(08 de julio, 2019. Revolución TRESPUNTOCERO) ¿Cuál es la frontera que el necio cruza hasta alcanzar niveles propios de un masoquista? Y, sobre todo, ¿en qué punto la desmemoria podría convertirse en una maldición?
Poco después del encuentro entre Donald Trump y Peña Nieto en México, en medio de la ola de indignación que generó tan vergonzante hecho, un video se viralizó en la web.
En la grabación Felipe Calderón era increpado por un joven, quien tras cuestionar cuántos muertos necesitaba engullir para dar fin a su guerra civil, le plantó una pregunta capital: «¿A dónde te vas a ir a vivir cuando acabe tu gobierno?». En este momento del video, un sardónico Calderón replica muy a su manera:
—Aquí a Guadalajara, a lo mejor, mi estimado –recibiendo aplausos de un público integrado en su mayoría por zombies de la burocracia y lamebotas profesionales.
El clip intentaba pasar por una trolleada («turn down for what») que con nostalgia promovió a un presidente que «sí sabía contestar» –en otras palabras, que mantenía a la chusma a raya– frente a otro que invitó a comer al «candidato enemigo» a Los Pinos, y le dio trato de Jefe de Estado. Ante el arribo de la 4T a Palacio Nacional, tras el affaire de los aranceles de Trump, volvió a circular la grabación, ahora para beneficiar a una amenazante quimera: México Libre.
Visto a la distancia, aquel melancólico viaje al pasado no sólo aclamó al gobierno calderonista, sino además sacó a la luz la desesperada campaña de reelección del expresidente panista a través de su esposa, Margarita Zavala. Una criatura de los publicitas a quien lo mismo le escriben artículos para El Universal, la filman cada tanto para que trate de pronunciar palabras de las que desconoce el significado, la presentan en actos públicos donde promueve una sana cultura homófoba y antiabortista, o le piden renunciar al partido en el que ha militado durante 33 años y sin el que no es más que una exprimera dama.
Lo anterior lo hablé con una amiga, quien a cambio me reveló que durante la noche en que la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad llegó a Ciudad Universitaria caminando desde Morelos (en aquel lejano mayo de 2011), un grupo de brigadistas se reunió en torno de la improvisada cocinita a tomar café y compartir sus impresiones del camino.
Uno de los miembros de la Caravana –recordó mi compañera– aseguró que al salir de la Paloma de la Paz en Cuernavaca, alguien se acercó vociferando que no era «de patriotas» lo que estaban a punto de hacer, y que Acción Nacional era la única vía confiable para el país; de lo contrario, las opciones para 2012 serían un «narco-PRI» o «volvernos Venezuela».
«El señor les gritó que si por él fuera, Calderón volvería a ser presidente», siguió mi amiga. «¿Te imaginas cómo serían seis años más de eso? ¡Qué horror!», concluyó.
Pesadilla por el erizo de una margarita
Como si no viniera a cuento, le respondí a mi amiga que habría que empezar haciendo un balance. Reunir todo lo que sabemos del personaje. Se sorprendió y soltó una risa.
Por ejemplo, continué, sabemos que hasta el 2006 fue una figura menor del panismo. Y por lo mismo no fue el favorito de Vicente Fox, así que peleó la nominación a Santiago Creel, con quien continuó su mala costumbre de pisar callos y dar codazos a sus correligionarios blanquiazules (primero a Carlos Castillo Peraza, pasando por Creel Miranda, más tarde a Josefina Vázquez Mota, cómo olvidar a Ricardo Anaya y finalmente a Marko Cortés).
Sabemos que tomó el poder del Ejecutivo de un modo tan impopular como ilegítimo, y que durante su campaña jamás habló de declarar una guerra contra el narcotráfico; motivo por el que algunos intelectuales se atrevieron a cuestionar «cómo un triunfo presidencial pude ser un cheque en blanco» (Juan Villoro), y «por qué la única fuente de ética en una campaña electoral es el triunfo, se acuse, haga o prometa lo que sea» (Carlos Monsiváis).
Otros más, por su parte, calificaron al de Calderón Hinojosa como el «gobierno de la nota roja» (Rafael Barajas, El Fisgón), o como el «sexenio de la muerte» (#YoSoy132).
Sabemos de su vocación por los éxitos miserables, pues no sólo postergó la creación de empleos –contra lo que prometió– sino que despojó de los suyos a más de 44 mil trabajadores del SME, el extinto sindicato.
Pero en esa época no todos recibieron malas noticias sobre sus cuentas de banco. El autonombrado «candidato del empleo», ya en funciones, promovió los jugosos negocios de empresas como Oceanografía, Televisa, Odebrecht o Grupo Carso. Y aprobó la propuesta de Reforma Laboral de la Coparmex y el Consejo Coordinador Empresarial; una ley que dio al traste con derechos de los trabajadores consagrados en el artículo 123, legalizando la «subcontratación sin protección», como advirtió entonces Arturo Alcalde Justiniani (padre de Luisa María Alcalde, quien desde la Secretaría del Trabajo ya opera en sentido contrario al buen juicio de la patronal calderonista y sindicatos prehistóricos afines).
Tal vez todo esto ocasionó que la vida íntima del extitular de Los Pinos fuese más interesante para los mexicanos que su ¿Plan de Gobierno? o sus ¿actos como Jefe de Estado? Y de ahí que, junto a su temperamento, el supuesto problema de andar «muy bien servido» en horas de trabajo tomó un lugar importante en la discusión pública. Hubo incluso evidencia documental en distintos libros respecto de la «indisposición» del exmandatario; en particular dos reportajes de Julio Scherer (Secuestrados y Calderón de cuerpo entero).
De manera paralela se descubrió la existencia de «el Erizo», apodo que dieron sus compañeros de bancada a Calderón cuando en el 2000 fue coordinador del PAN en San Lázaro. Así lo reveló Alfonso Durazo, entonces vocero presidencial de Fox y hoy secretario de Seguridad: «era un tipo muy pesado», crudo, de difícil trato e irascible, pese a su apariencia indefensa.
Y en medio de esa errática forma de hacer política e intentar sobrellevar una vida pública, los apodos del michoacano se hicieron legendarios: «Fecal», «Generalito», «Pelele», «Espurio», «Ocupante de Los Pinos», «Genocida», «Calderón del Sagrado Corazón de Jesús Hinojosa»; igual de épicos que su frase más recordada, la cual alude menos a una tradición demócrata blanquiazul y más a un fraude electoral, o una estrategia militar contra las drogas: «Haiga sido como haiga sido».
El tercer régimen de los Calderón
¿En qué momento –repito– el perdón o el olvido son un insulto a la memoria de los muertos y los desaparecidos?
Acaso lo siguiente, que compartí a mi amiga, sea un esbozo de respuesta: los Calderón-Zavala acumularon 18 años dentro de Los Pinos, pese a que los echaron de la Presidencia en 2018 simplemente porque Peña Nieto no cumplió la promesa que les hizo: no entregar La Silla a nadie fuera de «el amasiato», para usar la expresión de Álvaro Delgado. No obstante, sólo parece una pausa a su sueño de continuar hasta por un cuarto de siglo en el poder.
Debajo de las protestas de la Policía Federal (PF) y el apadrinamiento de Calderón como líder moral del movimiento, se concentran pactos –y sus recompensas– que también han demorado en cumplirse. En palabras del antes panista: «agradezco que estén tan preocupados por mí, por la publicidad que nos han dado». Esto respondió a las acusaciones de AMLO sobre su responsabilidad en las manifestaciones.
La presencia de Calderón en la administración pública es garantía de destrucción de las instituciones. El gobierno como exterminador de la patria. Así lo explicó la corresponsal en México del diario británico The Guardian, Jo Tuckman.
«El problema va más allá de la muerte y el horror. De hecho, la estrategia de Calderón pareciera alimentar tanto la violencia como la corrupción que ha creado el espacio en que actúan los cárteles», indicó la autora de Mexico: democracy interrupted.
Por ello, como presumió Calderón, «la publicidad que el propio gobierno» le está dando en el conflicto de la PF a México Libre, que «va a estar en la boleta y va a ser contrapeso» a Morena, nos revelaría dos agendas perniciosas para la seguridad nacional.
La primera es la agenda de los cárteles, quienes quedarían excluidos de la integración del nuevo cuerpo de seguridad federal y exigirían a Palacio Nacional sus propias plazas en la Guardia Nacional, sin que por ahora haya indicios de una luz verde en este sentido.
Genaro García Luna, creador de la PF, se aprovechó a tal grado del aparato de seguridad de los federales que los analistas vieron en aquellos montajes y operativos (que fortalecieron a los líderes del Cártel de Sinaloa por encima de otros capos de la droga) a una célula más del crimen organizado y comenzaron a hablar del «cártel policiaco» del PAN. Lo cual no sería inédito si consideramos figuras como las de Arturo el Negro Durazo, Miguel Nazar Haro o Fernando Gutiérrez Barrios.
«La Policía Federal se convirtió en un cártel pagado por el Estado y al servicio del crimen organizado. Por esas razones, en los años noventa, desapareció la Dirección Federal de Seguridad», escribió Ricardo Ravelo. Aparte, la PF «nunca fue sometida a un saneamiento a fondo y siguió operando con elevados índices de corrupción, y nadie duda que por esa razón ahora los agentes federales se resistan a ser parte de la Guardia Nacional, donde saben que los controles son más estrictos porque sus mandos son militares».
Se conoce incluso el testimonio de Édgar Valdez Villarreal, la Barbie, quien delató al funcionario calderonista y al mismo expresidente mexicano de pactar con el crimen organizado y exigir cobros de piso. Además de las revelaciones durante el juicio del Chapo en Nueva York: Jesús el Rey Zambada aseguró que se reunió dos veces con García Luna (primero como titular de la AFI, Agencia Federal de Investigación, y después como secretario de Seguridad Pública), y personalmente le entregó 3 millones de dólares en efectivo.
Y la segunda agenda de México Libre para la seguridad nacional es todavía más nociva: se trataría de una apuesta al fracaso de la Guardia Nacional en sus operaciones dentro del territorio nacional. Como cualquier estratega político sabe, Felipe Calderón y su partido político se alimentarán del rencor, la decepción y el fracaso de la Cuarta Transformación.
Un incremento de la inseguridad y la violencia abonarían a la animadversión contra López Obrador, quien por sí solo se gana la antipatía de muchos. Operando un grupo de inconformes que finalmente serán reubicados en la estructura de la Guardia, el expresidente podría tener a la mano información y acaso control del trabajo del cuerpo de seguridad de la 4T. Lo cual se sumaría a la desestabilización que también desplegó el senador priista Miguel Ángel Osorio Chong, titular de la Segob con EPN, en el conflicto laboral de los policías.
Pareciera que a Calderón no le bastó destruir el país durante su sexenio y entregar el mando a quien empeoró tal proceso de devastación, sino que ya trabaja infiltrándose para que en los siguientes seis años la cuestionada Guardia Nacional sea incompetente, y naufrague monumentalmente. Acaso para tener así una nueva oportunidad de usar la silla del poder. La patria no merece más dolor, tristeza y muerte por ambiciones tan despreciables.