(27 de enero del 2014).- Camina somnolienta, persiguiendo una camioneta blanca en donde un altavoz condena, condena y condena, al gobierno del “espurio” Enrique Peña Nieto. Doña Tere ha regresado a la Ciudad de México por quinta ocasión, ahora para exigir justicia. Será, por motivos funestos, como a menudo le pasa. Es una de las 70 mil docentes que, presume, combate para que se acabe “esta situación” de impunidad y fatiga ciudadana. Para que se acabe, lo que a sus ojos, son los incesantes crímenes “neoliberales”
‒Aquí vendrán más compañeros, debemos de luchar por la huelga nacional. Porque termine este narcogobierno– dice.
En cuatro de las ocasiones que doña Tere ha estado en la Ciudad de México, han sido por actividades de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), y una más, por motivo médico: a la señora le detectaron una insuficiencia cardiaca en el 2008, después de tantas jornadas contra ese músculo fatigado, la atendieron en el hospital de La Raza pero murió en agosto del 2009.
Esta ciudad, lo dice con ironía, a menudo la ha recibido con un motivo para lamentarse. La primera de esas ocasiones, fue en el año 1998. Cuatro años después del alzamiento zapatista en Chiapas. Llegó aquí para solicitar una plaza y conoció el picante sabor de gas lacrimógeno. Pero en medio del caos, poco a poco sintió el calor que le brindaron sus compañeros: los maestros. Durmió en casas ajenas. Se bañó con agua fría e hizo del suelo capitalino, un hogar en el que pernoctó sobre cartones y bolsas de basura.
Pero lejos de desilusionarse. Lejos de odiar esas interminables movilizaciones que encabeza su sindicato. Aprendió a amar la lucha como quien ama a una situación ingrata y dolorosa. Hoy lo hace por los 43 normalistas de Ayotzinapa: la CNTE ha tomado cuatro accesos principales a la Ciudad. Esos chicos que tienen a sus hijos adolescentes, un tanto ajenos a la lucha de su esposo y ella, pero que bien podrían tener sus rostros.
‒Yo soy madre. Como madre quiero lo mejor a nuestros hijos, ¿verdad viejo? ‒golpea con el codo a su esposo a quien azuza a responder un escueto “si, si, si”–, ellos ahorita van a la secundaria. Tuve dos. Imagínate que un día, con todo el esfuerzo que nos ha costado, nos los entregaran en una bolsa de plástico. Que nos los desaparecieran como si fuera animalitos que se pierden por el campo. Que no pudieran ir a la universidad porque a un político loco se le ocurre vender nuestra patria.
Bosteza.
‒Por eso debemos de luchar, porque hay una guerra en contra del magisterio y en contra del normalismo mexicano que nos ha dados el chance de salir de pobres.
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Doña Tere tiene cuarenta años y casi quince años que se integró al magisterio. La última vez que vino al Distrito Federal, lo recuerda, estuvo casi cuatro meses en la capital. Nuevamente, durmiendo bajo un techo de plástico que instaló en la plancha del Zócalo y una vez más, debajo del monumento a la Revolución.
Ella vivió el desalojo del 13 de septiembre de 2013. Acababa de llegar al campamento donde miles de maestros de Oaxaca, Michoacán, Chiapas y otros lugares, protestaron en contra de la reforma educativa.
Recuerda esa mañana porque, pensó, se iba a repetir nuevamente la masacre de 1968. Cuando salió despavorida ante la orden de sus coordinadores regionales, supo que la Policía Federal los tenían cercados y el ejército circundaba las calles. Quiso quedarse a ver. Pero su marido le obligó a refugiarse en el camión donde le esperó hasta que acabó todo. De todas las cosas que tenía ah, sólo pudo cargar con un cobertor y un par de ollas en las que preparaba caldo de pollo que comían ella y sus compañeros con tlayudas.
‒¿Qué de dónde soy? Yo soy de Oaxaca. Soy de la región de Zimatlán.
‒¿Y por qué viene hoy aquí?
‒Sin duda porque las cosas no pueden seguir así. Los compañeros han insistido que les reformas estructurales han dañado a nuestros pueblo. Yo no dudo que la desaparición de los chicos de Ayotzinapa, hayan sido obra del gobierno represor que quiere despachar a los maestros y quiere acabar con nuestro sindicado independiente. Es el neoliberalismo, el de los narcos y los políticos que se han juntado para chingarnos. ¿Verdad?
‒Si, si, si –dice nuevamente su esposo, quien ha dormido pocas horas en el día y apenas si puede sostenerse en pie debajo del sol que calienta y adormila.
Y es que viajaron toda la noche en un autobús rentado y que pagaron con sus propios ingresos para estar aquí. El domingo, despidieron a sus hijos que dejó encargados con su hermana. Y después, en medio de curvas y tirones, enfrenones, llegaron a la capital después una noche de pesadilla.
‒Yo siempre me he preguntado, ¿por qué siguen viniendo? ¿Cómo pueden aguantar estas condiciones para venir a protestar?
‒Muy simple, en primer lugar, porque a la Coordinadora le debemos que tengamos trabajo. Claro que ha ido nuestra movilización la que nos ha dado este lugar, pero sin el apoyo de nuestros compañeros esto sería una locura. Ahora, en segundo lugar, creo que ya te había dicho que es por nuestros hijos. Si nadie hace nada ahora, no sólo los chicos a los que les damos clases no tendrán futuro, nadie lo tendrá. Es una situación de vida y muerte: ahora con las desapariciones, hay un motivo para decir: “no quiero que mis hijos sean el número 44”. Tampoco quiero ese destino para los niños a mi cargo.
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Por cerca de diez horas, el camión de la empresa AU donde viajaron doña Tere y su esposo, redoblaron su paso amenizadas con canciones de José de Molina. Por la mañana, una patrulla de la Policía Federal los detuvo. Ha comido apenas una bolsa de naranjas. No se ha bañado. No pudo dormir bien. Ha dejado a sus hijos. Camina bajo un sol del que apenas se puede cubrir con un paraguas.
Sin embargo a doña Tere poco le importa. Sus preocupaciones están en otro mundo, en otro plano, quizás en una casa de seguridad donde dice que tienen a los chicos de Ayotzinapa secuestrados. Quizá en un país que cava su fosa entre comandos armados y pobreza extrema. Donde sin más, se desaparecen a los jóvenes.
Según datos del Registro Nacional de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED), desde el año 2005, al Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP) entraron los registros de 23 mil 615 denuncias por desaparición presentadas por familiares de personas que no volvieron nunca más a sus casas. De ese número, 9 mil 612 se produjeron en la actual administración que encabeza Peña Nieto: 4 mil 514 en el año 2013 y 5 mil 615 hasta el 31 de octubre del 2014.
Esto quiere decir que en este último año en que se desató el escándalo por el caso Iguala, al mes, se produjeron 561.5 informes de desaparición en alguno de los 32 estados del país. Alrededor de 140 personas por semana. Un promedio de 16.76 personas por día. O, aproximadamente una persona cada hora con 40 minutos.
De este número, al menos 6 mil 675 jóvenes, entre los 15 y 24 años de edad, encabezan la lista de desapariciones. Es, según la base de datos publicada por el Registro Nacional de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED), el sector más vulnerable a este tipo de delitos en todo México.
De un universo que comprende las 23 mil 615 desapariciones forzadas o extravíos entre los sexenio de Felipe Calderón Hinojosa hasta el gobierno de Enrique Peña Nieto, los jóvenes que oscilan entre dichas edades, representan al menos el 28.26 por ciento de incidencias delictivas de este tipo.
Es decir, poco más de la cuarta parte.
El reporte, además señala, que del total de desaparecidos, 16 mil 830 casos, es decir, el 45.9 por ciento, tienen menos de 30 años y sólo 971 (4.1 por ciento) tienen más de 60 años.
‒Yo no puedo permitir que mis hijos sean el número 44, no. Tampoco mis alumnos, quienes a menudos son pobres. No. No permitiré que los maten con fusiles ni con el hambre.