Poco más de 24 millones de mexicanos tienen un grado de pobreza que no les permite adquirir bienes y alimentos básicos-necesarios; otros 8.5 millones son vulnerables por sus ingresos a pertenecer las filas de pobreza y según un estudio del Senado revela que 66 millones 112 mil mexicanos no tienen la posibilidad de adquirir los productos de la canasta básica y es que en este país todos los salarios mínimos y su mediocre aumento han conducido al hambre.
Los 70 pesos con 10 centavos garantizan solamente la aceleración de la pobreza en las clases trabajadores, mientras continúa la explotación del gobierno a la par de los grandes grupos capitalistas. Es por lo anterior que resulta ser un insulto hablar de ‘combate y lucha contra la pobreza’, cuando hay millones de mexicanos carentes de lo básico y con frecuencia son ‘objetos’ manipulados con fines políticos.
En cuanto a la homologación del salario mínimo, en una comunidad de provincia 70 pesos no son suficientes, mucho menos lo será en una de las ciudades más caras del mundo (Distrito Federal), produciendo distintos índices, pero finalmente la mismas carencias y hambre, graves expresiones de injusticia social provocadas por un sujeto que rechaza y denuncia el mal llamado ‘populismo’, pero enaltece la avaricia.
Porque este tipo de ingreso también niega las posibilidades de salud y educación, así se condena a millones de mexicanos a tener una vida en condiciones deplorables, mientras los líderes políticos sobre quienes recae este tipo de decisiones, mantienen nula conciencia de esa realidad, no se preocupan y viven su existencia al margen de las necesidades de los pobres, siendo autores y cómplices de la injusticia y la violencia existentes.
Los poco más de 80 alimentos que conforman la canasta básica son un grave insulto cuando se le pregunta a las clases bajas si pueden adquirir al menos cinco de éstos, porque el pobre ni siquiera sabe si mañana podrá comer y es posible que él o su familia fallezca de una enfermedad curable, pero con altos costos médicos.
Los salarios mínimos en el país, están hechos para vivir con menos que lo ‘mínimo’, es intentar pasar el día, en perpetua escasez y en completa vulnerabilidad, sin saber dónde y a quién acudir para solucionar problemas (derivados de la economía) que pueden convertirse en asunto de vida o muerte.
Exhibir como un triunfo que el salario mínimo general promedio haya acumulado una ‘recuperación’ del poder adquisitivo de 5.58 %, según el tercer informe de gobierno y se hayan agregado una serie de cifras más, conforman solamente un discurso demagógico. Porque a quien golpea e intenta sobrevivir con un sueldo miserable, no es quien lee, sino quien lo recibe.
Preciso es aceptar que ni éste, ni cualquier otro mandatario antes ha podido, ni ha querido demostrar un compromiso constitucional de trabajar por la justicia social, les resulta incómodo y difícil, no empata con la figura de ‘virrey’. Por el contrario resulta fácil hablar de crisis mundiales que afectan a este país periférico, ridículamente disfrazado de ‘occidental’, cuando la mayor crisis que se padece no es la económica, sino la política, no se puede hablar de pobreza en un país, cuando el presidente es uno de los mejores pagados, por encima de las potencias mundiales y con el avión presidencial más caro en contraposición del perteneciente a las hegemonías.
Cambiar políticas y gobiernos en el poder depende de esas clases desprotegidas que padecen los embates de un salario mínimo a modo, perpetuado por mandatarios ambiciosos que necesitan de la pobreza para la manipulación y el saqueo de un país.
De lo contrario, todos, pero principalmente los que más padecen, serán cómplices de una especie de guerra de ricos contra pobres que, como hasta ahora, seguirá generando violencia sin fin. Las clases bajas siempre serán más y son quienes tienen las principales decisiones en sus manos, sólo se trata de tomar conciencia de la pobreza como un mal nacional, provocado a conveniencia por las derechas en el poder.