“Ni los veo ni los oigo”, dijo el ex presidente Carlos Salinas de Gortari, en su último Informe de Gobierno en 1994, cuando lo abuchearon los miembros del PRD. La frase, que llegó para quedarse, se volvió todo un referente en materia política, lista para utilizarse cuando la ocasión lo amerite, sobre todo tratándose de la oposición.
Las elecciones que tuvieron lugar hace unos días no son la excepción sólo que, de manera singular, hoy puede aplicarse a la inversa; esto es: “los veo y los oigo”, o los “escucho” como afirmó en su más reciente spot el presidente del PRI, Manlio Fabio Beltrones, quien textualmente dice “Las elecciones del domingo nos han dado victorias, reveses y lecciones (…) amigas y amigos militantes y simpatizantes del PRI (…) ustedes son la fuerza y el espíritu de nuestro partido a ustedes les debemos los triunfos y en el PRI queremos escucharlos (…) A todos los mexicanos quiero decirles que escuchamos claro y fuerte el mensaje en las urnas y actuaremos en consecuencia”.
Dado el contexto general de éstas y las elecciones pasadas, en las que el voto ciudadano libre y secreto no es, se afirma aquí, el único factor que decide quién gana o pierde una elección, dada la enorme corrupción que rodea al proceso electoral con la compra de votos, la intimidación, el voto corporativo, que sigue operando, los acuerdos al margen de las urnas, el robo de las mismas, la puesta en práctica de una serie de trampas que se asumían desechadas tras cada reforma electoral y todo lo que quien esto lee quiera agregar, la declaración de Beltrones no puede menos que llevar a suspicacia.
Después de tan firme declaración: “escuchamos claro y fuerte el mensaje en las urnas”, cabe preguntarse ¿cuál mensaje? y ¿cuáles urnas? El mensaje de quienes “vendieron” su voto, de quienes fueron intimidados para votar por uno u otro partido, de quienes votaron por “x” partido para conservar sus privilegios clientelares y corporativos, de quienes votaron sin conocer realmente a tal o cual candidato, de quienes votaron por costumbre por el partido de siempre. O realmente, ¿el presidente del PRI, su partido y los gobernantes emanados de su partido van a escuchar lo que las y los votantes que no caen en ninguno de los anteriores supuestos quisieron dejar claro en las urnas?
Ahora, la pregunta ¿cuáles urnas? no es retórica, remite a cuestionarse sobre las urnas “vacías de” o “llenas con” votos comprados, votos forzados, votos corporativos, votos duros.
Los vicios de origen de la llamada “democracia mexicana”, así como la larga experiencia dejada, votación tras votación, incluida la del año 2000, cuando las personas que habían soñado con la consolidación democrática pensaron que al fin había llegado, para luego constatar su equivocación, sugieren que “el mensaje de las urnas” forma parte de una simulación democrática.
Simulación al votar pues pocos serán quienes aún crean que su voto realmente va a cambiar las cosas; simulación al contar los votos y declarar ganador a “Pepe” o “Toño”, o a un Yunes o al otro Yunes, a sabiendas de que gran parte de dichos votos fueron obtenidos de formas poco democráticas; simulación al votar por un panista o un perredista a sabiendas de que meses, semanas o días antes aún era priista; simulación en la alternancia, cuando ésta parece destinada a elegir entre una derecha, el PRI, y otra derecha, el PAN; simulación al asumir equidad en la contienda cuando es secreto a voces que los partidos rebasan los topes de campaña, en especial los más grandes, gracias a dinero privado o producto del narco y las actividades de la delincuencia organizada; simulación al permitir se siembre, en la ciudadanía, la esperanza de que la izquierda, la morena, logrará algún día llegar a la presidencia; simulación cuando los políticos simulan escuchar el mensaje de las urnas; simulación cuando simulan haber cambiado.
En este juego, la democracia se convierte en la más grande de las simulaciones. Pues ¿quién necesita realmente de ella? ¿El gobernante que hace un uso discrecional de “su” presupuesto y que “incidentalmente” lo desvía a sus cuentas personales? ¿El gobernante que brinda facilidades a los inversionistas, nacionales y extranjeros, para que se apoderen del patrimonio nacional a cambio de jugosas ganancias? ¿El político que puede destinar grandes sumas de dinero a la compra y coacción del voto? ¿El empresario rico que se beneficia de una organización social que le permite aprovecharse del trabajo ajeno con una bien aceitada reforma laboral, exención de impuestos, provisión de servicios a bajo costo, etcétera? ¿El poderoso que está bien ubicado en la estructura de poder y tiene las relaciones necesarias para hacer sentir su influencia y participar en la toma de decisiones al más alto nivel? ¿El inversionista que no sólo especula con capitales ajenos, sino que además cuenta con información privilegiada que le permite hacerse de enormes fortunas? ¿El intelectual orgánico que justifica y defiende los actos de los políticos sin importar que éstos sean injustos, corruptos y corruptores? ¿El narcotraficante que puede comprar voluntades políticas, complicidades, silencios y facilidades para hacer florecer sus “negocios”? ¿El Obispo o el Cardenal que vive a todo lujo y se siente bien codeándose con los ricos y poderosos?
Por supuesto, la respuesta es ¡no! La democracia se vuelve un bien deseable para quien sí la necesita, a saber: los sin poder, los sin dinero, los sin voz, los sin influencias, los sin empresas que desarrollar, los sin conocimientos que vender, los sin vestimentas cardenalicias, los sin armas que accionar; en concreto, los que sólo pueden esperar que las cosas cambien vía su voto, los que, al final, ni son vistos ni son oídos.
Entonces, ¿cuál es el mensaje que el presidente del PRI pretende haber escuchado? ¿El de los pobres, el de los desempleados, el de las víctimas de la violencia y la inseguridad, el de los subversivos que sufren la represión estatal, el de los que votan rogando que las cosas cambien? O el de quien no necesita enviar ningún mensaje porque no hace falta.
Una duda más acompaña a este proceso electoral y al mensaje “recibido”, si la alternancia es al fin una más de las simulaciones democráticas de la política alla messicana en la que la derecha del centro, el PRI, “pierde” a favor de la derecha de la derecha, el PAN, ¿No es ésta una alternancia gatopardista, en la que ambos partidos comparten el poder y en la que primero uno y luego el otro, desempeña el papel que antes tocaba al presidente saliente, al que se culpaba de todo lo mal que estaba el país, mientras el mandatario entrante, hoy el PAN, aparecía como quien iba a arreglar lo mal hecho por su antecesor y así sucesivamente?
O ¿alguien puede afirmar que hoy el PRD “solo”, tiene posibilidades reales de llegar al poder de la presidencia? O ¿Se podrá acceder verdaderamente a la democracia permitiendo que Morena, con Andrés Manuel López Obrador a la cabeza, llegue a la presidencia en 2018?
Por último, en una simulación democrática “ver y oír” o, en su defecto, “escuchar”, también es una simulación.