La pregunta que se hacen millones de ciudadanos es qué hacer para poner fin a la descomposición del tejido social, cuya manifestación más dramática es la violencia que se reproduce en la mayor parte del territorio nacional. La respuesta es muy simple, no así el cómo llevarla a la práctica. Con solo cambiar el sistema, la vida en el país daría un vuelco positivo que nos abriría la posibilidad de recuperar el Estado de derecho. La cuestión es hallar los medios idóneos para alcanzar esa meta.
Para la mayoría de mexicanos, no hay duda que urge un cambio de fondo, porque seguir como vamos es suicida. Es cierto que la enajenación, la desinformación, el hacer abstracción de la realidad con el fin de no sufrirla, ha llevado a muchos a tomar una actitud que raya en la irresponsabilidad, aunque en el fondo sea mera inconciencia. De ahí que el primer paso sea tomar plena conciencia de que la sociedad mexicana está muy enferma, y que el mal nos acabará a todos, sin dejar a nuestros descendientes la posibilidad de construir un futuro mejor.
Hasta la mera capital del país, otrora la más segura, se está convirtiendo en un territorio salvaje, de lo que sobran ejemplos. El más reciente y preocupante, el violento allanamiento a un edificio de la colonia Condesa, por un grupo de 30 individuos a quienes comandaba una mujer, con el propósito de desalojar a sus ocupantes para quedarse con los departamentos. Trascendió que ya ha habido otros episodios similares que aterrorizan a gente pacífica, pues se llevan a cabo con lujo de violencia y sin ninguna consideración a mujeres, niños y ancianos.
Este trascendió porque la Condesa en una colonia de clase media alta, muy concurrida y con un nivel de vida ajeno a las vicisitudes de una cotidianidad irracional, injusta, como la que se vive en las barriadas menos céntricas. Al parecer, quienes están involucrados en estos hechos son integrantes de bandas delictivas ligadas al narcomenudeo. Se apoderan de edificios añosos para que les sirvan de guaridas. Hay quienes señalan que gozan de protección en altos círculos políticos del PRI capitalino, versión que debe ser ampliamente investigada por las implicaciones que conlleva.
Hubo diez detenidos, entre ellos la mujer que los capitaneaba. Sin embargo, de no llevarse a cabo las indagatorias correspondientes, este hecho se sumaría a los muchos que documentan la impunidad que es el principal lastre del Estado de derecho en nuestro país. Con todo, no conviene perder de vista que estos hechos delictivos son solo la punta del iceberg de una realidad estrujante que nos está aniquilando como sociedad organizada.
Lo fundamental es arrancar la raíz del mal que padece México, la corrupción en las más altas esferas del poder. Otra vez hay que decir que esto sólo se podrá lograr cambiando el sistema, donde se han estado desarrollando las raíces que se han extendido a la sociedad entera, como lo demuestran los hechos. Ya trascendió que entre los beneficiarios de la privatización de Pemex se encuentra el senador Emilio Gamboa Patrón, quien lleva tres décadas brincando de un puesto a otro, del Ejecutivo al Legislativo, con el único propósito de servir intereses privados y, por supuesto, los propios.
Esta es la principal diferencia entre el régimen de la Revolución Mexicana y el neoliberal o neoporfirista: que en el ya fenecido había reglas no escritas que debían aceptarse, so pena de ser expulsado del grupo en el poder quien no lo hiciera, mientras que en la actualidad todo se vale, menos ir en contra de los designios de la élite empresarial y de la burocracia dorada. El problema que más dificulta, en este momento, una solución de fondo, es que a la par que se desborda la corrupción desde lo más alto de la pirámide, se fortalece la descomposición del tejido social.
Se está creando una clase lumpen que se convierte en un peligro mayor para la sociedad civil, como lo vemos en hechos como el descrito arriba. Como todo se vale no hay Estado de derecho, y como no lo hay el caos se está abriendo paso a gran velocidad, fenómeno que se aviva por la impunidad y porque a las cúpulas “les vale gorro”, como se dice coloquialmente, lo que le suceda al país.