Texto por: Itzel Avendaño Arenas, Javier Bonilla, Erandi León Tierranueva e Iván Mejía
Fotografía: Itzel Avendaño Arenas, Javier Bonilla e Iván Mejía
(30 de octubre, 2015).- La casa se encuentra al final de un callejón, un faro a media luz ilumina e indica el camino que hay que seguir para llegar al altar, donde ya espera el festín de platillos y atenciones que los anfitriones tienen preparados. Afuera del hogar, un grupo de hombres beben mezcal, se puede distinguir al más longevo, el anfitrión, aquel que recibirá sólo la ofrenda de los visitantes varones.
La noche es serena, silenciosa, cómplice de la velada donde se espera la llegada de los fieles difuntos. Al interior del hogar sólo hay mujeres, están sentadas sobre sillas de madera acomodadas frente al altar, hablan susurrando, símbolo de respeto y no de tristeza. Ellas reciben la ofrenda de las mujeres visitantes, velan el altar, lo protegen.
El calor es intenso y húmedo, provocado éste por la gran cantidad de veladoras de diversos tamaños que alumbran y decoran cada uno de los cinco escalones de la ofrenda, montada en forma piramidal.
Cada escalón adornado con papel picado de colores, tiene como platillos lo que la o el difunto disfrutaba, quizá una botella de cerveza, una coca cola, una taza de café, un poco de atole o un pedazo de pan tradicional. Las diversas formas frutales y flores de cempasúchil, guigé’bihuá en zapoteco, llenan de color y olor al altar.
La ofrenda es custodiada por palmeras de plátano erguidas desde el piso hasta el techo en cada una de sus cuatro esquinas. Los troncos de las palmeras están adornados con manzanas, naranjas, muchas flores, panes y pencas de plátano que aún conservaban su particular color verde.
La ardua elaboración del altar es un homenaje para celebrar a los difuntos de la familia, sus retratos descansan en los escalones de la ofrenda, el acaecido más reciente observa desde la cima del mismo a quienes lo acompañan, a quienes aguardan su visita. Cualquier movimiento en la ofrenda, una flor al suelo, un pan que cae, la llama de la vela agitándose bruscamente, es para los presentes una inequívoca señal de que el espíritu del difunto está con ellos y se quedará toda la noche haciéndoles compañía, la celebración es recíproca, es su xandu’ yaa, el primer aniversario del final, de la conclusión de un ciclo de vida.
El xhandu’yaa es la celebración efectuada en el primer aniversario luctuoso de la persona, la tradición dice que el difunto recorrerá su camino a la otra vida en un lapso no menor a los seis meses, celebrar a la persona antes de ese tiempo representaría la interrupción de su camino dejándolo en el limbo, vagando por la eternidad. Xhandu es una palabra “zapotequizada” del castellano, que significa santo.
“Le llamamos xhandu por el sonido similar que tiene con la palabra santo en castellano”, comentó Carlos Sánchez, fundador y locutor de Radio Totopo, respecto a la celebración del todo santo. “Para el segundo año, la celebración toma el nombre de xhandu’ guiropa”, concluyó.
Xhandu es el nombre de la celebración que conmemora a los muertos de la comunidad zapoteca del Istmo de Tehuantepec, Oaxaca, ubicada en la Ciudad de Juchitán de Zaragoza, que cuenta con más de cien mil habitantes.
En la séptima sección de esta ciudad heroica, reconocida por sus luchas sociales a lo largo de su historia, se encuentra el mayor número de zapotecas que aún conservan sus más ancestrales tradiciones. Cada 30 y 31 de octubre los habitantes de la zona velan a sus difuntos al pie del altar que se les construye.
Caída la noche los vecinos caminan por las calles visitando los altares, las mujeres cargan canastas con flores, frutas y velas que irán dejando en cada uno de los altares que visitan o en su defecto donarán 50 pesos a la anfitriona de la ofrenda.
En los hogares donde se alzan los altares se asignan tareas específicas a ciertos miembros de la misma. Una de las mujeres, generalmente la de más edad, recibe la ofrenda de las demás mujeres visitantes de su altar. Por su parte, el encargado varón hará lo mismo con los hombres que llegan a su hogar. Ellos a diferencia de las mujeres dan alrededor de 20 pesos y no llevan frutas ni flores.
La entrega de lo que los habitantes llaman “limosna” representa una ayuda para las familias que abren las puertas de su hogar a los visitantes del altar, al que se le invierten aproximadamente mil pesos (para un altar promedio). Los costos de la elaboración del altar han incrementado paulatinamente desde la llegada del megaproyecto de construcción de parques eólicos en 1994, extendidos ambiciosamente en el gobierno de Felipe Calderón como parte del Plan Económico Puebla- Panamá.
“Como aquí la mayoría son campesinos y pescadores, antes se conseguían las frutas y las palmeras de plátano de los terrenos comunales, ahora hay que comprarlos en el mercado y por eso son más caros porque los traen de otros estados o regiones”, dijo Isabel Jiménez, habitante de la séptima sección de Juchitán de Zaragoza e integrante de la Asamblea Popular del Pueblo Juchiteco (APPJ), en resistencia por la no construcción de dichos parques eólicos.
Otro de los roles en la celebración del xhandu es llevado a cabo por un miembro más joven de la familia, hombre que a cada visitante le ofrece la medida equivalente a un “caballito” de mezcal o tequila. El encargado de esta tarea debe servirse y acompañar con el trago a cada uno de sus invitados, las veces que sean necesarias.
Tequio para la realización del Xhandu’yaa
Sobre la calle principal de la colonia Adolfo Gurrión los olores empiezan a invadir y dirigir los sentidos hacia aquel portón blanco donde se observa un grupo de hombres construyendo arcos con caña de azúcar, de los cuales cuelga fruta y pan que darán la bienvenida al difunto y a todas aquellas personas que compartirán sus recuerdos.
Frente al portón del otro lado de la calle se encuentra sentado sobre una silla de madera José Aguilar Carrasco de 93 años, padre de Pedro y María, anfitriones del xhandu’ yaa, quien observa los preparativos, da la bienvenida y piensa que “la vida es un camote” donde “hay más tiempo que vida.”
Poco a poco al entrar a la casa se empieza a llenar la vista, primero con mujeres pasando de un lado a otro, esquivando la enorme cacerola de metal llena de mole negro en la cual se podrían fácilmente bañar dos menores; detrás de ésta se encuentra otra cacerola idéntica colocada encima del fuego acogedor. Aproximadamente 15 mujeres trabajan alrededor de dos mesas en donde se realiza la preparación del tamal. En medio de las mesas se encuentran jícaras llenas de mole negro; kilos de carne de puerco que al terminarse se sustituye por carne de pollo; maíz molido acompañado de agua; y hojas de plátano y de maíz que sirven para envolver el sabor tradicional.
Durante la preparación de los tamales las palabras en zapoteco se pierden unas con otras formando pláticas interminables. Las risas son esporádicas, las sonrisas se intercambian y mientras tanto otras mujeres se encargan de vigilar la correcta cocción de los tamales.
María pasaba con cada uno de sus visitantes y ayudantes ofreciendo chocolate con agua, café y marquesote, un pan en forma rectangular típico de Juchitán de Zaragoza, este pan toma su nombre debido a que en la época colonial era el que gustaba a los conquistadores.
Del lado derecho se observa un camino que te lleva al cuarto donde se encuentran los escalones o biguié’, altar construido por siete escaleras en donde cada piso es adornado con papel china picado, uno de color azul y otro rosa, representando la muerte de la mujer y el hombre, además de los adornos característicos de esta ofrenda.
Tras haber terminado el biguié’, Pedro invita a la gente a desayunar un caldo de puerco a la mesa rectangular que antes había servido para la elaboración de los tamales. Las mujeres fueron las primeras en sentarse y disfrutar del caliente caldo que se servía, después comieron los hombres y María. Al mismo tiempo se vaciaba la cacerola que estaba en el fuego donde se cocían las primeras decenas de tamales, éstos se trasladaron a un recipiente de plástico. Una vez vacía la cacerola, se enjuagó con agua, se colocaron hojas de plátano al fondo, se acomodaron los tamales crudos y se regresó el recipiente lleno al fuego.
De estar todo el patio lleno de personas ayudando en lo que se pudiera, se quedó el lugar casi vacío, las mujeres terminaban de lavar y acomodar. La gente que iba saliendo llevaba en las manos bolsas que contenían los tamales, tradicionales de la época.
Todavía sobraba mole pero no ingredientes necesarios para completar el platillo. Se traspasó todo el mole negro a envases pequeños para que se pudiera utilizar después.
Antes de las 11 de la mañana ya se habían cocido más de 250 tamales, algunos repartidos entre los ayudantes y otros, la mayoría, fueron guardados para la celebración del xhandu´ yaa o Todo Santos que se realizaría a partir de las seis de la tarde del mismo día, 31 de octubre.
El Xhandú de los luchadores
Al fondo de la habitación, justo al lado de la pequeña cabina de Radio Totopo, desde donde transmiten todos los días en zapoteco a partir de las 6 de la mañana, se erige una cruz verde que a nada esta de tocar el techo, colocada sobre una mesa pequeña donde sólo una ofrenda de flores la acompaña. Es 31 de Octubre, casi medio día. Isabel llegó a la radio comunitaria con 4 manzanas y las colocó en la ofrenda, tres al frente, en primer plano y la que última atrás, sobre la base de la cruz.
“Cada manzana representa a los luchadores sociales que han defendido al Istmo de Tehuantepec, a campesinos, a pescadores” expresó Isabel. “Además, una especialmente representa a Héctor Regalado que formó parte de la APPJ y mataron de bala en julio DE 2012, él también se oponía a los eólicos.”
Juchitán de Zaragoza ha sido blanco de injusticias para sus habitantes a lo largo de su historia. Hombres y mujeres han luchado defendiendo sus costumbres, su lengua, sus derechos.
Las manzanas que llevó Isabel los representan a ellos y su histórica lucha. Entre ellos al general Eliodoro Charis, a José “Che” Gorio Melendre, al Dr. Valentín S. Carrasco, a José “Che” Gómez y a las y los habitantes del Istmo.
Desde la cabina los locutores recuerdan a sus fallecidos en la lucha, invitan a la participación de las ofrendas que por la noche estarán listas, y hacen una mención especial, un homenaje a las mujeres luchadoras que han fallecido, a las esposas que sobreviven y que hoy están en resistencia.
La música habla de muerte, la conmemora, le muestra su respeto. En Juchitán el final de la vida es celebrado y es el motivo de alegría los días 30 y 31 de octubre porque representan la oportunidad para reunirse con sus seres queridos y festejarlos una vez más.
Estos días representan que la oportunidad de convivir trascienda.