Erick Ampersand / @eri_ampi
(02 de agosto, 2014).- Es seguro que pasó en 1940. Debió ocurrir antes del 21 de agosto, probablemente en una calle de Coyoacán, en la Ciudad de México. Una niña caminaba tomada de la mano de su padre, cuando de pronto, una voz entre la gente dijo: allí va Trotsky con su hija.
Ella tenía diez años y no sabía con certeza quién era Trotsky, tampoco lo que significaba “lucha de clases” o para qué podría servir el Manifiesto comunista. Sin embargo, en su corta vida se había mudado tantas veces de casa, que ya percibía una constante: la desigualdad fermenta en cada barrio.
Tiempo después, en plena adolescencia, la joven cuyo cabello crece a lo ancho y no a lo largo, se escaparía para contraer matrimonio. Los testigos serán, ni más ni menos, un albañil y un cerrajero. Tenía el vestido luido, los zapatos rotos y las medias agujeradas. El juez le dio su primer consejo: El matrimonio es horrible, pero no se preocupe. Existe el divorcio.
Margo Glantz recupera esta y otras de sus experiencias en la más reciente obra: “Yo también me acuerdo”, publicada por la editorial Sexto Piso.
Se trata de un testimonio de vida que da forma al mural de una época, un libro que explora los entresijos de un tiempo que nos parece distante, no tanto por su lejanía cronológica, como por la tecnología voraz que lo arrinconó de pronto.
Paradójicamente, pocos miembros de su generación se adaptaron con tal fluidez a las nuevas teconologias. Margo Glantz es una tuitera ferviente que dedica una hora diaria a esta red, pero muchísimas más a pensar en 140 caracteres.
Es a partir de esa brevedad y concisión que se construye buena parte de “Yo también me acuerdo”, utilizando una técnica que inauguró Joe Brainard con su destacado “Me acuerdo” (también publicado en editorial Sexto Piso) y que luego imitarían personajes como Zeina Abirached y Pier Paolo Pasolini, además de los muy admirados por la autora, Georges Perec y David Markson.
Si bien la itinerancia de la frase “Me acuerdo…” al inicio de cada párrafo funciona como una especie de mantra, como un coro mental que conjuga cada recuerdo con los otros, en el caso específico de esta obra —de casi cuatrocientas páginas— por momentos resulta un tanto cansino. Quizá porque en los otros ejemplos había una estructura similar, pero con menor extensión.
La autora ha recibido importantes becas, entre las que destacarían la de la Fundación Rockefeller, así como de la Fundación Guggenheim, además de los premios FIL (2010) y Nacional de Ciencias y Artes (2004). Algunas de sus traducciones elaboran textos de Tennessee Williams y George Bataille, entre otros.
Viajera incansable, en la maleta de Glantz no hay lugar para las cámaras fotográficas, ni para las de video, ella sólo utiliza cuadernos para capturar los prismas de los espacios. Amante de la música, de los cortes de cabello y de los zapatos de diseñador, aún queda pendiente por escribir ese futuro ‘Tango para Margo Garbo’.
Vemos su amor por la novela policiaca, por J. R. Ackerley, por las palabras melódicas, por la noticia en tiempo real, por Sor Juana Inés de la Cruz, por convertirse en una trashumante irredenta, en un verdadero viajero que toma “prestadas las rutas que, aún antes de empezar su recorrido, lo esperaban desde siempre” (Kafka) y por descubrir en cada ciudad “la radiografía de su futura ruina” (Sebald).
Ciertos periodos de la vida se embellecen apenas cruzan la memoria, tal como sucede con la sangre que se limpia al cruzar el corazón. Recordar es volver a caminar el sentimiento. Como cuando esa niña regresa en la memoria a Coyoacán y se pregunta si acaso su padre es Trotsky.
A menudo me sorprende el carácter combativo de Glantz en sus tuits. La suya es una trinchera virtual que refrenda la justicia de la memoria. No fue la hija del teórico soviético, pero también le importa evidenciar las desigualdades.
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Margo Glantz “Yo también me acuerdo”
Sexto Piso — México, 2014
* Con el agradecimiento por el ejemplar a Lluïsa Matarrodona