(21 de febrero, 2014).- Cuatro monedas giran en el aire. Sólo los actores en escena saben qué pasara con todos esos soles y águilas que caen, unas veces a favor, casi siempre en contra. Como espectador, apenas es posible saber el peso que tendrá el azar en la puesta que está comenzando.
Cuatro jóvenes se internan en un refugio. Ahí se protegen de lo que existe afuera, las distracciones, la costumbre, la vida. Quieren crear “algo grande, algo sincero”, como quien se aferra a tener el control sobre algún elemento, por ínfimo que sea, de su destino.
Nunca me gustaron los títulos largos, de Carlos Portillo, es una crítica a las nuevas generaciones que, por un lado, desean pasar a la historia y, por el otro, están sumergidos en la procrastinación.
Los cuatro personajes pertenecen a ese grupo de jóvenes acostumbrados a la inmediatez; piensan que trascender se logra con una idea intempestiva, algo que de un momento a otro cambiará, si no el mundo, sus vidas y las de aquellos que los rodean.
El Foro Reyna Barrera sirve como escenario perfecto para adentrarnos en esa bodega-refugio en la que los personajes nos permiten entrar para conocer su historia, para hacer pública su búsqueda. Sin embargo, la sencillez de su escenografía permite que ésta se adapte a prácticamente cualquier espacio, lo que a su vez representa nuevos retos para el montaje.
La audiencia es partícipe de la fallida creación que se muestra en la obra. Por ello, la interacción entre actores y público es constante, conformando uno de los tantos elementos azarosos que definirán el devenir de cada función.
Hay un ciclo en la historia en torno a los mismos esfuerzos infructuosos de los personajes. El ritmo cambia, desde las conversaciones que no van a ningún lado -comunes en cualquier relación-, hasta los exabruptos entre personas que parecen conocerse desde siempre y que se permiten breves accesos de violencia.
Los actores cuentan con distintos estímulos con los que deben lidiar al tiempo en que siguen con la historia y, al mismo tiempo, navegan con los diálogos que fueron sorteados con las monedas al inicio de la función.
Al final, la historia podría continuar en un loop, quizá como la vida de todos aquellos que dedican sus días a navegar el internet mientras imaginan cómo cambiar al mundo desde lo estático. Sólo una ruptura en ese discurso nos trae de vuelta a la realidad: la vida se construye también de lo imprevisto.
La obra Nunca me gustaron los títulos largos y su propuesta experimental aportan nuevos elementos al teatro más acartonado al que se suele acostumbrar a las audiencias. Vale la pena ir a más de una función y encontrar los cambios que el azar le deparará a los cuatro personajes de esta obra.
La cita es en el Foro Reyna Barrera, calle Francisco Pimentel número 14, en la colonia San Rafael, Distrito Federal. El costo de los boletos es de $100 o $70 con descuento. Y su boleto se convierte en un 2×1 para siguientes funciones.