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355 balas

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El 29 de enero de 2024 comenzó como siempre en Tel Al Hawa, poblado en la parte central de Gaza, despertar a la pesadilla diaria después de mal dormir sin saber si llegarán vivos o enteros siquiera al mediodía. Temprano, Bashar Hamada, su esposa Anam, sus cuatro hijos y su sobrina Hind Rajab salieron de casa en busca de víveres y otras provisiones; sabían que pronto tendrían que abandonar su hogar y tratarían de avituallarse.

A las 9:23 de la mañana, poco después de haber salido de la casa, el ejército israelí difundió por redes sociales la orden de evacuación inmediata hacia el sur. Sin saber de ella, Bashar condujo su auto hacia el norte. De cualquier manera, por la destrucción de la calle, no habría podido ir en sentido opuesto; necesariamente tenía que avanzar al norte y luego buscar una intersección que le permitiera retornar. Pocas cuadras adelante se topó de frente con la avanzada israelí que ingresaba desde el norte de Gaza.

Bashar apenas alcanzó a girar levemente el volante a la derecha cuando una ráfaga masiva impactó el auto. De inmediato murieron cuatro de los siete pasajeros. Sobrevivieron Layan, de quince años, y su pequeña prima Hind, de seis. Aparentemente, los soldados abandonaron el auto con todos adentro y continuaron su marcha.

Entre los cuerpos inermes de sus hermanos y sus padres, Layan pudo hallar un teléfono y comunicarse con un familiar en Alemania -con frecuencia es más fácil comunicarse hacia el exterior que dentro de Gaza- y le contó lo sucedido. De Alemania informaron a la Media Luna Roja y ésta pudo mantener comunicación con Layan, en intervalos, durante un largo tiempo. Con el poblado tomado por las fuerzas israelíes era imposible tratar de salvarlas. La población entera, incluido el resto de la familia, huía hacia el sur con lo que podía y como podía.

A las 2:30 de la tarde, Layan habla con el personal de la Media Luna:

Layan: ¡¡¡Nos están disparando. El tanque está cerca de mi!!!

Operadora: ¿Estás escondida?

Layan: ¡¡¡Sí, en el auto!! Estamos muy cerca del tanque!!!

Fue lo último que pudo decir. Una ráfaga asesinó a Layan: 64 balas en un instante.

Desde varios frentes se realizaron gestiones con el gobierno y el ejército de Israel hasta que, pasadas las cinco de la tarde, la Media Luna obtuvo la autorización de ingresar al poblado para rescatar a las niñas. Una ambulancia con dos paramédicos, Yusuf Zeino y Ahmed al-Madhoun, salió hacia la zona donde presumían podía estar el vehículo. Layan no podía ubicarse en el terreno. La destrucción masiva hace imposible transitar en rutas preestablecidas y es fácil desorientarse. Una calle o avenida funcional un día puede no servir al día siguiente. Para los cuerpos de rescate los traslados se complican en extremo y pueden representar grandes pérdidas de tiempo y dificultades para brindar auxilio. Hacia las seis de la tarde, los paramédicos lograron dar con el auto. Parecía que la agonía llegaba su fin y podrían rescatar a Hind. Mientras avanzan lentamente por la calle semidestruida, informan por radio:

Paramédico: No puedo ver nada.

Control: ¿Tienes la sirenas y las luces encendidas?

Paramédico: Sólo las luces; las sirenas no…¡¡Ahí está el auto!!

Acto seguido, se escucha una explosión. No se supo más de los paramédicos. La ambulancia recibió un cañonazo casi de frente apenas se aproximó al automóvil. Probablemente, mientras se acercaban a él, los paramédicos no alcanzaron a ver al tanque, situado en la bocacalle, ni a enterarse de lo que acababa de suceder.

La llamada con Layan no se había interrumpido y la pequeña Hind había podido hablar con la operadora de la Media Luna hasta las seis de la tarde. El horror que emerge de su voz casi inaudible es infinito. La operadora le dice que la ambulancia va en camino. La escena es atroz: una niña de seis años, atrapada durante más de ocho horas entre su familia asesinada a mansalva, pidiendo desesparadamante que la salven del tanque que le dispara; ráfagas, gritos y silencio. 355 balas  callan a Hind.

Entre la muerte de su familia y la de Layan pasaron varias horas; entre ésta y la de Hind y los paramédicos, casi simultáneas, varias más. Una agonía sádica, con intervalos de terror, de una niña de sólo seis años que mantiene la entereza de hablar por teléfono y describir su situación.

La reconstrucción de los hechos y los análisis forenses demuestran que los soldados del grupo sabían perfectamente lo que estaba pasando, que habían disparado a una familia desarmada y con niños, a cortísima distancia. Hay dudas de si permanecieron ahí esperando a que fuera rescatada o bien, si luego del primer ataque se marcharon y regresaron en cuanto fueron enterados de que había sobrevivientes.

Durante las llamadas entre Layan y la Media Luna hay largos tramos en los que no se perciben disparos ni actividad militar. Todo indica que apenas notaron a alguien con vida, volvieron a disparar. Lo que sí es seguro es que acecharon a la ambulancia y esperaron a tenerla a linea de tiro. Otro crimen premeditado y un mensaje terrible para los paramédicos: nada, ni un salvocinducto del alto mando los salva. Hasta ahora, han sido masacrados 1,126 médicos, enfermeras y paraméddicos en Gaza.

El ejército de Israel no sólo acababa de cometer un asesinato brutal de una familia desarmada, sino que durante horas tejió una emboscada a los rescatistas que habían recibido un salvoconducto para rescatarlas. Ejecutó los asesinatos de las nueve personas con toda alevosía, dejando pasar el tiempo para acrecentar la agonía de dos niñas que se escondieron de la muerte entre su familiares muertos.

Pero no le bastó; impidió que los cuerpos fueran recuperados y no quiso informar de su ubicación, por lo que fue necesaria una larga y dolorosa búsqueda para encontrarlos en medio de la destrucción generalizada que dejó a su paso. No fue sino hasta el 10 de febrero cuando el ejército se retiró de Tel Al Hawa que los servicios de emergencia y familiares pudieron llegar al lugar de la infamia.

Lo que encontraron es inconcebible. El auto, destruido por más de 355 balas calibre 7.62, de alta velocidad y potencia, disparadas a entre 13 y 23 metros de distancia, fue arrastrado fuera del lugar donde fue atacado y aplastado por un buldozer. La ambulancia estaba a unos 50 metros con los cuerpos de los paramédicos calcinados por el cañonazo, disparado también a unos 20 metros. Dos semanas permanecieron los nueve cuerpos masacrados a la intemperie.

Por supuesto, el “ejército más moral del mundo” primero negó los hechos y luego aseguró que las muertes se dieron en un enfrentamiento y que la familia murió por disparos de combatientes de Hamás. La gran diferencia con otros miles de casos de crímenes arteros, es que este quedó grabado en audio en partes cruciales de la trama. Los análisis foreneses realizados por especialistas en diversas disciplinas contratados por la cadena catarí Al Jazeera demuestran que sólo los tanques Merkava israelíes pueden disparar a ese ritmo balas de tal calibre. Lo mismo respecto a la ambulancia: fue destruida por la munición de un cañón de tanque que no puede ser disparada por un arma personal. Tanto Layan como Hind mencionan que un tanque cercano les dispara. No hay atenuante posible.

El tiempo transcurrido entre el primer ataque y la destrucción de la ambulancia no puede asociarse a un “enfrentamiento”, sobre todo todo si no hay más víctimas que la familia y los paramédicos, como tampoco hay indicios de fuego cruzado. Aplastar el auto y arrastrarlo entre escombros de las construcciones destruidas muestra una crueldad doble: ocultarlo, dificultar su búsqueda e identificación y, al mismo tiempo, dejar constancia de su crueldad a plena luz. La maquinación de esta cadena de crímenes es siniestra y patológica.

El caso anterior es emblemático del horror que el ejército israelí impone al pueblo palestino desde hace 80 años. No es sólo un genocidio, de por si brutal. Es la intención de causar el mayor dolor posible, el mayor daño con la mayor crueldad. Cada día es un nuevo concurso de la infamia. Los soldados israelíes están entrenados y autorizados para torturar y cada día deben superarse. Lo peor es que de manera explícita y reiterada los niños son sus blancos preferidos. No en balde el Rabí mayor del ejército enseña que la piedad hacia los “gentiles” es pecado, más aún, la piedad hacia los niños, porque ellos son la “semilla del mal” que no debe germinar.

La saña sionista contra los niños no es nueva, ni lo es su salvajismo. Lo nuevo es la dimensión en que se ha llevado a cabo en estos nueve meses de exterminio y, muy particularmente, el hecho de que los perpetradores difundan sus crímenes como trofeos de caza con abosluta ligereza e impunidad.

La cantidad de páginas en redes sociales de soldados y colonos que presumen sus crímenes es abrumadora. Además de los sexuales, una constante es la recolección de trofeos infantiles: calcetas, juguetes, zapatos y triciclos son mostrados a la cámara con sorna, burlas y en muchos casos con descripciones de cómo se obtuvieron, en una exhibición presuntuosa de crueldad y sadismo. La profundidad de la psicopatología que muestran es proporcional al inconmensurable daño psicológico y anímico que han inflingido a un millón de niños y en general a todos los habitantes de Gaza, convertidos en corderos sacrificiales de un fundamentalismo cristiano-sionista, racista y genocida dispuesto a la guerra total.

El sionismo formó una sociedad militarizada de psicópatas a los que le es permitido todo, incluso exhibir sus crímenes, seguros de su impunidad. Sin embargo, su propio frenesí homicida les pasará la factura como sociedad, como comunidad, como personas. Es una carrera hacia el abismo y nadie saldrá impune completamente.

Conforme destruye Palestina, Israel se hunde en la degradación más radical. En contraste, la entereza de Hind martirizada le grita al mundo su tragedia. Su último aliento es la reafirmación de su permanencia en él a pesar de aquélla. Palestina pervivirá.

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