Alejandro Melgoza / Revista Hashtag
El pasado 13 de septiembre del 2013, las autoridades federales llevaron a cabo el desalojo de los maestros de la CNTE que, como acto de protesta contra la Reforma Educativa, decidieron mantenerse en huelga en la Plaza de la Constitución. Ese día, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, dio la instrucción para que ingresaran elementos federales, donde hubo violaciones a los derechos humanos. A continuación se reproduce una crónica de la Revista Hashtag.
(13 de septiembre, 2014).- “¡Media vuelta… ya!”, grita un comandante a su cuadrilla con el tono del régimen marcial: áspero y autómata. Entonces, inmediatamente los militares disfrazados de policías giran en sincronía mientras azotan el escudo en el suelo de la avenida 5 de Mayo. Sin duda, la disciplina de la institución que, lejos de proteger, es el brazo armado del Estado cuyo único objetivo es aplastar cualquier signo de oposición.
El silencio condimentado en tensión domina los rostros de los ciudadanos que transitan en ese momento; mientras algunos activistas escupen insultos hacia los efectivos que no reaccionan y mucho menos dejan que la gente los mire gesticulando en señal de molestia.
Al final, son las órdenes: no responder ni proporcionar información alguna, sin embargo, a veces sus ojos permiten lecturas; subjetivas, pero al final lecturas. Son las 15:40 horas. Para ese momento, Presidencia de la República confirma la celebración del Día de la Independencia en el Zócalo de la Ciudad de México.
Faltan 20 minutos para cumplirse el ultimátum lanzado por el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong. Máximo a las 16:00 horas para que el operativo ideado por el comisionado nacional de Seguridad, Manuel Mondragón y Kalb, entrara a romper la paz.
Entretanto, otros, invadidos por un estado iracundo, gritan a viva voz agitando los brazos: “¡Que los maten, ya sáquenlos!”, “pinches huevones, a chingar a su madre”. Nadie les reclama, simplemente se desvanecen sus gritos que, de vez en vez, los repiten y se vuelven a esconder entre la turba.
De pronto surge otro, y otro, y otro… quieren castigo para la Coordinadora. Lo desean. Hay un anhelo en sus ojos como cuando el sexenio calderonista inculpaba por narcotráfico a través de testigos protegidos a personas –que legalmente no les pudieron probar nada– para después mostrarlas en las televisoras y que los ciudadanos con esos mismos ojos dibujados dijeran: “¡Qué bueno, hijos de la chingada, que los maten!”. Y, es de ese modo similar como luce la opinión pública a un lado de los granaderos exigiendo pena capital para los disidentes magisteriales.
Son, sin duda, los ciudadanos amaestrados por los “2 minutos de odio”, tal y como George Orwell lo narra en su novela 1984, cuando mostraban imágenes mediante las pantallas para hacerlos reaccionar como inquisidores. Domados por el Gran Hermano; siendo condicionadas sus emociones, decisiones y criterios por minutos sesgados, manipulados y sin una clara contextualización: “La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza”.
“¡Marchen… ya!”, emite el jefe a sus subordinados, quienes comienzan a recitar por medio de las botas avanzando la sinfonía del autoritarismo. Abren paso pateando todos los alimentos, carpas y cientos de objetos distribuidos alrededor. Como los militares en la selva abriendo paso con el machete, de esa misma manera se ven en una versión urbana; echando abajo la construcción de un mega-búnker de resistencia y desobediencia civil.
Los helicópteros sobrevuelan el territorio cada dos minutos; se trata de dos y pertenecen a la PF. Navegan al ras del asta bandera y los edificios del Centro Histórico. Las aspas cortando el aire son el himno de la presencia estatal en busca de los “enemigos de la nación”. Ven desde arriba a sus objetivos: “los revoltosos” o se debiera decir, grupos de activistas, maestros de la CNTE y presuntas alineaciones de anarquistas.
Eso es el terrorismo de Estado.
“El terrorismo es más que la simple violencia, que implica la presencia de dos partes, el agresor y la víctima. El terrorista necesita una tercera parte que pueda ser intimidada por el trato inflingido a la víctima.
“En ese sentido, el término terrorismo puede aludir a acciones violentas perpetradas por unidades irregulares secretas o grupos independientes de un Estado (conformados por agentes sub-estatales auto organizados por motivaciones políticas).
“…pero también abarca una categoría importante de actos realizados o patrocinados de manera directa o indirecta por un Estado, o implícitamente autorizados por un Estado contra sus súbditos, con el fin de imponer obediencia y/o una colaboración activa de la población”, menciona el periodista, Carlos Fazio en su texto A propósito del terrorismo como arma de guerra.
En contraste, el contingente de maestros esperando con palos, tubos y rocas es menor a comparación del operativo. La organización para ingresar en las principales avenidas del Centro Histórico es similar a la del 1DMX: formaciones pretorianas. Sin embargo, los mentores explican que esperaran la entrada de los elementos; por dignidad, para salir con la frente en alto, pues según dicen, “no tenemos oportunidad, nos van a madrear”.
La entrada de los militares disfrazados de policías marcan un antecedente en el sexenio de Enrique Peña Nieto: el terror de Estado. La intimidación. El aparato de la fuerza pública al más viejo estilo priista. El emprendimiento de una dosis de poder para advertir a la ciudadanía el resultado de formar parte de las oposiciones. Demostrar quién manda. Muy importante para la ideología del tricolor; voraces de la injusticia.
Atrás, el comandante se queda divisando cómo avanzan las filas. Impecables líneas y murallas humanas consumiendo todo a su paso como hacen las llamas a las hojas secas. El reportero de este medio lo cuestiona sobre qué pretenden hacer una vez dentro. Responde: “Resguardar, hay que sacarlos”.
–¿Sin violencia?
No contesta. Repentinamente llega corriendo un civil vestido de pantalón de mezclilla y camisa azul marino, se acerca al comandante y le notifica: “Ya empezaron a avanzar en Madero”. El comandante asiente, mientras el otro saca su walkie-talkie del pecho: es un halcón.
Los ciudadanos quedan paralizados y reaccionan sacando los celulares para grabar el incidente. Una de ellas comenta en voz alta a su esposo: “¡Así sí cautivan chingao!”, mientras el estruendo de los militares golpeando los escudos –intencional para infundir miedo– se transforma en el eco exclusivo de esa calle.
Sin embargo, hay una última frase marcial que se convierte en la consigna del Estado contra la disidencia: “¡Por la patria!”.
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En medio de un espacio devorado por la oscuridad yacen en el suelo seis platos desechables con sopa de pasta: son de moñitos y su frialdad ha generado una especie de nata en la superficie de ellas. Intactas y con pedazos de bolillo a un lado expresan el silencio del abandono otrora víveres listos para saciar el hambre de algunos docentes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE).
El espacio resguardado por una gran carpa color blanco divisa un recuerdo latente con posters de Zapata en el suelo, frases revolucionarias, periódicos, cobertores, catres, juguetes, cajas, tortillas embarradas en el concreto, y envases usados para el boteo –es decir, colectas para causas sociales–
No hay otro olor más que el de la madera y el plástico quemándose cuyo humo turbio se eleva a la altura de la fachada colonial de la Catedral. Parece zona de guerra.
Con montículos de basura, indigentes robando las minucias abandonadas y algunos maestros con el rostro delineado por melancolía, rabia e incertidumbre. Algunos dan su último bocado sentados en el suelo, mientras las esposas emiten aire con un pedazo de cartón para encender el carbón ardiente dentro del anafre. Huele tortilla quemada; untan frijoles y luego salsa. No hay risas. Sólo huacales con pertenencias o cartones emulando petacas con lazos amarrados.
Cuando los federales ingresan, encapsulan pequeños grupos de disidentes y activistas. Barren parejo. Lanzan aquella infusión blanca producto de los extintores; golpean, rodean, se burlan, amenazan, no quieren fotos, miran despreciablemente a los periodistas. Otros más sólo quedan inmutados, no desean golpear, sino hasta que su superior les ordena.
“¡Qué vergas me grabas, puto!”, le exclama un uniformado a un joven a bordo de su bicicleta. Al cual no le importa y lo enfoca; después pedalea como loco. Los granaderos marchan, unos no poseen toletes, otros no, pero recogen tubos y palos, improvisan armas, más el estreno de las tanquetas adquiridas por el gobierno de Felipe Calderón Hinojosa, así como rifles de lacrimógeno. (¿Quién lo imaginaría? Pues por la noche de ese mismo viernes, el hidalguense Osorio Chong declararía que no hubo “uso de armas” por parte de la PF).
Allí, los halcones se encuentran escondidos entre las mallas de los negocios. Cínicamente muestran sus aparatos de comunicación. Seguramente dan informes, ubicaciones, características, santos y señas. Es el sistema priista.
Por otro lado, principalmente en 20 de noviembre con esquina en José María Izazaga, los helicópteros de la PF lanzan pintura azul hacia los objetivos para distinguirlos de los demás: activistas, estudiantes, disidentes magisteriales, presuntos anarquistas, y otros grupos lanzando consignas a favor del movimiento docente. Quedan manchados, entonces los dizque policías ya saben a quién moler a garrotazos.
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Alrededor de una veintena de aprehendidos y una treintena de heridos son el saldo una vez concluido el acto, por lo cual el movimiento se traslada al Monumento a la Revolución. Lugar donde conmemoran el grito de la Independencia, con mayor convocatoria que la de Presidencia de la República en el Zócalo Capitalino, con acarreados o paleros – financiados con el transporte y 500 pesos– provenientes del Estado de México, escuchando el escueto y gris discurso de Enrique Peña Nieto. No obstante, el incumplimiento de la promesa provoca que horas más tarde bloqueen una avenida. Una simulación como su victoria en 2012 en las elecciones presidenciales.
Las primeras planas de los principales diarios nacionales marcan una tendencia con verbos como “recuperan” y “expulsan”; descontextualizados para el lector, pero cumpliendo el requisito de mercado para “jalarlos”. Empero, hay quienes sólo se quedaron con las imágenes difundidas por el duopolio televisivo o la pobre lectura de un titular. Entonces, la hora del odio se extrema aún más en la ciudadanía ante la homosintonización de la información.
El resultado: “una falsa opinión pública” y la continuidad del terrorismo priista.