Sin duda fueron muy desafortunadas las declaraciones del secretario de Marina, almirante Vidal Francisco Soberón Sanz, con el fin de restarle validez a la actitud asumida por los padres de los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa. Es imposible que su rabia y dolor sea ajena a sus sentimientos, cuando han demostrado con hechos claros que su repudio al gobierno de Enrique Peña Nieto y de las autoridades guerrerenses, se recrudeció el mismo día que supieron que sus hijos habían sido secuestrados por elementos policiacos, con la complicidad por omisión de las tropas acantonadas en Iguala.
Según el almirante Soberón, los familiares de los 46 normalistas desaparecidos, tres de ellos muertos en el lugar del secuestro, están siendo manipulados por personas y grupos que sólo quieren lucrar con su dolor. Tales afirmaciones demuestran una falta de respeto a esos campesinos humillados y ofendidos, a quienes el secretario de Marina considera gente fácilmente “manipulable”, que se deja engañar por vividores de la política. De ahí que al conocer las palabras del funcionario le respondieran que “no son títeres de nadie”, como sí lo son los miembros del gabinete presidencial.
En las actuales circunstancias de crispación social, es un gran error ofender aún más a quienes han sufrido toda su vida una pobreza lacerante que ahora saben no tiene perspectivas de ser superada. Su dolor es genuino, no una pose con la finalidad de lucrar políticamente. Sólo exigen justicia, sin importar que al hacerlo les vaya la vida, porque al fin y al cabo no tienen nada que perder, como algunos de los padres de los estudiantes desaparecidos lo han dicho enfáticamente. ¿Acaso no viven en condiciones peores incluso que los campesinos de las haciendas del Porfiriato?
Lo que duele y enoja a algunos miembros del gabinete de Peña Nieto es que haya ciudadanos que tienen el valor de protestar, de no permanecer callados y con los brazos cruzados, como los peones de las haciendas porfiristas. Estos funcionarios sí actúan con la finalidad de proteger sus intereses de partido y de grupo, porque no aceptan vivir sin los privilegios a los que se acostumbraron. Ahora, con un evidente oportunismo, dos ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) aceptan que México está padeciendo una crisis sin precedente, a pesar de que con su forma de actuar han contribuido de manera muy importante a que nos encontremos en una situación tan dramática.
El ministro Luis Aguilar Morales afirmó: “Nadie con conciencia, con sentido de hacer el bien, con solidaridad fraterna, puede ser indiferente a ese dolor, a esos reclamos, y nos unimos como uno solo, reprochamos abiertamente el delito, la violencia, la complicidad y la corrupción, que sólo demeritan a nuestro querido México”. ¡Qué trascendental sería que en vez de hablar demostraran con hechos ese sentir! Sin embargo, es imposible esperar que lo hagan porque en nuestro país no hay división de poderes, como lo constata la realidad. El ministro habla ahora con un sentido crítico porque aspira a ser el presidente de la SCJN.
Lo mismo puede decirse del ministro Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena, quien dijo que “hoy nuestro país atraviesa por una grave crisis social, tenemos una sociedad con miedo, secuestrada por la violencia”. Pues sí, así es, aunque varios miembros del gabinete presidencial no lo quieran ver y juzguen que algunos grupos sociales protestan porque son “manipulados”. Lo hacen porque ya no tienen capacidad para seguir resignados a sufrir tanto abuso de la cúpula de la oligarquía y de la élite gubernamental. Llegaron al límite del aguante cotidiano al darse cuenta que no hay visos de que las cosas mejoren, sino todo lo contrario.
Es preciso señalar que la violencia en sí no es la que tiene secuestrada a la sociedad, sino los poderes fácticos. Al tener a su exclusivo servicio a las instituciones del Estado, como de manera reiterada lo ha demostrado la SCJN, la gran masa de la población está indefensa, no sólo ante el crimen organizado, sino ante la impunidad de que disfrutan los altos personajes de las élites del poder. De ahí que empiecen a mostrarse alarmados algunos de los miembros de esa élite privilegiada, al ver que hay grupos sociales dispuestos a luchar por sus derechos más elementales, largamente conculcados.
Lo que duele y enoja a algunos miembros del gabinete de Peña Nieto
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