillo / @ivonneam

(15 de septiembre, 2013).- Décadas atrás las calles de la Ciudad de México eran escenario de las reuniones multitudinarias que los gobiernos priistas organizaban para reverenciar la figura presidencial, para exponer los logros y supuestos avances de cada administración, así como para “mostrar el músculo” cuando era necesario. Las manifestaciones populares eran escasas y por lo general eran apagadas, como pequeños incendios, por el gobierno en turno. Es en 1968, durante el movimiento estudiantil, que las calles se llenaron de jóvenes, estudiantes, profesores, amas de casa, intelectuales, quienes dejaron de agradecer las dádivas recibidas para exigir la solución de las demandas surgidas del mismo movimiento.

Gradualmente, después de ese año, el espacio público comenzó a ser ocupado por parte de la sociedad y no sólo por el gobierno, pero fue con el arribo de los gobiernos del Partido de la Revolución Democrática (PRD) a la Ciudad de México que la verbena, la música, la cultura, las bicicletas y todo tipo de manifestaciones populares hicieron su aparición.

Pero no sólo eso, la izquierda representada principalmente por la figura de Andrés Manuel López Obrador convirtió las plazas principales de diversos lugares de la República en sitios de reunión donde la gente podría expresar sus inconformidades, oponerse al gobierno en turno o simplemente compartir momentos de profunda solidaridad.

En algún momento la marcha se convirtió en la forma de protesta por excelencia al grado que no hay semana en el país sin que haya una, por lo menos. Las causas muchas, las demandas también, la cantidad de problemáticas que se han ido sumando en las últimas décadas ha multiplicado también a los sujetos que sienten la necesidad de expresar públicamente su descontento. Los estudiantes, las feministas, los gays, los jubilados, los sindicalistas, las madres y padres que buscan a sus hijas e hijos desaparecidos en el contexto de la lucha contra el narco y la delincuencia organizada, las madres y padres de las mujeres asesinadas y desaparecidas en Ciudad Juárez, de los jóvenes del Bar Heaven, de los bebés de la Guardería ABC o los adolescentes de Villas de Salvárcar, los anarquistas, los campesinos, los productores de leche, los transportistas, los de la APPO, los del SME, los de la CNTE, etcétera.

Los performances, las crucifixiones, las huelgas de hambre, los conciertos, los desnudos, las obras de teatro, las figuras en papel maché, las películas pirata, los videos testimoniales, las playeras con leyendas o imágenes enarbolando todo tipo de causas, las banderas, banderines, las pancartas con frases contundentes, chistes o referencias directas en contra de algún político o a favor de otro y un sinfín de expresiones que de una manera u otra dan cuenta de una sociedad que se mueve, fluye, discurre hacia estadios de mayor reflexión, crítica y exigencia.

Si los grupos sociales activos desde la década de 1970 se han ido apropiando poco a poco de las calles y han hecho suyo el espacio público y lo han llenado con temas sensibles que llaman a pensar en las causas de los más desprotegidos, de la clase media empobrecida, de los jóvenes sin futuro, de los ancianos sin presente, entonces ¿cómo interpretar la frase “liberan el Zócalo”, difundida por los grandes medios de comunicación?

¿De qué lo liberan? De los maestros que defienden sus derechos laborales y con ellos sus condiciones de vida y las de sus familias, con el pretexto de un festejo nacional patriótico, romántico a más no poder y que nos habla de las gestas y los héroes que con sus acciones dieron paso al México que hoy conocemos, pero en el que las causas por las que lucharon no han perdido su vigencia, sigue habiendo pobres, desigualdad social, inequidad,  injusticias, gobiernos que le entregan los recursos de la nación a los grandes empresarios y a los enormes corporativos internacionales.

¿Lo liberaron de los molestos maestros que toman calles, bloquean vías principales, toman carreteras o lo liberaron de la protesta social en general? Un dicho popular reza “cuidado con lo que deseas, que se te puede conceder”, éste aplica muy bien a toda esa gente que pide de manera reiterada que se reprima a los integrantes del magisterio, en este caso, o a cualquier persona o grupo que se exprese públicamente en contra de alguna medida gubernamental que perjudique sus intereses, sin darse cuenta de que atentan contra sí mismos y de que alguna vez podrían ser ellos a quien se dirija la represión que piden para otros.

Una parte importante de quienes piden a las autoridades actuar en contra de los manifestantes no comprenden la trascendencia de la protesta social y los límites que ésta impone a los gobiernos en turno, no entienden el sentido de la protesta social pacífica, de la desobediencia civil del mismo carácter, están socializados bajo la norma de “no corro, no grito, no empujo”. No sin razón, alguna vez José Vasconcelos afirmó que el de México era el pueblo más sumiso del mundo, para una gran parte de la población eso es cierto; sin embargo, no lo es para los maestros, quienes a lo largo de la historia reciente han dado pruebas de lo contrario.

En las décadas de 1960 y 1970 estuvieron al frente no sólo de grandes protestas sociales sino de la guerrilla rural, aquella encabezada por Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, maestros normalistas que lucharon por sacar a sus pueblos de la miseria y por causas relacionadas con la disidencia magisterial y la oposición al gobierno.

Volviendo al presente y desde la realpolitik no puede culparse a los maestros por aferrarse a la plaza tomada ni al Gobierno Federal por desalojarlos. En ambos casos la ocupación del espacio tiene un enorme componente simbólico relacionado con el ejercicio del poder y la recomposición de fuerzas al interior del actual sistema político. Para la CNTE dejar el Zócalo puede ser interpretado como un fracaso en su afán por participar directamente en las directrices de la nueva reforma educativa y en la defensa de sus derechos laborales. Para el gobierno, por su parte, “recuperar” el Zócalo es una señal de fuerza y un mensaje a los diversos grupos sociales y políticos de que el PRI “está de vuelta”, tal vez no con el mismo poder que ejercía antes del 2000 pero sí con la intención de recuperar lo más posible el terreno perdido.

La CNTE, en su lucha social, se había enfrentado a dos gobiernos panistas cuyas prácticas carecían de la eficacia mostrada por los gobiernos priistas cuando de deshacer la protesta social se trata. El nuevo gobierno priista, por su parte, tiene en mente recuperar parte de la hegemonía perdida, ensayando nuevas estrategias, combinando viejas prácticas con técnicas nuevas.

En este escenario el uso de los medios es crucial, de manera reiterada las dos grandes televisoras –cuyos directivos sí entienden el peligro que supone la protesta social– se han encargado de magnificar y desprestigiar las acciones de los maestros, poniendo a la sociedad en contra del movimiento, aunque hay que reconocer que el cierre de vialidades principales e impedir a la gente llegar al aeropuerto no son conductas bien vistas por las personas involucradas sin quererlo y que no pueden llegar a sus lugares de trabajo, hospitales, oficinas, etcétera.

Es así que el mostrar de manera cotidiana las afectaciones causadas por la movilización magisterial, unida a los calificativos con los que se les etiqueta y los análisis donde no se discuten nunca sus demandas sino sólo los tecnicismos de las leyes de la Reforma Educativa o los perjuicios causados a terceros, son parte de un plan bien armado para poner a la gente en su contra.

La segunda parte del plan está dirigida a desactivar la protesta sin violar de manera evidente los derechos de los manifestantes –como se observó en el Zócalo gracias a una larga y detallada transmisión televisiva nada casual– so pretexto de la defensa de otros derechos, los de aquellos que transitan por las calles de la Ciudad de México. Miguel Ángel Mancera ya advirtió que no les permitirá más a los maestros que atenten contra la integridad de los capitalinos.

La tercera parte podría estar encaminada a aislarlos y justificar las decisiones que permitan no sólo ignorar sus demandas, sino reprimirlos “en caso de necesidad”, una vez que se les orille a llevar a cabo otro tipo de medidas.

Para terminar, cabe preguntarse de nuevo ¿de qué se ha liberado al Zócalo, cuando su reapropiación, y la de todos los espacios públicos, significa un avance de la sociedad sometida por décadas al Estado?

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