En nuestro contexto cotidiano llamarle “idiota” a alguien implica una agresión o descripción que lleva, en el peor de los casos, inmediatamente a una confrontación física. Pero resulta algo interesante cuando se recuerda la raíz griega de este adjetivo pues refiere al dios griego “idios”, símbolo de lo privado y lo propio, es decir, un idiota sería alguien con nulo interés por la cosa pública. Un idiota sería un fiel seguir de lo egoísta, del interés privado sin considerar sus efectos públicos. Es decir, un idiota –en términos griegos– se constituye en el momento en el que una persona deja de advertir los efectos de lo público para concentrarse en su propio ombligo.
Este fenómeno queda de manifiesto cuando, por ejemplo, en nuestro país observamos marchas como la del “INE no se toca”. Podemos partir del hecho de que los que salieron a las calles bajo esta consigna habían marchado antes o, al menos, en muy pocas ocasiones o quizá nunca.
No se habían interesado por los problemas públicos del país, antes bien miraban con recelo a los que se manifestaban pues no querían -ni podían- entender sus razones, se limitaban a expresar: “ya pónganse a trabajar”.
Pero es que después de la insurgencia del 2018 todo cambió, ahora ya no dominan en el gobierno los intereses del poder económico, se desató una serie de medidas y políticas para beneficio colectivo que ha producido, por supuesto, la reacción de este antiguo estatus quo, produciendo los sucesos inéditos de la marcha conservadora. O para decirlo en términos de esta columna, los que antes jamás se interesaron por los dolores sociales y económicos del país, ahora saltan a las calles exigiendo que toda posible transformación a las instituciones se frene. Por ello, pudimos observar el escenario dantesco de una multitud que no tiene la mínima idea de los procesos sociales del Estado, pero que ahora al ver tocados sus intereses egoístas se ponen la camisa de “súper demócratas” defendiendo al INE. Pudimos, entonces, observar la marcha de los idiotas.
Y es que se olvida que la cuestión electoral siempre ha sido cuesta arriba para los movimientos de izquierda populares. Muchos han sido los muertos, desaparecidos, los golpeados, los olvidados a los que les debemos que el poder dictatorial del PRI post 68 haya tenido que reconocer estas demandas.
Por ello, al idiotismo se le suma el cinismo puesto que ahora la “clase desclasada” pequeñoburguesa (aspiracionista) se asume como la única constructora de la democracia en este país.
Seamos claros y directos: la democracia electoral bajo el sistema capitalista tiene limitantes estructurales puesto que la existencia de una tergiversación sistemática en los medios de comunicación hace muy difícil distinguir las buenas intenciones de lo que la realidad dicta. Es muy difícil, además, desarrollar un criterio nítido cuando se trabaja constantemente jornadas laborales extenuantes sin la posibilidad de hacer comunidad. Pero todavía más: los idiotas, además del cinismo, ignoran la diferencia entre poder estatal o político y el poder económico. Parten de la caricatura de que no puede haber nada más poderoso que el presidente en turno y que los poderes empresariales siempre son dominados por este último, que estos no podrían representar un esquema de poder lo suficientemente fuerte para imponer también su agenda de intereses.
Pero el hecho histórico es claro: el neoliberalismo significó el dominio de este poder privado por encima de lo público, en este contexto la esencia democrática significaría esencialmente la lucha contra la oligocracia (el poder de unos cuantos). Y por ello, esta marcha, lejos de ser democrática (defendiendo la dimensión electoral) se vuelve defensora del último bastión del viejo poder oligarca, por ello se niegan a esta reforma que impulsa el presidente puesto que busca alcanzar un nuevo nivel del proceso, ya no solo en las urnas sino en la participación activa, es decir, volverla una democracia no solo liberal sino también popular.