La historia siempre planteará respuestas variables de las brutales tragedias del sexenio presente. Ayotzinapa no es la única, pero sí la que permanecerá en la memoria de todo un país, de todo un planeta.
La verdad sobre una de las más cruentas noches de este país recae en toda una cadena de mando, encabezada por tan solo el instrumento ejecutor de un movimiento que se venía incubando desde mucho antes que el mismo Peña Nieto fuera electo candidato a la presidencia.
En primera instancia, el ejército se ha valido de la protección de este sujeto para obtener objetivos políticos, al mismo tiempo que éste ejecuta sus propósitos siniestros de eliminar de facto a todo aquel que rechace una dictadura fundada en el capitalismo, la opresión y los asesinatos de un pueblo perseguido y desdichado.
Quien se hace nombrar presidente ha ejercido su “Solución Final”, es decir, eliminar las posibilidades de otorgar verdad a los padres de los 43 normalistas, en días pasados Peña Nieto el ruin creador de tragedias nacionales ha ratificado una de las más despiadadas tormentas sociales, acentuando su insensibilidad, apatía y aborrecimiento a una catástrofe que lo ha confirmado a nivel mundial como la principal y más grande amenaza de este país.
“Nos sentimos traicionados, molestos, indignados por la actitud que Peña Nieto tuvo durante la reunión. De una manera cínica nos dijo ‘su causa es mi causa’, pero no fue capaz de comprometerse a nada más que a crear una Fiscalía Especial que ya sabemos que no servirá de nada”: padres de los 43.
Es claro que la deshonra e ignominia es lo único que puede caracterizar a un gobierno que ha violado sistemáticamente las dignidades y los derechos humanos, secuestrando, torturando y desapareciendo a 43 jóvenes estudiantes, que paradójicamente buscaban paliativos para obtener los instrumentos, por medio del conocimiento, para transformar a México en un país nuevamente habitable.
Hoy la justicia está en deuda con los mexicanos y todos los habitantes de este mundo que no solamente se han solidarizado con los padres de los 43 normalistas, sino que han cargado su pena, llorado el mismo dolor y sentido la misma furia, ante un Estado magnicida, encumbrado por un sistema político advenedizo y servil con el gran capital.
Ayotzinapa es el mayor símbolo del odio de un gobierno y la rebelión de un pueblo que ya no calla, las voces ya no son 100 mil, son 10 millones y más; esta tragedia representará por el resto de la existencia de este país uno de los peores siniestros en materia de derechos humanos de la historia contemporánea de México.
“El pinche maldito gobierno está diciendo que ellos eran delincuentes. Mis hijos querían estudiar”, ha expresado la madre de dos normalistas desaparecidos, sin embargo es altamente probable que si el gobierno actual y sus fuerzas armadas no estuvieran involucrados de manera directa e indirecta, todo hubiera sido resuelto y anunciado a nivel mundial por el resto de su sexenio.
Todas las armas, todos los disparos, todas las muertes han bramado las verdades y propósitos ocultos de un gobierno sanguinario que burdamente insiste en hablar de ‘justicia’, cuando su vil show de carpa barata llamada ‘verdad histórica’ o lo que es lo mismo ‘embuste histórico’, ha sido rebasado no solamente por pruebas científicas, sino también por el hartazgo de una sociedad hacia la violencia, por las protestas inmediatas y masivas que estallaron en México y que permitieron que la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa se convirtiera en una causa global, abrazada por millones de actos fraternales con las víctimas de una narcocracia que llegó a un punto culminante.
Porque Ayotzinapa nos ha enseñado que “desapariciones forzadas”, “terrorismo de Estado” y “crímenes de lesa humanidad”, son actualmente y con gran estabilidad la moneda corriente en este país.
Hoy los 43 normalistas y sus padres no están solos, el país y todos los continentes los han abrazado y avanzado con ellos, porque somos ya una cifra que cada segundo se vuelve infinita, quienes estamos abriendo nuestro pensamiento, corazón y fuerza a una lucha que ya es nuestra.