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Madero, memoria a cada paso

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Pensar en el Centro Histórico de la Ciudad de México sin pensar en la calle de Francisco I. Madero es francamente imposible. Desde su origen ha sido una calle significativa y trascendente; es tan antigua como la traza de la Nueva España elaborada por Alonso García Bravo tras la consumación de la conquista. Además de ser un punto de conexión entre lugares emblemáticos de la Ciudad, goza de la presencia centenaria de edificios de alto valor arquitectónico, histórico y cultural. De igual manera ha visto desfilar desde el ejército trigarante, hasta personajes como Santa Anna,  Maximiliano de Habsburgo, Benito Juárez, entre muchos otros. Fue también, por muchos años, la ruta final de miles de manifestaciones sociales importantes.

La trascendencia de Madero también radica en su ubicación, pues es la continuación de la Avenida Juárez (que nace en Reforma y termina con nada menos que el Palacio de Bellas Artes) y desemboca, finalmente, en el Zócalo de la Ciudad. Sin embargo, Madero ya no es sólo un lugar de cruce o un medio para llegar a algún lado, sino un destino en sí mismo. En buena parte fomentado por la peatonalización que ha creado nuevas dinámicas de experimentación del espacio. A lo largo de sus 700 metros encontramos verdaderos tesoros que, a pesar de ver con gran frecuencia, poco imaginamos sobre su historia y sus secretos.

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Partiendo  del eje central, dos edificios nos dan la bienvenida; el Edificio Guardiola y la Torre Latinoamericana. El primero, diseño art decó es obra del arquitecto Carlos Obregón Santacilia como parte del Banco de México en 1947. Frente a él, con 44 pisos y con una nostálgica belleza, está la emblemática Torre Latinoamericana, obra del talento mexicano de Augusto H. Álvarez. Desde su construcción, dicho sea de paso,  en 1956 hasta 1972, fue el rascacielos más grande no sólo de México sino de América Latina.

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No se agota aquí lo maravilloso  de este espacio: en este cuadrante se encontraba, en tiempos prehispánicos, una casa de animales de Moctezuma donde albergaba aves, mamíferos, peces y demás fauna. Después de la conquista, estos predios serían ocupados por la orden de los franciscanos, que en más de 32,490 m² fundaron, en 1525 (con apoyo de Hernán Cortés), un convento de dimensiones exorbitantes de once capillas, un cementerio, un hospital y más. De eso ahora sólo queda el Templo y el Atrio de San Francisco, éste último funciona como un espacio cultural al aire libre.

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En frente está la Casa de los Azulejos que en tiempos coloniales fuera la antigua casa de los Condes del Valle de Orizaba. Fue ocupada en 1881 por el Jockey Club, el que fuera el centro de reunión de las clases privilegiadas de la época porfiriana. Años más tarde, los hermanos Walter y Frank Sanborn, inmigrantes californianos dueños de una droguería que se encontraba a un costado de esa casa, se les ocurrió poner una fuente de sodas, que al ser la primera en la ciudad, tuvo gran éxito y más tarde se convertiría en un restaurante que fue un lugar excepcionalmente visitado por la alta sociedad durante la primera mitad del siglo XX.

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Pasos más adelante, encontramos el Palacio de Iturbide con una fachada impresionantemente bella, donde de 1779 a 1785 vivió el primer emperador de México y hoy  funge como cede de colecciones artísticas de un banco. Avanzando, encontramos la Casa Borda, esta perteneció a un minero español muy rico que hizo una gran fortuna en las minas de plata de Taxco. La casa es reconocible porque sus balcones son tan amplios como ella. La leyenda cuenta que su dueño los mandó construir así para que su esposa pudiera pasear sin tener que salir a la calle. Recientemente,  tuvo una rehabilitación para reactivar su uso de casa-habitación. Por cierto que fue también aquí donde existió la primera sala de cine en la Ciudad llamada el “Salón Rojo”  Otra cosa curiosa es que en la esquina con Motolinia está incrustada una cabeza de león, se dice que ésta indica hasta dónde llegaba el agua en la inundación que sufrió la Ciudad en 1629.

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En la esquina con Isabel la Católica encontramos el Templo de la Profesa, construido a finales del siglo XVI que además de gozar de una arquitectura excepcionalmente bella, resguarda la pinacoteca más importante en cuanto a arte sacro. Frente al templo está un edificio construido por los seguros “La mexicana”, es un edificio hermosísimo que antes de esa transformación era sede del café “La concordia”. En este café se daban cita intelectuales, políticos y demás figuras del ámbito público y privado, es bien sabido que se comparaba a los grandes cafés de Europa por su alta calidad, fue un sitio donde debieron vivirse memorables tertulias. En contra esquina, se encuentra el edificio donde residía lo que fuera la que era la joyería “La esmeralda” en donde compraban sólo los más apoderados, en la actualidad ese edificio está ocupado por una tienda de discos y el Museo del Estanquillo.

De éste punto hasta el Zócalo, este sector de la la calle era nombrada “Plateros” pues el virrey  de entonces ordenó que todo aquel que se dedicara a ese oficio se confinara aquí. Y fue en esta parte  donde Francisco Villa colocó en 1914 la placa que cambiaría el nombre a Francisco I. Madero.

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El término de la calle tiene también cosas interesantes, a un costado se encuentra uno de los hoteles más antiguos de la Ciudad que cuenta con una vista espectacular hacia el Zócalo. Cercano a éste extremo encontramos el  Museo Mexicano del Diseño, MUMEDI. Éste es un lugar muy peculiar pues está cimentado sobre las ruinas de donde se construyó el palacio de Hernán Cortés que a su vez se construyó sobre pirámide del Emperador azteca Moctezuma Ilhuicamina.

Madero es, sin duda, una calle importante por dónde se mire, en sentido comercial, económico, político, social y cultural es imprescindible. Su peatonalización se llevó a cabo en 2010 con una inversión de 30 millones de pesos como parte del Plan Integral de Manejo del Centro Histórico de la Ciudad de México. A diario transitan sobre ella miles de personas que disfrutan de su belleza y oferta comercial.

Es importante reconocer la historia de calles como ésta que ha acompañado, literalmente, la historia de nuestra Ciudad y en la que día con día siguen tejiéndose microhistorias memorables a cada paso.

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