“La delincuencia y la convulsión social de nuestras grandes ciudades son producto de la pobreza y de una estructura de clases corruptas que ignora o menosprecia a los pobres. La solución actualmente aceptada son las medidas policiales, el confinamiento de los individuos de tendencias criminales y la lucha, cara y fútil, contra el narcotráfico. A un plazo más largo o más allá de cualquier plazo, la solución más humana y muy probablemente la menos costosa es acabar con la pobreza que induce al desorden social”
John Kenneth Galbraith (economista)
No acababan aún de colocarle la banda presidencial a Andrés Manuel López Obrador cuando ya numerosas voces de diversos ámbitos le exigían que terminara de inmediato o, por lo menos, fijara una fecha pronta para la solución de todos, absolutamente todos, los problemas del país que los regímenes pripanistas habían engendrado, estimulado, acrecentado y dejado enquistados. No es exageración. Basta revisar las columnas, editoriales, titulares y notas de los periódicos, así como las mesas de análisis de radio y televisión e, incluso, programas de variedades y chismes del espectáculo que desde 2018 (si no es que antes, desde que fue candidato por primera vez al máximo cargo del país) para darse cuenta de estas pretensiones irreales, en el mejor de los casos, si no es que abiertamente malintencionadas, en el peor.
Con las conferencias matutinas, el ejercicio informativo que el mandatario instauró desde los primeros días de su sexenio (y que ya había practicado cuando fue jefe de gobierno del entonces Distrito Federal), esta situación ha sido todavía más evidente con las preguntas de los reporteros provenientes de los medios dominantes y también de quienes acuden en calidad de periodistas independientes o alternativos.
En realidad, es muy lógico. Resulta inédito en nuestro país que el presidente ya no sea rehén ni cómplice ni mandamás de los medios de comunicación, que todos los días se someta por voluntad propia al escrutinio público de sus actos de gobierno y que se muestre abierto y receptivo a escuchar y atender las quejas del pueblo. Por otro lado, es comprensible la urgencia de que se resuelvan ahora sí los agravios de décadas y los grandes problemas nacionales.
Uno de los temas recurrentes es el relativo a la violencia. Esa violencia que como el mismo Andrés Manuel ha señalado, tanto en las conferencias matutinas como en su libro A la mitad del camino, significa “un gran desafío, un enorme reto que estamos empeñados en superar. No es un asunto fácil, pero contamos con los elementos indispensables para salir adelante. La dificultad radica en lo enraizadas que están las bandas o cárteles de la delincuencia organizada. Es un mal que viene de lejos, un proceso de descomposición que se toleró y alentó por gobiernos corruptos, que se alimentó y nutrió con el abandono del pueblo y de los jóvenes y que se exacerbó con la pretensión de que podía resolverse mediante el uso de la más disparatada violencia del Estado. Las bandas de ahora y los principales jefes vienen del período neoliberal…es decir, de las últimas cuatro décadas; aunque el Cártel de Sinaloa es de mucho antes, su auge mayor lo tuvo en los tiempos de Joaquín Guzmán Loera; el Cártel Jalisco Nueva Generación creció en el gobierno de Felipe Calderón; el Cártel de Santa Rosa de Lima surgió y se desarrolló bajo el dominio del PAN en Guanajuato; el grupo delictivo del golfo también nace en el período neoliberal, así como su escisión denominada Los Zetas. De entonces son los Rojos, los Ardillos de Guerrero y un sinfín de pequeños grupos que actúan en estados o en regiones del país. Todo lo cual ya existía y nos tocó de herencia.”
No se trata de palabras huecas sin sustento real. La lectura del libro Los Zetas Inc. de Guadalupe Correa Cabrera (@GCorreaCabrera) resulta muy esclarecedora. Publicado en 2017, contiene el relato de lo sucedido en los aciagos años de los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto con valiosísimas tablas, gráficas, cronogramas y estadísticas que muestran el salto exponencial de la violencia, de los delitos, de la crueldad, de lo que realmente significó la guerra contra las drogas que no se trató nunca de las drogas, sino del despojo, del saqueo, de la concentración cada vez mayor de la riqueza en manos de unos cuantos intereses nacionales e internacionales con la muy conveniente ayuda de los miembros del llamado crimen organizado. La autora deja patente que “algo todavía más importante es determinar quién se beneficia de este gigantesco conflicto que ha llevado a un nuevo orden socioeconómico en México, el cual presenta un mayor apalancamiento por parte de empresas transnacionales (tanto legales como ilegales)…La nueva configuración del crimen organizado en México y la violencia sin precedentes de las respuestas ante él tienen su génesis unos años antes, con la creación de la organización criminal de los Zetas en el estado fronterizo mexicano de Tamaulipas…este nuevo modelo criminal y las reacciones gubernamentales ante él han beneficiado primordialmente al capital corporativo transnacional”.
No olvidemos que esta situación fue de la mano con las reformas privatizadoras del petróleo y la electricidad y que los proyectos de las grandes empresas del ramo no fueron frenados en las zonas donde se incrementaron exponencialmente los homicidios, las desapariciones, los secuestros, el robo de combustible. Por el contrario, los mapas que se incluyen en este libro muestran cómo florecieron las inversiones privadas de estas compañías en los territorios donde la sangre y el dolor corrían sin ataduras.
Sin embargo, la mayoría de los reporteros que asisten a las conferencias matutinas parecen no saberlo. Interrogan al presidente como si nada de esto hubiera sucedido, como si la violencia hubiera surgido de repente con el arribo de la 4T, como si la frecuencia y la saña de los crímenes tuvieran lugar por primera vez.
Al comenzar esta administración y cambiar la estrategia de seguridad, la inercia de lo que venía sucediendo provocó que las estadísticas mostrarán un aumento en la violencia, pero de ninguna manera con la rapidez y dimensión anteriores, lo cual los grandes medios convenencieramente no consideraron. Después empezó a observarse el freno de la tendencia al alza. Dato muy importante dados los antecedentes de horror, pero que fue minimizado de la manera más irresponsable con la intención de seguir generando la percepción de que nada había cambiado, de que el nuevo régimen era igual que los otros. En los meses más recientes, al fin se arroja una disminución en los niveles del delito de homicidio, además de que la violencia ya no se encuentra diseminada en casi todo el territorio nacional sino en un número menor de entidades.
El viernes pasado, durante la conferencia matutina del presidente celebrada en Sinaloa, una reportera de ese estado, aunque reconoció que el número de homicidios había descendido, cuestionó por que se presentaban con mayor saña.
Vale la pena preguntarse dónde se encontraba en años anteriores o la razón por la cual no investiga lo acontecido en nuestro país, en ese estado y en todas las demás entidades federativas. ¿No se enteró de lo sucedido con el estudiante desollado de Ayotzinapa, los niños acribillados en los retenes militares porque sus padres se asustaron y no detuvieron su camioneta, los estudiantes asesinados dentro del Tecnológico de Monterrey, los dieciséis jóvenes asesinados en Villas de Sálvárcar, los videos de ejecuciones transmitidos en redes sociales, por citar unos cuantos ejemplos?
El breve extracto de una cronología contenida en el libro de Guadalupe Correa exhibe lo siguiente:

A pesar de que las estrategias pripanistas sólo exacerbaron la violencia y no mostraron ninguna eficacia práctica a diferencia de lo sucedido en tan poco tiempo con la estrategia de seguridad del presidente, los periodistas y reporteros siguen preguntándole una y otra vez si no va a modificarla. Y una y otra vez, AMLO les responde que él continuará atacando las causas como se propuso desde el principio y no con fuego ni mano dura: “Aún con la complejidad del asunto, no deja de representar una gran oportunidad para acreditar con hechos la efectividad de nuestra convicción humanista de no responder a la violencia con la violencia ni combatir el mal con el mal, debemos demostrar en la práctica que el mal debe enfrentarse haciendo el bien, que la paz es fruto de la justicia, que el ser humano no es malo por naturaleza y que son las circunstancias las que llevan a algunos a las filas de la delincuencia…como afirmamos desde el principio en nuestro plan de desarrollo: ante la vieja discusión entre la parte que señala la maldad innata de los individuos y la que considera las conductas sociales como producto de las circunstancias, el Gobierno que represento ha tomado partido por la segunda…Podrá llevarnos tiempo pacificar el país pero la fórmula más segura es atender el fondo; por ejemplo, no olvidar a los jóvenes, no dejarlos sin opciones de estudio y trabajo para evitar que sean enganchados por la delincuencia a cambio de dinero, fama o lujo barato. Como es sabido, la búsqueda de esos placeres momentáneo y fugaces casi siempre termina en mayor tristeza e infelicidad. De modo que la verdadera confrontación con los jefes de la banda, la real, la profunda, la importante, es evitar que se lleven a los jóvenes y dejarlos solos, sin un ejército de reserva para delinquir”.
Nuevamente, no se trata de retórica vacía. Los resultados que ya se están arrojando lo demuestran. Estas propuestas han ido acompañadas de programas sociales, de la creación de la guardia nacional, del respeto a los derechos humanos para evitar las ejecuciones extrajudiciales de antaño y, sobre todo, de la honestidad del presidente y de la ausencia de complicidad con la delincuencia (el “tone of the top” que incluso el sector privado sabe tan importante y lo implanta en sus compañías).
En la misma conferencia del viernes en Sinaloa, AMLO habló de que casi no existen estudios que aborden las causas de la incursión de los jóvenes en la delincuencia y manifestó que sólo conoce uno donde se entrevista a sicarios. En efecto, esta indispensable y magnífica investigación fue llevada a cabo entre 2014 y 2015 por Karina García Reyes. Ahora ha sido plasmada en un libro publicado en 2021 con el prólogo de – nada más y nada menos – Sergio Aguayo, quien parece no conectar lo dicho por los delincuentes y las conclusiones de la autora con las políticas del presidente a quien ataca cada vez más con el odio y no con la razón.
La escritora afirma: “El primer paso para entender la complejidad del narcotráfico es cuestionar el discurso oficial que responsabiliza a individuos como los protagonistas de este libro, que sirven de carne de cañón y chivo expiatorio para que quienes manejan este negocio puedan seguir operando desde las sombras, protegidos por su anonimato”.
En una entrevista, un sicario le explicó por qué sus jefes decidían asesinar reporteros. Ella le preguntó si lo hacían porque denunciaban las atrocidades que cometían los cárteles. Le respondió que esa no era la razón, sino que, en su experiencia, los periodistas sufrían ese destino cuando se atrevían a denunciar vínculos de corrupción entre organizaciones criminales, políticos y empresarios. Por otra parte, investigaciones periodísticas y académicas han resaltado que el narcotráfico beneficia a las élites económicas con mayor peso político en Estados Unidos y otros países del primer mundo como la industria armamentista y los bancos.
También deduce que “para poder enfrentar y prevenir la violencia ligada a los diferentes delitos del crimen organizado, es necesario desglosar y entender en profundidad el contexto social e ideológico que les permite a los perpetradores considerar la opción de trabajar en ese negocio con todos los peligros que esto implica. La única gran diferencia que, de inicio sí los separa a ‘ellos’ de ‘nosotros’ es la desigualdad económica y las condiciones de alta vulnerabilidad en que la mayor parte de ellos crece y se desarrolla. Esta brecha luego se alimenta por una serie de decisiones que muchas veces parecen ser casi inevitables…Esto no quiere decir que las personas que viven en condiciones de pobreza, sólo por ser pobres terminarán siendo criminales o narcotraficantes. Lo que sí podemos concluir es que hay condiciones que son más comunes en contextos de pobreza (hacinamiento, violencia doméstica, abuso y ausencia de padre, adicciones y uso temprano de drogas, pandillerismo) que, en conjunto, influyen para que la violencia y el crimen sean normalizados…encontré que para los participantes la pobreza es una condición fija y sin remedio…desde muy pequeños, cuando se dan cuenta de que su núcleo familiar no les brinda ni la protección de las herramientas necesarias para salir adelante, surge en ellos la idea de que los niños pobres no tienen futuro…La vida fácil es su única opción para lidiar con esa existencia sin esperanza ni porvenir y les permite maximizar el presente a través del placer inmediato…Todos concuerdan en que la violencia que experimentaron en sus hogares fue la que más los marcó, incluso algunos reconocen todavía estar lidiando con ese trauma”.
Continúa: “…la respuesta de los gobiernos siempre ha sido recurrir al uso de la violencia que, si bien es legítima, es tan dañina y letal para la sociedad civil como la de los cárteles. Con esto no quiero decir que el gobierno no debe utilizar la fuerza que por derecho le corresponde. Sin embargo, las acciones militares y policíacas deben estar acompañadas de alternativas no violentas para prevenir y tratar no sólo la violencia del narcotráfico, sino las violencias diarias que aquejan a tantos mexicanos y mexicanas…Muchas de las acciones que se necesitan para encarnar el clima de violencia e inseguridad que vive el país requieren una perspectiva a largo plazo y modificaciones a los procedimientos y cultura de las instituciones. Estas transformaciones no son llamativas como lo sería una aprehensión, ni son en extremo visibles como un enfrentamiento armado o un decomiso. Sin embargo, podrían ser mucho más efectivas. Por ello.
TENEMOS QUE RECONOCER A LOS POLÍTICOS Y SERVIDORES PÚBLICOS QUE SE ATREVEN A INNOVAR, A EMPRENDER REFORMAS DE LARGO ALCANCE…PODEMOS PREMIAR CON NUESTRO VOTO Y APOYO A LOS PARTIDOS POLÍTICOS QUE OFREZCAN CONTINUIDAD Y QUE APUESTEN POR UN IMPACTO PROFUNDO Y A LARGO PLAZO…EL SIMPLE HECHO DE CAMBIAR LA CONVERSACIÓN HACIA UNA LÓGICA ALEJADA DEL PUNITIVISMO PUEDE AYUDAR A MODIFICAR EL RUMBO QUE LLEVA EL PAÍS”.
Los libros citados aquí son indispensables para cualquier persona a la que le interese conocer a profundidad el problema de la violencia y encontrar las soluciones más adecuadas. Sería ética e intelectualmente deseable que reporteros y periodistas tomen en serio su profesión y asuman la enorme responsabilidad que implican el micrófono y la pluma para el bienestar del país realizando preguntas, reportajes, análisis fundamentados en una investigación exhaustiva y lúcida. La llegada de AMLO a la presidencia ha tomado desprevenidos a muchos, incluyendo a analistas críticos que ligaron la violencia con las reformas privatizadoras, pero que ahora que el presidente ha cambiado este rumbo a fin de fortalecer a PEMEX y a la CFE para que los recursos públicos redunden en beneficio de la mayoría de la población y no sólo de unos cuantos, siguen sin reconocerlo y le aplican la misma lógica que funcionaba con los presidentes pripanistas y que en la actualidad ya no resulta útil.
Felipe Calderón fue quien a pesar de los resultados adversos de su letal, ineficaz y violenta estrategia de seguridad persistió neciamente en ella. Pero ninguno de los grandes medios se lo reprochó y, por el contrario, pactaron con él callar los estragos que estaba provocando. Quizá por ello, muchos tienen la creencia extraña de que la violencia surgió hace tres años de la nada y le exigen a quien modificó el discurso y la práctica perversas del “haiga sido como haiga sido”, la “mano dura”, los “ninis” que mágicamente acabe con las consecuencias del terror pripanista neoliberal.


