La situación que se vive en el país no cambiará por un acto de buena voluntad del grupo en el poder. No lo hará, aunque las presiones de las clases mayoritarias desborden la capacidad de negociación de los dirigentes sociales, como así está sucediendo. De ahí que el futuro se vea muy sombrío y sean cada vez más cercanas las posibilidades de una regresión política de consecuencias inimaginables. Así lo patentiza la postura de los altos mandos de las fuerzas armadas, con respecto a que llegarán hasta donde haya que llegar de continuar las justas protestas de amplias capas de la sociedad por una realidad sobrecogedora.
No se quiere aceptar la necesidad de no echar más fuego a la hoguera, como así será en caso de que la represión gubernamental suba de intensidad. Lo habrán de lograr, Enrique Peña Nieto y su gabinete, si continúan por el camino de la violencia “legítima” del Estado, que se quiere justificar con el uso de provocadores, método ya muy usado por el PRI que a nadie engaña en la actualidad. Se busca crear un clima de intolerancia de las clases medias hacia las justas protestas del pueblo, sólo que las condiciones socioeconómicas no favorecen hoy una salida que agravaría la crispación social.
Las clases medias son las más directamente afectadas por la total ineficiencia del gabinete económico. Las posibilidades de una relativa mejoría de las condiciones de vida de las clases medias, se han nulificado con el terrible freno al crecimiento, situación equiparable a la que se vivió durante el sexenio de Miguel de la Madrid, aunque ahora con el agravante de que ya no existe el pararrayos que significaron entonces las más de mil empresas paraestatales, que aseguraban empleo y salarios a decenas de miles de trabajadores, lo que ayudó a paliar la debacle económico-financiera de ese periodo.
En este momento, Peña Nieto no tiene los apoyos que todavía funcionaban cuando la tecnocracia tomó el poder en 1983, como los tres sectores tradicionales del PRI. Hoy son como “tigres de papel” que no tienen un poder de convocatoria real, ni tampoco capacidad para seguir comprando conciencias, votos y grupos de choque con los cuales enfrentar el descontento social. En la actualidad, las clases medias resienten como nunca antes la desmesura de la voracidad de la oligarquía, sin ninguna posibilidad de oponer resistencia.
¿Acaso no acabaron ya con los sectores más favorecidos de los asalariados, como los electricistas, los petroleros, los pilotos aviadores?
Así como la economía va en picada, como lo señalan las cifras oficiales, asimismo los apoyos reales al PRI-gobierno son simple humo que se puede llevar el viento del descontento social. Cabe recordar que el objetivo de Peña Nieto en materia económica era crecer al menos 3.7 por ciento en el primer bienio; nos acaban de informar, tanto el Banco de México como la Secretaría de Hacienda, que apenas alcanzará 1.6 por ciento. Esto mientras la tasa inflacionaria rebasa 4 puntos porcentuales. Aun así todavía se atreven a decir que “hay claros signos de recuperación”. Tal burla, quienes más la resienten son las clases medias, las que tienen más capacidad de discernimiento y las que una vez que lleguen al límite de la tolerancia, habrán de inclinarse por la única solución válida: un cambio de régimen que impulse medidas concretas en favor de la sociedad.
Le sobra razón al secretario de Marina, Vidal Francisco Soberón Sanz, al condenar “los actos mezquinos de quienes, enmascarados, en grupos minoritarios y el rostro encubierto laceran nuestra nación”. Sólo que la ciudadanía sabe que tales grupos no se dan por generación espontánea, no actúan motu proprio, sino que obedecen instrucciones de altos funcionarios del gobierno federal. En realidad, “actos mezquinos” que dañan gravemente a la nación, son los que realiza una oligarquía cada vez más minoritaria y poderosa. A ésta es a la que hay que condenar por su total carencia de patriotismo y de solidaridad con el país.
Los enemigos de la nación no son unos pobres diablos que venden su fuerza de trabajo en calidad de mercenarios infames, sino los oligarcas que no tienen empacho en acabar con el país si ello les reporta pingües ganancias. Contra ellos deberían dirigirse las críticas y amenazas de los altos mandos de las fuerzas armadas.