Acabamos de conmemorar el día de la mujer mexicana, fecha en la que desde 1960 se recuerda el movimiento encabezado por la dramaturga Maruxa Vilalta y la feminista y sufragista Amalia González Caballero de Castillo Ledón, con la finalidad de generar conciencia de la importancia de la igualdad de género y como uno de los antecedentes del reconocimiento de los derechos políticos de la mujer mexicana.
Luego de 62 años, el camino sigue siendo largo y con obstáculos, aunque de a poco, con avances y logros, la lucha de las mujeres por ver garantizados sus derechos civiles, políticos, laborales, económicos y sociales, sigue vigente.
En México, como en el mundo, la participación política de las mujeres sigue representando un reto. Con la reforma constitucional de 2019, nuestro país avanzó al establecer que la mitad de los cargos de decisión fuesen para mujeres en las tres funciones gubernamentales, en los tres niveles de gobierno, en los organismos autónomos, así como en las candidaturas de los partidos políticos a cargos de elección popular. Sin embargo, a pesar de que las reglas de paridad aparecieron para garantizar la participación equilibrada, justa y legal de mujeres y hombres en la vida democrática de nuestro país, lo cierto es que existen otros obstáculos que debemos vencer.
Los roles y estereotipos de género es uno de ellos, pues la desigualdad entre mujeres y hombres es notoria al desarrollar una carrera política, donde las mujeres “tienen que encontrar un balance entre su vida profesional y su vida personal”, aspecto que pocas veces se les cuestiona a los políticos hombres. Además, las mujeres en política “deben demostrar que saben y que son capaces de gobernar”, pues la “sensibilidad” de las mujeres puede hacerlas “vulnerables” cuando haya problemas fuertes por resolver. “Deben lucir profesionales y seguras”, pero no tanto, porque pueden parecer autoritarias, volubles o histéricas.
Los cargos, comisiones o áreas en las que se desenvuelven las mujeres políticas también están sujetos a estos roles y estereotipos, donde las áreas de “mayor sensibilidad” son encomendados a ellas, encabezando organismos o comisiones relacionadas con la familia, la educación, la cultura, los grupos vulnerables, etcétera, dejando los temas “fuertes” para hombres, tales como la seguridad, la economía, obras públicas, la justicia, entre otras.
La importancia de la paridad, en el ámbito público, es la posibilidad de una participación 50-50, mientras que la relevancia de la igualdad radica en garantizar los mismos derechos sin discriminación entre hombres y mujeres, donde ambos puedan desarrollarse en igualdad de condiciones.
Hoy no solo basta con que exista paridad en los cargos públicos y en los puestos de representación, debemos garantizar que una vez ocupando los espacios, las mujeres en política se desarrollen sin discriminación y sin ningún tipo de violencia en razón de su género, pero además, que con otras mujeres políticas trabajen juntas en una red de apoyo para facilitar la llegada de más mujeres a esos espacios.
– Andrea Tovar Saavedra –