La conmemoración del Día Internacional de los Derechos Humanos, el miércoles 10, fecha instaurada hace más de cincuenta años, es un recordatorio de que luchar por ellos es todavía una asignatura pendiente, sobre todo en nuestro país. Así lo avala una realidad terrorífica que demuestra que la humanidad se ha quedado muy rezagada de los avances en materia de ciencia y tecnología. En el ser humano siguen imponiéndose sus raíces irracionales, no obstante también el notable desarrollo de la comprensión del mundo por parte de disciplinas científicas y humanísticas.
La parte bestial de la condición humana se mantiene firme, incluso en países con alto nivel de desarrollo social, como Estados Unidos; así lo acaba de confirmar el informe sobre tortura de la CIA que elaboró el Comité Selecto de Inteligencia del Senado, luego de una investigación que duró cinco años. Dianne Feinstein, presidenta de dicho comité, afirmó que las tácticas de tortura de la agencia son “una mancha sobre nuestros valores y nuestra historia”. No hay que olvidar que la CIA tiene un largo historial de crímenes de lesa humanidad, que se recrudecieron a partir del controvertido derrumbamiento de las torres gemelas de Nueva York en 2011.
Tampoco debe olvidarse que tan dramático episodio fue la justificación para que el gobierno de George W. Bush implantara medidas draconianas en contra de la población, como la llamada Ley Patriótica, con el argumento de que sólo así sería posible enfrentar el terrorismo islámico, fenómeno que al paso de los años se ha demostrado que formó parte de la estrategia con la que el Consenso de Washington ha sostenido el modelo económico del neoliberalismo depredador.
Hablar de derechos humanos en el mundo de hoy es una blasfemia, porque no existen condiciones estructurales para su defensa. Estos existen sólo en países altamente civilizados, como en el Norte de Europa, donde no hay desigualdades y la democracia participativa es una realidad. Tales son las condiciones básicas para que la sociedad tenga plenas garantías individuales, sin que haya necesidad de imponer por la fuerza políticas públicas que las contravengan. El Estado de derecho es una fórmula que se da con el cabal entendimiento entre gobernantes y gobernados, nadie goza de privilegios indebidos y la criminalidad es un fenómeno excepcional.
Mientras más desigualdad hay en una sociedad, menos son las posibilidades de que los derechos humanos de la ciudadanía sean respetados. De ahí que a partir de la implantación del Consenso de Washington los mismos han sufrido graves retrocesos, sobre todo en países donde el tejido social es muy endeble, como el nuestro. No es casual que mientras más se han recrudecido los desequilibrios sociales, más graves han sido las violaciones a los derechos humanos de la sociedad mexicana. De igual modo han crecido la impunidad y la corrupción, al grado de que la gente se ha acostumbrado a ver con naturalidad ambos flagelos.
Sin embargo, han sido tantos los abusos del grupo en el poder, que el sentir popular ha empezado a dar un vuelco trascendental. Así lo observa el representante en México de la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Javier Hernández Valencia. Señaló que nuestro país vive “un momento especial, en el que la defensa colectiva de los derechos humanos se ve en las calles, en la ciudadanía, en las plazas públicas”. Esto mismo está ocurriendo, aunque por causas distintas, en Estados Unidos, donde las minorías étnicas son las víctimas de la depredación de la economía neoliberal.
Se está llegando a una situación absurda, comparable a exigirle al régimen nazi pleno respeto a los derechos humanos. Poco falta si la sociedad no se organiza para frenar las tentaciones autoritarias del grupo en el poder, antes de que sea demasiado tarde. En las elecciones intermedias del año próximo se tendrá la última oportunidad para lograr una eficaz defensa de los derechos humanos. No defender el voto sería un acto en favor de la permanencia de la oligarquía reaccionaria en el poder. De ahí el imperativo de que algunos que así lo hacen, dejen de pregonar el voto nulo o el abstencionismo como mecanismos democráticos. Eso es lo que quisiera la derecha: más votos nulos y mayor abstencionismo para hacer de las suyas en las urnas.